Error "gráfico" de antena 3 en sus informativos del 10.07.20 |
Calor y rebrote del racismo.
Mañanita de sábado de julio,
calor.
Un calor que parece estar
ayudando a derretir la impostura políticamente correcta de nuestra sociedad bienpensante,
de manera que su estructura racista, xenófoba e ilustrada (derechos formales
frente a sufrimiento real de la gente) emerge con claridad y se nos presenta
evidente.
Parece casi imposible mirar a
otro lado y dejar pasar la conmoción.
Estos días, aparece la noticia en
el diario El mundo de que 6
de cada 10 menores tutelados pasan penuria una vez cumplida la mayoría de edad,
habla de Andalucía, pero es extensible a otras zonas de estado.
Por otro lado, en el bombardeo de
noticias sobre los rebrotes del coronavirus, se obvia la dimensión racializada
del mismo, específicamente
el brote de Lleida, con su re-confinamiento, apenas se habla de las
condiciones infrahumanas en las que viven los y las temporeras de la fruta, y
que hacen que, recomendar aislamiento y distancia social en viviendas hacinadas
y en medio de la explotación laboral, sea una broma de mal gusto.
Una situación muy diferente a vivir
el confinamiento entre zumos fresquitos de fruta y series de Netflix.
Por no hablar de las medidas de
control epidemiológicas para las personas que cruzan nuestras fronteras. Si son
turistas europeos, tranquilamente, ni siquiera tomar la temperatura, se da por
bueno que vienen a levantar la economía y reciben la mejor de nuestras caras,
por otro lado si son personas migrantes que cruzan el estrecho jugándose la
vida, esas que sí que vienen a levantar
la economía en jornadas interminables de sol a sol en los invernaderos de
Almería o en los campos de Lleida, a ellos y ellas, les hacemos las pruebas
necesarias para asegurarnos, que esclavitud sí, pero saludable.
Y ya la gota de racismo puro y
destilado que desborda el vaso, la foto que ilustra el post de un informativo
de Antena 3, en el que se hace una diferenciación muy clarividente entre
personas e inmigrantes, coherente con la sociedad dual en la que vivimos.
Así, sin más, en un momento donde
el o la supervisora de la corrección política, igual estaba de vacaciones o
igual tenía que hacer el agosto con un contenido viral, se plasma con nitidez el
discurso que transmiten las derechas políticas, y que hacen bueno, en muchos
casos, las izquierdas socialdemócratas con políticas de discriminación racial y
de vulneración de los mismos derechos que utilizan como bandera de
diferenciación e identidad política.
Como bien señalan muchas asociaciones
y colectivos, el racismo no es una disfunción en los servicios públicos, ni una
expresión particular de energúmenos que se creen superiores en su miseria
humana frente a los que les ponen la mesa, es una dinámica absolutamente
estructural, vertebradora del orden social y de la convivencia de la que tanto
nos enorgullecemos.
Cada cual desde su perspectiva,
con honestidad, podría analizar la situación que vive y observaría múltiples
manifestaciones de lo anterior, no se necesitan guías para ello.
Una mínima empatía con la gente
que nos rodea debiera valer para desenmascarar la hipocresía social, y un simple
compromiso con lo humano se tornaría en una propuesta de potencialidad política
si no nos dejamos engatusar con la propaganda de un estado de derechos formales
que deja fuera a mucha más gente de la que reconoce.
¡Feliz cumpleaños!
Infinitas situaciones, y yo
quiero llamar la atención específicamente sobre la que describen las y los
chavales migrantes que cumplen la mayoría de edad en la red de protección.
Me parece paradigmática de todo
lo que estamos hablando y además me siento legitimado a hablar de ello porque por
razones laborales, la conozco y me dedico, entre otras cosas, a minimizar las consecuencias
que tiene para ellos y ellas el marco atroz que les hemos fabricado. Y que vamos
consolidando y perpetuando en un parche social inefectivo, pero revelador de la
patraña que socializamos.
