Trabajo social perinatal.

 

Imagen del video This is Not America (Residente, 2022)


Partimos de que asociar trabajo social a lo perinatal nos lleva al drama. Procesos duros de retiradas de tutela, niños y niñas que tienen que abandonar sus referencias familiares y barrios como consecuencia de las medidas de protección que necesitan, duelos, traumas y desgarros en los proyectos migrantes, madres rotas, familias separadas y dañadas, criaturas institucionalizadas… y profesionales desbordados por no poder ni saber cómo contener tanto dolor, tanta violencia y tanta pobreza.

Parece difícil encontrar un lugar de ternura, de acompañamiento y cuidado en un ámbito tan determinado por la desigualdad social, la cultura patriarcal y el maltrato institucional. Es el reto. No lo tenemos fácil.

Mirar hacia atrás da repelús. Los bebés robados del franquismo y la historia de sangre del resto de regímenes totalitarios, que dirigen su violencia de manera específica y sistemática contra las mujeres y su sexualidad, como cuenta espléndidamente Leila Guerriero en La llamada (Anagrama, 2024), los derechos reproductivos siempre en tela de juicio, las violaciones como arma de guerra y el abandono de las infancias como daño colateral asumido a izquierda y derecha. La historia del sufrimiento humano ha tenido en cada una de sus épocas su capítulo perinatal (y siempre ha sido el capítulo más silenciado y cuestionado).

Mirar al presente tampoco nos llena de optimismo -esquivando hablar de lo que está pasando en Gaza, un agujero negro para toda la dignidad de occidente (en clave perinatal define una tragedia insondable, un pozo sin fondo al que es imposible asomarse, y en clave política vulnera los principios más elementales de la justicia social y cierra todas las posibilidades de diálogo con quienes normalizan el genocidio)- desayunamos todos los días con los graves datos de pobreza infantil, con el alto número de niños que viven en centros de protección, con las arduas luchas de las “madres protectoras” por recuperar (o no perder) las custodias de sus criaturas en manos de hombres que ejercen la violencia machista, o la falta de ayudas públicas para poder hacer las crianzas viables en situaciones de falta de recursos e injusticia social.

Y todo esto materializado en innumerables expedientes, procesos administrativos y judiciales, entrevistas y citas, planes de intervención y proyectos que, entre indicadores y sistemas de calidad, no tienen espacio para ver a las personas que despachan con el consiguiente deterioro de las relaciones humanas que albergan.

Sí, parece difícil poder moverse en este ámbito en clave de ternura, acompañamiento y cuidados. Pero la cosa es que no hay otra alternativa. Sólo hay futuro (y presente digno) si se busca con esperanza y determinación un nuevo paradigma que sirva para hacer la vida vivible y organizar las prioridades en la acción social.

Que los orígenes de la vida, lo perinatal, exprese lo más duro de las estructuras sociales que definen nuestro injusto orden social no es casualidad. Un modelo que se basa en la promesa de una vida mejor como recompensa de “triunfar” y de hacer méritos, en el momento del nacimiento, de lo único que se preocupa es de repartir las cartas, y ya sabemos que la baraja está trucada.

Esto lo vemos cotidianamente en el trabajo social. Aunque el sector esté deteriorado por las injerencias neoliberales y atrapado por la crisis sistémica del Estado del Bienestar -seguimos enredados en sus procesos burocráticos pero ahora sin apenas recursos que redistribuir-, siempre se ha tenido claro que había que vincular el trabajo social a los derechos, a la justicia social, y por tanto a los procesos de lucha y reivindicación política. Pero no es suficiente.

El trabajo social perinatal da un paso más y, además de hacer causa común con los derechos de las madres y el protagonismo social y político de las infancias, tiene la misión fundamental de aportar la ternura, los cuidados y el acompañamiento necesario para que lo humano se sustancie y se pueda vislumbrar un desarrollo social encarnado y saludable. El trabajo social perinatal es la base de todo trabajo social comunitario ya que no se puede construir comunidad con los vínculos primarios rotos, desgarrados, por un desamparo social generalizado.

Por suerte la mirada perinatal va ganando espacios y extendiéndose -lo que ayuda a visibilizar estos procesos cada vez en más ámbitos, sobre todo en contextos sanitarios y terapéuticos-, pero todavía, en demasiadas ocasiones, cuesta que se trascienda a la propia díada madre-criatura, y se entienda su dimensión transversal y eco-sistémica que interpela directamente al resto de ámbitos de socialización. Es necesario que todo, desde lo que acontece en un paritorio hasta lo que se debate el Ministerio de Derechos Sociales, esté impregnado por la lógica de los procesos reproductivos que sostienen y posibilitan la vida, para poner la organización social al servicio de las necesidades y el bienestar de las personas (y para poder denunciar y confrontar todo lo que los violente).

Y concretamente, respecto al trabajo social y la educación social (como disciplinas profesionales y también como actividades sociales), estamos lejos de superar el reto.

Por desgracia hay demasiada praxis que es impermeable a los estudios de psicología y psiquiatría perinatal, reactiva a las recientes investigaciones de las neurociencias que demuestran que es imprescindible cuidar los procesos reproductivos con mimo y delicadeza, que es fundamental nutrir los primeros momentos de la vida de las personas, los primeros vínculos, para poner las bases necesarias para unos apegos seguros desde los que entrenar las relaciones y hacer comunidad.

