René Magritte: La voix du sang (1959)
#VueltaSegura
Llevo un par de meses tuiteando
bajo el hashtag #VueltaSegura, y lo que en un principio pudiera haber sido una
expectativa/reivindicación de cara a las responsables políticas para que se
tomaran en serio el comienzo de la escuela, de manera que el jolgorio de
terrazas y discotecas no acallara la voz de la comunidad educativa, ha
terminado siendo pudiendo ser una consigna vacía y contradictoria que precisa
algo de reflexión.
Porque lo de vuelta está claro,
muchos meses ya con el único espacio público explícitamente validado para la
infancia, las escuelas, cerradas a cal y canto, pero lo de la seguridad, se ha
de matizar, más si se pretende que la proclama sea un espacio de consenso y de
encuentro de las personas en empatía con las criaturas.
Seguridad social.
En mi cultura política las
cuestiones de seguridad eran las chungas.
Frente a las cuestiones sociales,
eran los partidos fachas los que querían ganar votos poniendo policías en todos
los barrios, la seguridad ciudadana se hacía a base de golpes y encierros,
barriendo del espacio público cualquier realidad que cuestionara el discurso
hegemónico.
Lo de la seguridad siempre ha
estado del lado del privilegio, y pocas veces ha servido como elemento vertebrador
que equilibrara la balanza de violencias y derechos.
Por lo contraposición lo social no participaba de la cultura
de la seguridad.
Lo de tener para comer, para
vivir, para estar y para compartir era graciable, te podía tocar o no, y en
todo caso, solo en la medida que participabas en el sistema de empleo y cotizabas a la seguridad social, a modo
de consumo de un producto público que adquirías como contraprestación al
aceptar una cotidianidad definida por la inseguridad de cobrar (o no) a fin de
mes, y la inseguridad emocional y afectiva respecto a qué pasaba con lo
importante mientras laborabas lo urgente.
La política de lo social siempre
ha sido reformista asumiendo que, en el mejor de los casos, solo se aspira a
quitar algo de presión a la existencia, sin embargo, la política de la
seguridad siempre ha sido efectiva, con leyes al servicio de las concertinas y
las cárceles.
Y cuando no ha sido suficiente,
ha habido los recursos precisos para alentar el miedo, de manera que se regara al
policía interior de cada una para que todas podamos ser agentes del orden
hegemónico, haciendo efectiva la construcción política de que la seguridad se
construye frente a la amenaza de otro.
¿Os imagináis, una ministra o una
secretaria de Estado de Seguridad que dijera que la amenaza más importante es
la fragmentación social y el individualismo letal?
¿Os imagináis que las políticas
de defensa y seguridad pasaran por favorecer el trabajo social comunitario,
integrando la soberanía alimentaria, las alternativas habitacionales, la
equidad en sexo y género y el privilegio de los procesos que sustentan la vida?
¿Podría ser que la respuesta
pasara siempre por lo necesario para preservar la seguridad emocional y
afectiva de las personas, a su vez necesaria para nutrir los ecosistemas
vitales de los elementos esenciales para la producción y reproducción del
bienestar?
Parece que no, pero eso no quita
que asumamos la patología dual de esta sociedad como una estructura inmutable.
Todas necesitamos seguridad, para
proteger nuestra integridad física, para tener el sosiego emocional que posible
desarrollar nuestros deseos, una seguridad de que a la gente que queremos y que
nos quiere no se les roba la vida en dinámicas de explotación y violencia.
Necesitamos una seguridad que nos
permita dialogar con el riesgo de manera autónoma, con la confianza de que se
van a respetar nuestros procesos de entrenamiento para una sociabilidad
autorregulada y comunitaria.
Y es por todo eso por lo que es
tan grave que en el imaginario la seguridad vaya de la mano de la porra: Nos
lleva a un desamparo social que provoca sufrimiento, ansiedad y malestar,
cuando no muerte y aniquilación, si se vive aplastada por el privilegio.
Y sí, con todo esto rondando,
como para tuitear alegremente #VueltaSegura.
Plan de contingencia.
Lo que toca es, como poco,
pararse a pensar a qué discurso de seguridad puede hacer referencia el hashtag de la vuelta al cole, desde
dónde se impulsa o qué se pretende conseguir, o lo que es lo mismo, analizar en
el contexto de la educación y de la pedagogía qué elementos están produciendo y
colaborando con una u otra concepción.
Para la vuelta a una escuela basada en el cuidado y en amparo,
hablar de “segura” sería una
redundancia. Volver al encuentro, al vínculo, a la relación, sería “seguro” para todas las personas, máxime
desde la experiencia de confinamiento y sociabilidad reducida y precaria que
han vivido las niñas, niños y adolescentes. Sería precisamente lo que necesitarían en un proceso
saludable.
Pero para la vuelta a una escuela intolerante al riesgo, definida
por protocolos que robotizan lo humano y que ha aprendido a disociar el
aprendizaje de la vida, hablar de “vuelta
segura” significa abundar en las estructuras de violencia y amenazar, aún
más, el desarrollo de la infancia en términos bienestar y salud.
Como cuenta Luisa Fuentes Guaza en su estupendo artículo en El Salto “¿la
escuela como régimen penitenciario?”, o como cuenta Víctor Bermúdez en el artículo “Una
educación con bozal” del Periódico Extremadura, vemos cómo podemos caer en
la contradicción (paradoja para unas y nueva
normalidad para otras) de, en un ejercicio de responsabilidad y desempeño
profesional para proteger la salud de la infancia, terminar violentando con
dinámicas represivas y carcelarias su existencia cotidiana, extirpando los
elementos básicos de la sociabilidad de su cotidianidad.