Hay una voz que emerge del
sentido común, ésa que dice que los derechos no se comen y que se necesitan
políticas efectivas que conecten los recursos con las necesidades de la gente.
Esto lleva a analizar el marco
social desde la protección, el cuidado y el bienestar más que desde los
decálogos de buenas prácticas de las convenciones formales de los organismos
internacionales o de las recomendaciones del Defensor de Pueblo, ésas que
quedan en el cajón del olvido hasta que la realidad de nuevo salta a la cara
provocando la vergüenza ajena y obligando a redefinir los procedimientos de
disimulo.
Esta voz nos cuestiona al mostrar
la evidencia de que los chavales y chavalas se quedan absolutamente en la calle
al cumplir 18 años.
El sentido común nos dice que las
necesidades de un “menor” de 17 años y 364 días no deben ser muy diferentes a
las de un “adulto” de 18 años y 1 día, y sin embargo el marco legislativo
difiere absolutamente, subrayando la hipocresía social y política respecto a
las personas migrantes y también respecto a los niños y niñas.
En la situación que viven cuando salen
del sistema de protección de se expresa con una nitidez impúdica el racismo y
la adultocracia de nuestra sociedad, y juntas, hacen que dicha situación sea
sinónimo de sufrimiento y de maltrato social e institucional.
El tema es más complejo de lo que
puede parecer y exige hilar fino y cuestionar, por supuesto la ley de extranjería que hace que la
dignidad dependa de unos papeles, y también cuestionar la ley de protección de
menores, que confunde protección con encierro, y ampara definiendo biografías
de exclusión social al guardar a jóvenes en centros sin permitir una
interacción social con el mundo real, promoviendo dinámicas tanto de maltrato
institucional como de xenofobia.
Extranjería y explotación.
Lo de la ley de extranjería da
vergüenza hasta escribirlo, llevamos ya más de 30 años en los que la
prosperidad y el bienestar de las clases medias y empresariales de este país se
debe directamente al trabajo, muchas veces sumergido y casi siempre explotado
de la población migrante, y seguimos tiquismiquis para dar papeles, como si los
permisos de residencia y de trabajo pidieran más pan del que dan.
Los campos, los cuidados de niñas
y mayores, las fábricas, la limpieza de bares y hoteles, etc. Toda la base
productiva, material, y fundamental de la economía esa de servicios que nos
hemos creído, se sostiene absolutamente en la generosidad de estas personas.
Violando la norma básica de la
reciprocidad en la convivencia, seguimos haciendo que se jueguen la vida en el
estrecho y que vivan en la clandestinidad en una sociedad que les persigue
tanto como les atrapa.
Una ley de extranjería que pivota
siempre en la falacia “del efecto llamada”,
como si el marco siempre precario y siempre subordinado a lo económico y
productivo que se ofrece, pudiera competir con sus necesidades vitales y con la
lucha por la supervivencia, o con cualquier otro deseo o motivo que provoque un
proceso migratorio pese a la posibilidad real de perder la vida en él.
No puede haber más prepotencia e
instrumentalización del sufrimiento ajeno.
Ni siquiera en los momentos
actuales de la crisis sanitaria, en los que hasta por una cuestión egoísta
(está archidemostrado que la salud comunitaria depende directamente del
bienestar y calidad de vida de las personas de una sociedad), se abre la mano a
la posibilidad de reparación y devolución del bien aportado.
Ni en términos monetarios ni en
términos de derechos.
Se promueven dinámicas de
regularización precarias, vinculadas a la participación en el mercado laboral,
como si este fuera justo y como si no lleváramos años conviviendo con un paro
estructural de casi el 20% en los sucesivos momentos de crisis, con políticas incentivadas
de ladrillo y playa que promueven el enriquecimiento de las élites y el empobrecimiento
de todos los demás, y específicamente las dinámicas de explotación de la
población migrante.