En el trabajo social y la educación social sigue imperando la lógica de la separación, de disociar la diada, de “extraer”, de “intervenir” de manera divergente con las criaturas y con las familias, sin reconocer la responsabilidad social en el desamparo y en el maltrato institucional inherente a la mayoría de las medidas de protección. Se destinan la mayoría de los recursos económicos a sostener contextos artificiales de crecimiento para los niños y niñas mientras que se abandona a las madres y a las familias a su mala suerte, sin medidas mixtas (apoyos efectivos, pero sin separación) que posibiliten el ejercicio de una guarda responsable con la ayuda necesaria para garantizar el bienestar de la diada y su desarrollo.

Con este modelo totalitario es poco lo que se gana y mucho lo que se pierde. Pese a los esfuerzos bienintencionados, vemos lo difícil que es revertir las dinámicas familiares de violencia y maltrato. También lo difícil que es rehabilitar las economías maltrechas por el precio de la vivienda y la desigualdad estructural. Y vemos también cómo la “fantasía” de proteger a los niños y niñas de todo esto se disipa en el momento que cumplen la mayoría de edad y han de salir del sistema de protección, o antes, en los innumerables casos de chicos y chicas que expresan su malestar en los centros con conductas que desafían el orden establecido, y que terminan sufriendo dinámicas de encierro, o de fugas, incompatibles con un crecimiento saludable.

Y por otro lado todo lo mucho que se pierde…, vemos lo difícil que es que se cuiden y se sostengan lactancias en los recursos de los servicios sociales, o cómo laviolencia obstétrica está normalizada para las madres y las diadas empobrecidas y violentadas, siempre bajo sospecha y cuestionamiento, o la dificultad de desarrollar crianzas entrañables y responsables en pisos tutelados u otros proyectos de atención a mujeres.

Se descuida lo básico y fundamental para el bienestar en contextos en los que no hay mucho más y en los que no se va a tener acceso, en un futuro, a las medidas paliativas que ofrece el sistema por la falta de recursos económicos para ello. Yendo más allá, podemos decir que se sientan las bases para que, de nuevo, las maternidades precarias y empobrecidas sean la puerta de entrada de las tecnologías reproductivas y la materia prima del negocio de la gestación subrogada.

Con todo ello parece que la ternura y los cuidados no casan bien, de manera generalizada, con un “sector” que, pese a estar muy feminizado, se expresa en su día a día con mucha dureza y violencia patriarcal: los protocolos, las jerarquías y la necesidad de definir constantemente una distancia “óptima” entre la persona profesional y la “usuaria” para tener una barrera que contenga la incapacidad de la estructura de resolver la mayoría de los problemas a los que se enfrenta.

Frecuentemente se da el caso de profesionales que están cansadas, quemadas y frustradas, que cuando conectan con lo perinatal en procesos personales de maternidad, paternidad o cuidados, se cuestionan su práctica profesional y les cuesta seguir aplicando los procedimientos establecidos en la atención a madres y criaturas. En ese momento la toma de conciencia de la violencia estructural que se ejerce se hace insoportable y buscan opciones más respetuosas con ellas mismas y las demás (que, por desgracia, demasiadas veces pasan necesariamente por abandonar el sector social y buscar otras alternativas profesionales).

Pero al margen de las soluciones personales particulares y saludables, todas loables, pienso que hay una responsabilidad social de las personas que nos dedicamos a esto en aportar ideas y experiencias que puedan ayudar a transformar el día a día de los proyectos y la atención perinatal en el ámbito social, y colaborar en la creación de un nuevo paradigma para el acompañamiento bio-psico-social de las personas (no solo de las empobrecidas), que hagan del trabajo social algo más efectivo y garantista de los derechos sociales, un servicio público.

Puede ser que sea un problema de falta de formación perinatal en el ámbito social, seguro que también faltan referencias, y que también hay mucha frustración y desánimo por todo lo que queda por avanzar, pero, poco a poco, van apareciendo propuestas significativas e inspiradoras -algunas con mucho recorrido y experiencia y con gente muy válida detrás-, que pueden ayudar a conectar sentires y a organizar proyectos personales y colectivos que vibran con la cultura perinatal, con la pedagogía del cuidado y con las maternidades feministas.

Proyectos como el Centro de Día de Inserción Sociolaboral Dinamo (de atención y cuidado de madres jóvenes y adolescentes), o la nueva propuesta formativa del Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal “la mirada perinatal en el ámbito social (que tengo el honor de dirigir junto a Paloma Serrano e Ibone Olza), o el trabajo de activistas perinatales como la asociación el “Parto es Nuestro”, o la experiencia del colectivo de maternidades feministas “PETRA”, o el largo recorrido de asociaciones como “Vía Láctea”, que peleaban ésto cuando nadie hablaba de ello, todas ellas (y las muchas que faltan) son aportaciones imprescindibles para poblar este nuevo universo y hacer de “lo social” un cuerpo entrañable que acoja lo reproductivo con responsabilidad y compromiso.

Aportaciones diversas, transversales, que sirvan para vincular y fortalecer un entramado social sensible al malestar y al sufrimiento donde las fronteras entre cuidar y ser cuidada se hagan difusas para ir habitando, poco a poco, una práctica social que sea a la vez terapéutica y política y que nos permita encontrarnos y articular los apoyos desde la autonomía e interdependencia. Un trabajo social basado en el apoyo mutuo que fertilice el territorio común de la vida.

Quizá ese “cuerpo social entrañable” sea aún pequeño y pueda parecer frágil, pero, al igual que pasa con los y las bebés, tiene potencia en su desarrollo y mucha capacidad de impactar en lo que rodea (casi siempre mejorándolo), por lo que solo queda participarlo, buscar la manera de hacer activismo y trabajo social con mirada perinatal, y compartirnos en lo que deviene.

Allí nos veremos y, casi seguro, aparecerá la sonrisa que tanto necesitamos.


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