Además de hacer saber a los
diseñadores y ejecutores de estos protocolos, como si no lo supieran, que no
hay salud física sin salud emocional y afectiva, que la gente se muere de pena
tanto como de virus, y que la infancia se merece valentía para apostar por
ella, no queda otra que revisar el papel y la posición que cada uno y que cada
una está ocupando en la situación.
Es preciso denunciar el maltrato
y la complicidad de demasiados, y a la vez, buscar personas aliadas dispuestas
a poner el cuerpo en el acompañamiento responsable y entrañable.
Y por supuesto que hay mucha
molla entre los extremos, y que hay muchos mecanismos de compensación y
regulación para hacer de la necesidad virtud y de la virtud, necesidad, (aunque
no a coste cero para quienes se
esfuerzan por mantener la alianza con la infancia en estas circunstancias), pero
no deja de llamar la atención que un marco educativo, de escuela y de enseñanza
pueda adoptar una forma tan poco saludable para la comunidad que la integra.
Niñas y niños, pero también
docentes y familias que se sienten en un encargo social inconsistente e inasumible,
están viendo cómo en nombre de la seguridad, están yendo a una situación de
máxima vulnerabilidad e inseguridad, vivida en soledad y desamparo.
La guardería de la niñez.
En las situaciones en que se
presenta una amenaza fuerte, ya sea un virus o una guerra, que hace tambalear
los cimientos de una sociedad, la alianza con la vida ha de ser renovada e inquebrantable.
Y no se puede trabajar por el bienestar
social y la salud comunitaria definiendo e implementando estructuras de maltrato
a la infancia. Y que esto pueda hacerse en nombre de la educación es
vergonzoso.
Quizá una pandemia mundial sea el
momento apropiado para repudiar la educación como conjunto de normas y
procedimientos, el momento de diluir en ternura los límites pedagógicos y
rescatar de imaginario a la denostada “guardería”
como realidad inspiradora de una nueva escuela.
Hemos de guardar y salvaguardar lo
importante, y la escuela debe tener un papel fundamental en el proceso de
reapropiación de lo humano y en la defensa y protección de la niñez, aunque
esto pase por reinventarse con humildad y reconocer lo que haya de traición.
Igual es el momento de reconocer
que las ganas ilustradas de integrar elementos ajenos a la experiencia de las
criaturas, las ganas de diferenciar la crianza de la educación (¡Cómo si lo
segundo fuera más noble!), valorar más la estimulación temprana que un cambio
de pañal, o dar más importancia a la clase de matemáticas que al recreo
(reducido en casi todos los colegios e institutos con los protocolos COVID-19,
además de violado por todas las normas de distanciamiento físico y social) nos
han llevado a un lugar donde la vida se
escapa más que se guarda, a un lugar poblado por contenidos que no
contienen nada ni a nadie y hacen derramar y desperdiciar la curiosidad de las
criaturas y el impulso socializador de adolescentes y jóvenes.
Una curiosidad que no es otra cosa que el instinto de
supervivencia que te lleva más allá para encontrar nuevas soluciones a los
retos vitales, un impulso socializador y unas ganas de relacionarse que no son otra cosa que el instinto de
supervivencia que te hace buscar a la otra en una dinámica de apoyo mutuo
que sostiene y nutre.
Un instinto de supervivencia que se está contraviniendo, amenazando
y violentando cotidianamente en las aulas de nuestro país en medio de una
pandemia que pone en jaque a la vida, sumando otra paradoja más a la gestión de
lo que está pasando.
Por todo ello, una #VueltaSegura solo vale desde una
posición a la vez impugnadora como empática con la infancia, para que la
reivindicación no nos sea devuelta en forma de represión, barreras y protocolos,
que nos asfixien.
Y así promover una vuelta como quien regresa a un santuario
dónde lo importante nunca se despistó, imperturbable a los manejos interesados.
La vuelta a y de una escuela-guardería conectada con la
infancia y con sus necesidades.
Una vuelta que, en la medida que
participa una utopía de ética social, no puede ser regreso sino un avance, una
oportunidad, una renovación pedagógica que no admite más descuido.
La pandemia nos hace estar alertas,
replegar dinámicas y enfocarnos en lo imprescindible.
Y lo imprescindible es la salud
de la infancia.
Y es que si la infancia nos
importa hemos de guardarla, cuidarla y protegerla, en la escuela y de la
escuela, cuando ésta sirve a lo ajeno.
No debemos permitir que la
educación que desampara se perpetúe enmascarada con protocolos higienistas y
sanitarios, la necesitamos del lado de la vida.
Gracias Paco! Me sigue indignando que se siga buscando solución entre los muros de hormigón que aplastan y asfixian la creatividad infantil, que se siga buscando sitio y distancias de seguridad en donde nunca hubo un lugar para la infancia, que se siga queriendo imponer la misma lógica de una pedagógica reaccionaria y represiva en tiempos de urgente necesidad reflexiva e innovadora... Urge mirar hacia fuera, derribar muros, abrazar lo comunitario y dejar de mirar de una vez por todas el ombligo adulto para acercarse más y mejor a lo que es y será el valor más preciado de una sociedad, LA INFANCIA. Abrazo!
ResponderEliminarUna crisis sanitaria nos debiera orientar al cuidado, y esto, en términos educativos, siempre es una oportunidad, pero sí, parece que los protocolos del miedo están diseñados para que no podamos aprovecharla y crecer con ella. Un abrazo y gracias por leerme!
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