Hay una propuesta ahora de
regularización, que venden como mega progresista, y que no puede ser más
patatera, al promover la nacionalización
de extranjeros que han prestado servicios esenciales durante la pandemia,
(de nuevo la fuente de derechos es la pertenencia a una nación, y la
legitimidad viene de portarse bien trabajando para levantarla) y que habrá que
ver cómo cristaliza, ya que tiene toda la pinta de sustanciarse de manera
privativa como la otra propuesta estrella del momento del ingreso
mínimo vital, que dista mucho de ser una acción política transformadora de
las dinámicas de desigualdad estructural que fundamentan nuestro sistema social
y que tan duramente atacan al colectivo migrante.
No seré yo quien enmiende los
pocos avances en políticas sociales que se hagan, pero genera urticaria el
contraste de la propaganda triunfalista de régimen con la realidad de la gente
que sufre nuestro sistema viviendo literalmente debajo de un puente.
Y a esta situación, la del
puente, es a la que se aboca a los y las chavalas cuando cumplen la mayoría de
edad en el sistema de protección de menores.
Y la respuesta del sistema es:
consigue papeles, como si dependiera de ellos y ellas y no del Estado
otorgarlos, y luego trabaja, como si dependiera de uno/a que la contrataran 40
horas a la semana durante un año para conseguir o renovar un permiso de residencia
que dé “derecho a trabajar”.
Un empleo por cuenta ajena, que
precisa siempre de un tercero, y que a la vez es la única vía aceptada para acceder
a los derechos sociales en una sociedad que los hace depender casi exclusivamente
de la participación en el mercado laboral si eres mayor de edad y formas parte
de la población “activa”.
Por tanto, se habla de
emancipación, se habla de autonomía, pero solo es una gran una falacia en el caso
de los intencionadamente llamados M.E.N.AS, una falacia que lleva incluso a
chavales a pagar la parte de la seguridad social de la empresa descontándola de
su propio salario para mantener el contrato y el empleo. Todo esto en el mejor
de los casos que ese trabajo exista y no sea solo una formalidad al servicio de
las mafias que venden contratos a precio de oro.
El drama aumenta cuando hay
permisos de residencia que no permiten currar, pese a tener la edad laboral. Hasta
hace poco era el caso de todos los concedidos a las personas extranjeras entre
16 y 18 años del sistema de protección de menores, siempre y cuando se les hubiera
podido tramitar por tener previamente el pasaporte, si no, ni eso. (Ahora, supuestamente, para los menores tutelados el permiso de residencia permite
trabajar gracias a la modificación legislativa de marzo de 2020, pero que se
está aplicando de forma precaria, y para nada es una realidad generalizada.)
Estos chavales y chavalas, por
supuesto que necesitan medidas de apoyo, y por supuesto que necesitan políticas
sociales que no les lleven al delito, a la repatriación o al re-encierro en
CIES, o cárceles, o en el mejor de los casos a dinámicas de dependencia con
ONGs y entidades sociales.
Pero como siempre, hay que afinar
el tiro para no desfondarse al intentar vaciar el mar de lágrimas a cubos
haciendo un trabajo que nos lleva, en el mejor de los casos a dar un marco
legal a la situación de semi-esclavitud y dependencia. Ciertamente se consigue algo
de sosiego y tranquilidad, pero muy difícilmente vivencias de autonomía,
emancipación, bienestar y felicidad.
Claro que hay elementos
destacables en la solidaridad y en el apoyo mutuo, y claro que el trabajo que
se ha hecho desde la disidencia política y desde los colectivos de base es
encomiable (el sindicato de manteros, los
colectivos de ex-menas catalanes, el trabajo de la red de Lavapiés, el
ferrocarril clandestino, la movilización por el cierre definitivo de los CIES, las
dinámicas de desobediencia civil en la acogida de personas en la costa
andaluza, el asilo constante y cotidiano en la parroquia San Carlos de Borromeo de Entrevías,
etc.) pero se echa en falta un análisis serio y profundo respecto a la situación
de la migración en el Estado para redefinir el propio sistema de protección de menores.
