Toses, mocos y violencia contra la infancia.

  El invierno parece que llega a su fin y, como yo, supongo que muchas madres (y algún padre) podrían hacer un relato épico de cómo han gestionado los días en que sus criaturas han estado “malitas”, cómo han afrontado los días de después de noches sin dormir entre fiebres y toses. La aventura de conciliar (je,je…) el cuidado básico de la salud con las exigencias del guion, trabajo, coles, logística familiar, todo, en una búsqueda ansiosa de “la normalidad”. Que las cosas vuelvan pronto a su lugar porque, por lo visto, constiparse en invierno, compartir gripes y otros virus, debe ser algo tan excepcional para los que hacen las leyes que no precisa de ningún plan de contingencia. No hay plan “b”. A pelo año tras año, a pelo invierno tras invierno, afrontando una situación cotidiana y generalizable solo pudiendo tirar del privilegio o, cada vez menos, de lo poco que queda de la red social comunitaria. Privilegio masculino cuando la cosa solo se hace sostenible gracias a la media

Que corra el aire.

 


 

Conforme pasan los meses se consolidan las dinámicas de cierre y encierro, a la vida, cada vez más apretujada, le falta el aire.

 

Que corra en aire en las ciudades.

Mucho tiempo intentando dar sentido a la palabra “ciudadanía” para ahora dejarla en letargo.

Sin renunciar a reivindicar el derecho a la vivienda, la exigencia política de que todas y todos tengamos un espacio propio como denuncia la campaña #NoTenerCasaMata, y sin dejar de valorar todos los procesos íntimos fundamentales que precisan de un hogar para cultivar vínculos y hacer del cuidado algo efectivo, no podemos aceptar que la ciudad se convierta en un lugar lleno de compartimentos estancos, con un tránsito solo productivo y sin espacios de relación más allá del consumo. Y gracias. (ahora criticamos las terrazas, pero cuando las cañas también vengan por glovo, veremos).

Para muchas cosas, lo público, el espacio abierto es más saludable que el interior de nuestras guaridas, y corremos peligro de perderlo.

No podemos asumir la ciudad como solo un lugar de paso al servicio de los procesos capitalistas. Nos explotan la vida quitándonos el tiempo y también, cada vez más, el espacio.

Además, lo productivo es adulto y por definición está masculinizado, por lo que una ciudad regalada a ello es excluyente, no da lugar a los niños y niñas ni a las personas mayores, además de dejar fuera a otras muchas personas marginadas por habitar lo reproductivo.

La calle representa un lugar irrenunciable de lucha y de expresión de la disconformidad comunitaria, pero necesitamos también la calle como espacio de recreo. ¿qué sería de la infancia y la vejez sin los parques?

Que corra el aire para poder oxigenar las dinámicas sociales rutinarias atravesadas por el orden y la disciplina laboral y por unas estructuras de poder cada vez más interiorizadas.

Que corra el aire también para oxigenar las dinámicas de convivencia saturadas de darse en los espacios pequeños de los hogares que hemos heredado de la crisis hipotecaria y saturadas por la convivencia forzada al abortase tantos procesos de emancipación por la falta de expectativas y pecunia.

Una ciudad sin aire se hace irrespirable para mucha gente, y de nuevo la niñez como principal damnificada.

 

Que corra la gente en los parques y jardines.

¡Qué saludable está siendo la campaña de #NiUnParqueCerrado  y #AbramosLosParques por lo que implica de ejercicio de derechos y de expresar una ciudanía activa por el sentido común!

El aire libre, aún con la contaminación de las ciudades, es mucho más saludable que una casa. Para hablar, para comer, para quedar, para ligar y por supuesto para jugar. Todo ello esencial en la vida.

Una política activa en la pandemia pasaría por ir poco a poco ganando espacios al aire libre para la vida social, ganando todas en salud y en libertad.

Calles cerradas al tráfico, conciertos al aire libre en las esquinas, teatro de calle, reuniones de vecinas en el parque, wifis a porrillo para que la gente pudiera teletrabajar (o lo que necesite) sin encierro, en lugares abiertos...

