Toses, mocos y violencia contra la infancia.

  El invierno parece que llega a su fin y, como yo, supongo que muchas madres (y algún padre) podrían hacer un relato épico de cómo han gestionado los días en que sus criaturas han estado “malitas”, cómo han afrontado los días de después de noches sin dormir entre fiebres y toses. La aventura de conciliar (je,je…) el cuidado básico de la salud con las exigencias del guion, trabajo, coles, logística familiar, todo, en una búsqueda ansiosa de “la normalidad”. Que las cosas vuelvan pronto a su lugar porque, por lo visto, constiparse en invierno, compartir gripes y otros virus, debe ser algo tan excepcional para los que hacen las leyes que no precisa de ningún plan de contingencia. No hay plan “b”. A pelo año tras año, a pelo invierno tras invierno, afrontando una situación cotidiana y generalizable solo pudiendo tirar del privilegio o, cada vez menos, de lo poco que queda de la red social comunitaria. Privilegio masculino cuando la cosa solo se hace sostenible gracias a la media

La ilustrada vulneración de la infancia


Foto: Aitor Lara, Premio PHotoEspaña OjodePez de Valores Humanos 2014

Me preocupa de sobre manera pasar del abandono a la infancia, social, político y cultural a una intervención específica desde modelos paliativos que actúan sobre el dramático síntoma del malestar infantil en los casos más evidentes de desigualdad y desamparo.

Este fenómeno no es tan diferente a otros muchos, hay una dinámica social que niega a la infancia como sujeto, como un sujeto que, además, estructura la vida social y que es un agente fundamental en la vertebración y en la evolución de una comunidad.

Obviamos su presente, sus vivencias, sus malestares y logros, y los reducimos a proyectos de futuro, los vemos desde una mirada adultocéntrica, estática, productora y reproductora de los valores del patriarcapitalismo, una mirada que institucionaliza las relaciones con los niños y niñas desde el ejercicio de poder.

Y esa mirada, en algunos casos al menos, participa de una ética ilustrada, percibe que muchos de los proyectos de crecimiento en familias empobrecidas no son viables, y esa mirada, con una moral también ilustrada, percibe situaciones de abuso y violencia en los contextos que habitan las criaturas…

Esa mirada, que todo lo ve y todo lo entiende y cree que todo lo puede, puede llegar a plantear una herramienta eficaz y sofisticada, y de nuevo, ilustrada, para actuar sobre las situaciones de malestar infantil. Herramienta definida, puesta en marcha, implementada con recursos, financiada desde el poder y participada por las lógicas del modelo cultural hegemónico y normalizador, tan ilustrada que no nos preocupa que se institucionalice en leyes y protocolos…

Bien. Pero cuando la experiencia diga que la herramienta no funciona, entraremos en debates tediosos y estériles, activos y reactivos,  porque claro, siempre lo que se piensa será más coherente que las contradicciones de la vida y las buenas intenciones institucionales no tienen realidad que las empañe. Mal.

En la necesidad, y en las ganas, de avanzar en el modelo de protección de “menores” ¿Hay certezas de que no se está profundizando en los elementos disfuncionales del sistema? ¿Qué no se está defendiendo con más vehemencia aquello que ya se ha demostrado ineficaz, invasivo y estigmatizador?

Hay que ir más despacio, evaluar, desaprender, y por qué no, rendir el poder profesional y adulto, para que las criaturas puedan respirar.

No hay modelo de protección de niños y niñas que no pase por un cambio social y cultural, de manera que la sociedad se convierta en un cuerpo entrañable, acogedor, vivero de vínculos y disponible para la relación. Los niños y las niñas precisan que se atienda sus expresiones de malestar cotidiano, las que se dan en la familia, en la escuela, en los parques , y en las colas del supermercado, y que las adultas aliadas utilicemos estas expresiones para ensancharles en mundo, despejar el camino e ir, cotidianamente haciendo viables sus proyectos de presente y futuro.

Lo contrario es aplacar la vida, presionar la existencia y solo intervenir cuando el malestar nos desborda y nos afecta, bien porque hace añicos nuestra quimera ideológica, ilustrada, de bienestar social, o porque el sufrimiento nos queda lo suficientemente cerca y nos salpican las lágrimas.

Igual que es un error definir un modelo de justicia, incluso la penal, atendiendo a los casos más graves que son los que generan alarma, pero porcentualmente los menos frecuentes, también es un error definir una política de infancia atendiendo a las situaciones más dramáticas y a la realidades de abusos, frecuentes, más de lo que parece, pero indisociables del lugar social que ocupa la infancia, por lo que un tratamiento particular e individual desnaturaliza el foco del grave problema. 

No podemos delegar en un marco normativo el cuidado de los niños y niñas. No podemos confiar en los derechos, entre otras cosas porque las criaturas necesitan más cuidados que derechos, sobre todo cuando los derechos no se comen, y no se dan las condiciones para que la estructura formal de nuestra democracia garantice el día a día, en cuanto a bienes y recursos.

Obviamente no vamos a renunciar a denunciar la vulneración de derechos de la infancia, pero hemos de aliñar la lucha con la compasión, tanto como vector asistencial como político, la compasión –tener pasión con- la infancia, generar alianzas empáticas que maticen el derecho es lo que puede cambiar el marco.

Lo contrario nos lleva a pensar y gastar dinero en un sistema de protección menores -sujeto jurídico vs ser real-, cada vez más imprescindible para más niños y niñas, que se va a saturar al mismo ritmo que la sociedad se fragmenta y se individualiza, y que por mucho que se vertebre en un modelo de derechos recocidos y exigibles, termina siempre cristalizándose en una estructura institucional, que protege del riesgo antes que ampara, y que en el mejor de los casos, hace viable itinerarios de vida en una precariedad afectiva manifiesta, no exenta de sufrimiento, y con un futuro muy incierto…

Esperanza, y mucha preocupación, decía, en que los honestos acercamientos de los políticos de turno, y de personas de reconocido prestigio y calidad humana, como el excepcional James Rhodes, fijen la mirada en los casos que nos violentan ideológica y humanamente para diseñar un marco que los endulce y resignifique, pero que no suponga una transformación profunda de la estructura de malestar generalizada de la infancia. (Ley Rhodes de protección de la infancia frente a la violencia…¿Dónde nos dirige la mirada un ley nombrada así?¿Cuántos niños y niñas van a seguir sin ser vistos en un escaparate mediático e interpretados con categorías de abuso y no de justicia y participación social?)

Porque aunque parezca una contradicción, cuidar a los niños y a las niñas y ampliar el sistema de protección de menores no es la misma cosa, e incluso, en demasiadas ocasiones, pueden ser contradictorias, porque la individualización que se promueve no puede restaurar los contextos de origen, y frecuentemente trasforma el desamparo en soledad…Las criaturas crecen y con la mayoría de edad, pasan a formar parte del anonimato social de la vulnerabilidad ilustrada, sumándose a proyecto de desigualdad como materia prima del negocio del empobrecimiento.
 

Comentarios

  1. Genial artículo. Que leí hace tiempo y compartí por supuesto, y hoy me he vuelto a reencontrar con tu blog afortunadamente, con otras entradas que se salen jeje jo, estoy encantada...

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