Protección y adultocracia.
La descompensación que se da
entre la realidad migrante del Estado y el sistema de protección que tenemos es
absoluta, y la adultocracia se expresa con fuerza.
Llevando al límite los postulados
que desarrollaban en el post de la
ilustrada vulneración de la infancia, a más desprotección y a más
desamparo, más Ley de Protección.
Y por tanto, más de todo lo
bueno, poco, entre otras cosas porque tiene fecha de caducidad y a nadie le gusta
que le quiten lo que ya le dieron, y más de todo lo malo, mucho, porque la red
de protección también está atravesada por los elementos racistas que conforman
nuestra sociedad y también por los elementos adultocéntricos que definen
siempre el cuidado de la infancia en dinámicas de dependencia y subordinación a
la vida adulta.
Podemos seguir alimentando la
fantasía occidental de que un niño o niña es esa personita cándida, que juega,
que va al cole, que estudia, que necesita amor y que en un contexto afectivo y
normativo crece sin pena ni gloria hasta llegar a la edad adulta de
reconocimiento social en la que entra en relación armoniosa con el sistema
social…
Más patraña, y más todavía si
fijamos la mirada en la infancia vulnerada, empobrecida, sin red social, con
color de piel cantoso y que se ha de buscar la vida porque nadie se la regala,
ni siquiera aquí, entre la opulencia.
Pocos chavales y chavalas
migrantes de más de 15 años encajan en el significante fabricado para la
infancia con el que dialogamos en esta sociedad. Y aún menos si tomamos
conciencia de que llevan en su existencia unos procesos vitales de gran impacto
emocional.
El abandono de su gente, el jugarse
la vida en sus viajes, el participar en dinámicas de explotación y trata, todo
esto da una madurez personal fruto de logros y duelos que tiene profundidad y
calado difícilmente comparable a las de los educadores y educadoras que se
encuentran en los centros recién salidos de la universidad.
Podemos hablar de resiliencia, y es
justo por ella por lo que tampoco encajan en el sistema de protección de
menores.
Si a la hora de reivindicar
políticamente y socialmente los derechos de las personas menores de edad migrantes
y denunciar el desamparo que se da en la mayoría de edad, estamos demandando más sistema de protección, tenemos un
problema.
Si algo está claro es la
incapacidad de dicho sistema para consolidar biografías solventes de promoción
social.
Es complicado porque estamos en
un momento que ciertos sectores están encontrando la amplificación de sus
postulados racistas hasta el punto de que incluso se puede llegar a cuestionar,
como en la foto, si los menores extranjeros son personas, y si se merecen el
amparo de nuestra red.
Son momentos de resistencia, pero
es importante que el trabajo político de defender lo básico no afiance unas
dinámicas de protección a la infancia contraproducentes y que afloran con todo
su dramatismo en la mayoría de edad de los y las jóvenes atrapadas en ellas.
Hay un elemento básico, que no me
cansaré de repetir, un modelo de protección que no se pone al servicio del proyecto
migratorio es una falacia prepotente.
Pensar que un sistema
institucional por sí solo tiene más capacidad de dar viabilidad a un proyecto
vital que una dinámica propia, más o menos precaria, pero que ha sido viable
hasta el punto de alcanzar, con todas las dificultades en el camino, el territorio
español, es de una ingenuidad que solo puede darse en la fantasía de quien vive
en una posición de privilegio.
Un sistema de protección que
aborta el proceso migratorio está abocado al fracaso porque no vale, ni
siquiera, como estación de servicio, como alto en el camino, porque las
dinámicas que genera son absolutamente inservibles para la vida adulta en esta
sociedad.