Un ecosistema urbano que por mucho que esté desnaturalizado y sea producto de las lógicas extractivas no puede dar la espalda las necesidades de la gente, una ecología social que en la medida que cuida los espacios relacionales y el encuentro entre las personas, oxigena, a su vez, parte de lo que previamente ha asfixiado.

Un medio ambiente que sea cada vez más un medio natural para la vida y que cuide lo humano para que también sirva de vacuna contra el miedo y contra el control social que lo administra.

Y de nuevo la niñez, que deja de ser si no puede correr. 

 

Que corra el aire en la educación (encerrando no se educa)

Hace unos días publicaba El País una deprimente noticia de título por qué no se da clase en los parques que constataba lo que muchas decíamos, que pese a una pandemia, que pese a la masificación de las aulas, que pese al miedo de trabajadoras y familias, y que pese a que la educación entre protocolos sanitarios de deteriora, que pese a todo eso, las cosas iban a cambiar poco con la pandemia.

La educación está tan fosilizada, tan institucionalizada que una pandemia mundial solo la maquilla.

Unas mascarillas que tapan los ojos más que la boca, y que parece que pretenden dar una imagen sanitaria a una dinámica de por sí insalubre.

Necesitamos socialmente una apuesta por la salud y hubiéramos necesitado que la escuela, en alianza con la infancia y en el respeto del hacer profesional de sus trabajadores y trabajadoras, hubiera apostado radicalmente por una renovación pedagógica, que más allá de los procesos de enseñanza y aprendizaje, es imprescindible para el bienestar de nuestras criaturas.

Claro que hay burocracia, que las estructuras son difíciles de cambiar, pero si la covid-19 ha significado algo es más protocolo, más burocracia y menos flexibilidad, de manera que nos hacen estar en un todo o nada, un como siempre o una tele-educación-basura que deja fuera a muchas y que además es imposible de compatibilizar con la vida familiar.

Más allá de apuntarnos la victoria que supone que las aulas estén abiertas, y que los niños y niñas vuelvan a serlo después de haber mutado su condición de supercontagiadores y de emisarios del apocalipsis, no puedo más que entristecerme por la derrota de celebrar como bueno que todo sea tan malo como antes.

De la esperanza de experimentar con propuestas alternativas, bosques escuelas o lo que sea, o simplemente clases en el parque y en los patios.

De la necesidad de que corriera el aire en la educación para hacer volar por los aires las metodologías anacrónicas y los libros de texto casposos a que nos conformemos con solo ventilar un poco las aulas.

Y conforme llegue el Aire del Norte, como en el “Mago de Oz”, ni eso, se irán cerrando ventanas hasta que quede solo abierta la del Windows del Pc. (En la universidad ya están ahí, como si todo fuera jolgorio y desenfreno y no fueran capaces ni de cumplir unas normas básicas de funcionamiento)

Alguien debiera re-visionar el “Club de los poetas muertos” para recordar que, aun con fresquito, se podía declinar el latín paseando.

Una educación sin aire valdrá para conciliar, valdrá para cobrar a fin de mes, valdrá para confinar a la infancia, pero no es válida porque niega a quien se debe y violenta la vida de las criaturas.

 

Que corra el aire en el mercado laboral.

Que corra el aire entre lo productivo y lo reproductivo para que se ventile la vida en sociedad, para que podamos respirar mientras nos cuidamos, para que la economía pase a ser una econo-nuestra al servicio de bien común y del bienestar.

No podemos dejar más tiempo el monopolio de la subsistencia al el mercado laboral, alimentando año tras año la quimera del pleno empleo como única vía posible para garantizar los derechos sociales presentes y futuros. Ni una pandemia parece que pueda enmendar la falacia.

La última oferta ha sido 800.000 empleos (además subsidiados por el Fondo Europeo) para los próximos 3 años. Pues vale.

En un momento de repliegue a lo privado, como respuesta de emergencia a la insuficiencia de los servicios públicos y privatizados, para intentar cubrir las necesidades de siempre y las nuevas que aparecen con la Covid-19, en un momento de parón económico que hace que externalizar los cuidados no salga a cuenta, de nuevo, seguimos metiendo dinero público a una estructura centrifugadora de personas e ineficiente en la creación de valor socialmente útil. Pues vale.