El marco artificial de un centro
de menores puede llegar a ser muy cuestionable para la infancia, pero es
absolutamente inviable en la edad adulta, a no ser que la asociación entre “menor en centro de menores” y “adulto/a inmigrante en centro de
internamiento” sea lo que se pretenda construir y afianzar en el simbólico
cultural.
Es inviable.
El drama de la mayoría de edad,
de forma precaria, se intenta aplacar por parte de la administración con algún
piso de “emancipación”, o con alguna otra alternativa habitacional temporal
(algunas ONGs pagan unas pocas semanas en hostales para estos chavales), pero
es a todas luces insuficiente.
En algunos casos, un poco más de
margen de tiempo puede ser significativo para el bienestar de los y las chavalas
(sobre todo si están a la espera de la documentación que se les debe tramitar,
y no siempre se hace, desde el centro de menores) pero en la mayoría de los
casos solo supone retrasar uno días la caída al abismo.
No hay ninguna solución que no
pase por reformar profundamente el sistema de amparo a las criaturas y ponerlo
al servicio de sus propios proyectos vitales, singulares, particulares,
potentes y con efectividad contrastada, pese a no tener los certificados de
calidad que tienen los centros.
Y esto pasa por poner, como decía,
el sistema de protección en relación, sinergia y colaboración con su dinámica
migratoria: De dónde vienen, a dónde van, que red social tienen y cómo
entienden su presencia en el territorio español, no pueden ser solamente elementos
descriptivos de su identidad migrante sino que debe fundamentar, definir y
determinar cualquier trabajo que se precie de acompañamiento y cuidado.
Los M.E.N.A.S y “El perro del hortelano”
Parece muy complejo, pero es
mucho más fácil y barato que sostener artificialmente una dinámica privativa de
libertad legitimada en el constructo de “menor no acompañado” que es definitorio
de un estatus legal en inferioridad, en vulneración de derechos, pese a que la
infancia sea un bien a proteger constantemente en boca de los políticos de
bien.
Se precisan, más que derechos de
infancia, políticas directas que sustancien dichos derechos.
Y sin cuento, con ética. Y sin
más ideología de la que reconoce la igualdad en los términos más básicos para
todos los seres humanos.
Los y las “menores" extranjeras necesitan que el sistema de protección trabaje para quitar ese adjetivo,
obviamente no en lo que se refiere a elementos culturales, pero sí respecto a la
vulneración de los derechos políticos en comparación a los de los niños y las niñas
“nacionales”.
Y se acciona justo el proceso
contrario, se promueven unas dinámicas de socialización en nuestra cultura
hegemónica, siempre desde la inferioridad (sistema educativo, sociedad de
consumo, movilidad), y a los 18 años son más “extranjeros” de lo que nunca habían
sido.
La regularización debiera ser
automática para todas las personas menores de edad que hayan pasado por el
sistema de protección de menores con derechos vitalicios equiparables a los de
la nacionalidad española.
El Estado, como “familia” encargada
de la tutela y de la guarda de estas criaturas, igual no sabe ni puede dar
afecto más allá de lo que se ofrece en la precariedad de los centros, pero papeles
podría dar sin problemas.
Y puestos a elegir, toda la
chavalería preferiría un estatus con garantías legales más que una intervención
socioeducativa por muy amable que esta sea.
Además, tendrían que ser
beneficiarios directos de las muchas o pocas ayudas sociales que pudiera haber,
en una discriminación positiva que sirviera para paliar y compensar las
dinámicas racistas de cara al acceso a los servicios públicos y al mercado
laboral.
El ingreso mínimo vital tendría
que ser de concesión automática al menos desde los 16 a 26 años,
independientemente de la situación laboral de cada momento.
Y el permiso de residencia y de
trabajo debiera concederse por 10 años, mínimo, y además debiera estar
vinculado al derecho a recibir una prestación como un elemento de protección
frente al sistema laboral.
Solo así se posibilitarán
itinerarios de participación en el mercado de trabajo que compatibilicen
procesos de formación y de cualificación profesional, de manera que la
explotación laboral y las mafias de contratación son sean la única manera de
permanecer en el país.
Y respecto a lo de “menor”
dejemos de asociarlo a una significación de discapacidad e inferioridad.
Un chaval o una chavala de 16
años, tiene capacidad de vivir de forma autónoma en régimen de libertad.
Un sistema de protección que
suministrara vivienda, más o menos apoyada en función de las necesidades concretas
de cada chico o chica, y aportara ingresos directos, monetarios o en especie, para
posibilitar la subsistencia en los años en los que el mercado laboral no da
espacio, sería mucho más educativo, integrador y emancipador que las dinámicas
infantilizadas de control social que se dan en centros.
Nada justifica la privación de
movilidad y libertad de los y las menores tuteladas, supone un elemento
estigmatizador que erosiona las pocas redes sociales que pueden activar y las
convierten en materia prima de un sistema que luego los y las desecha sin
remordimientos.
Los chavales y chavalas necesitan
esta libertad para ir poco a poco fabricándose su situación más allá de la
mayoría de edad, porque nadie puede ni debe hacer ese trabajo por ellos y ellas.
Es de responsabilidad social
acompañarlo y facilitarlo con respeto, incluso con reverencia por los valores
que en la mayoría de los casos representan, pero nunca usurpando procesos.
Estamos disimulando negligentemente amparo en un “ni
hago ni dejo hacer”, como “el Perro del hortelano, que no come ni deja comer”,
de Lope de Vega, muy español sí, pero profundamente insolidario y violento en
un marco de protección de derechos fundamentales.
“Efecto llamada”
Y por si queda alguien que acabe
el artículo aún instalado en la falacia del “efecto llamada”, que piense en las
llamadas explícitas y subvencionadas que se hacen con las medidas de apoyo al
turismo, la apertura de aeropuertos y terrazas, los ganchos en forma de campos
de golf, o la privatización de espacios naturales de todas para la venta al
mejor postor.
Esto sí es un efecto llamada
normalizado y pagado por todos y todas con nuestros impuestos. Y también es
racismo puro.
Porque, incluso, desde el
argumento prosaico la aportación al P.I.B, la aportación del trabajo migrante es
tanto o mayor que la del turismo (y además el turismo no se sostiene sin
trabajo migrante) por lo que ni siquiera en términos capitalistas se justifica el sufrimiento que supone todo esto en las vidas de tanta gente.
Me ha gustado, artículo sentido y pensado. Más corto, más lectores.
ResponderEliminarGracias. También por la sugerencia. Cantidad, calidad...vidas frenéticas, uno ya no sabe qué merece la pausa. Un saludo.
EliminarMuchas gracias por tu reflexión. Hablas creo, desde la experiencia, desde la empatía, y desde la justicia social. Personas como tú deberían ocupar puestos políticos que hicieran cambiar nuestra sociedad para hacerla más justa y por ende, más humana. Basta ya de seguir vendiéndose a los grandes poderes politicis y económicos que hacen creer, a la mayor parte de la población, que son los que generan trabajo y riqueza. La sociedad del bienestar, la verdadera riqueza, se construye con el trabajo y el esfuerzo colectivo y colaborativo de todas las personas sin ningún tipo de discriminación, incluso de aquellas que, por su situación de vulnerabilidad (enfermedad, incapacidad, ...) no puedan realizar un trabajo remunerado. Sólo se puede entender desde la solidaridad y la compasión que cualquier persona es valiosa por el simple hecho de serlo, y debe poder vivir con dignidad, y el Estado como garante superior, debe velar para que así sea.
ResponderEliminardiariocritico.com
ResponderEliminarMantenerse informados es esencial en un mundo en constante cambio. Conocer las últimas noticias y tendencias nos permite tomar decisiones informadas, ampliar nuestra perspectiva y estar preparados para cualquier desafío.