Ya no la conciliación, sino todo el trabajo imprescindible de sostenimiento de la vida vuelve a estar encarnado por mujeres, madres, precarias, fuera de una economía formal a la que difícilmente van a poder volver en un contexto de desempleo y de confinamiento, como describe Luisa Fuentes Guaza en su artículo de El salto “Quiénes y cómo estamos cuidando”

¿Qué más hace falta para entender que hay que nutrir el espacio de cuidados con recursos directos? El aire, el oxígeno, la supervivencia está ahí, en la relación, en la interdependencia con las personas con las que se convive, en la experiencia personal y colectiva de comunidad, y sin embargo, nos toca aguantar la respiración en un lugar descuidado, saturado, precarizado y vulnerado para salir asfixiadas, sin entusiasmo ni reservas, a un mercado laboral que devuelve menos de lo que pide.

Y aun así, seguimos cebándolo en un imaginario del progreso social, ERTES que celebran más los empresarios que las trabajadoras, teletrabajos que adoran la quimera de la conciliación, y sectores económicos que llegan a modular las medidas sanitarias en función de lo que están dispuestos a ganar y perder.

Y lo público, mientras, pasando el Rato, como con Bankia, pagando la cuenta mientras promueve que la vida se sumerja sin oxígeno lastrada por el peso de la necesidad.

Y sí, esta semana han prometido, por fin, un avance legislativo hacia “igual empleo, igual salario” para paliar, ¿erradicar? la vergonzosa brecha salarial, pero airear la punta del iceberg no necesariamente va a transformar a la base de feminización de la pobreza que sostiene nuestra sociedad.

Ojalá corra el aire, y que al menos, quienes cuiden, bien porque quieran, bien porque puedan, o bien porque no tengan más remedio, puedan respirar, porque sin ello lo productivo no es más que la fantasía del privilegio.

Un mercado laboral sin aire es el que se autoafirma en cada suspiro, en la prepotencia de su autosuficiencia para robotizar la vida a servicio de lo ajeno.

 

Que corra el aire en la política institucional (y no para ondear banderas)

En la política real ya nos apañaremos como podamos, como siempre…

Pero lo de la política institucional es de escándalo, como siempre también, pero ahora más, jugándose la vida de la gente, bueno, como siempre también…

Entre los que se envuelven en banderas y cánticos para proclamar sus monsergas y los políticos de orden que se esconden en protocolos, cada vez más totalitarios y más exhaustivos para no dejar cabo suelto que pueda ponerlos en evidencia, estamos apañadas.

Están dejando muy poco espacio para la creatividad y el sentido común. Y lo necesitamos.

En una política de titular, de ver quién sale en la foto y de qué manera, nadie asume responsabilidades, nadie se atreve a gestionar el riesgo. Todas las medidas terminan siendo muy conservadoras.

Se recorren solo caminos conocidos: El apoyo incondicional a las empresas y a la sociedad de consumo y la restricción de libertades. Se delega en protocolos lo que es responsabilidad de las personas, incluso llegando el caso, promoviendo y amplificando la irresponsabilidad de unos pocos para encontrar más legitimación a la hora de aplicar medidas restrictivas de la sociabilidad.(¿Podemos acuñar ya el término de política de botellón?)

Y mientras tanto, llenando playas y parques con banderas. Ellos sabrán qué mensaje quieren enviar, a mí solo me genera rechazo y enfado por ver cómo instrumentalizan un dolor que no les pertenece.

La máxima de que más vale prevenir que curar vale si con la prevención se aumenta la capacidad de respuesta y resistencia de la gente y de la comunidad, pero si la prevención es una injerencia a la salud, por encierros injustificados, por protocolos ajenos, y sobre todo, por una desconfianza absoluta en la gestión de la salud que pueda hacer cada uno y cada una, la propuesta más que prevenir supone una doble enfermedad y una doble victimización.

El aislamiento y el miedo dan lugar a patologías mentales. Y no es la mejor manera de afrontar los estados agudos de la enfermedad covid-19. Nos vemos obligadas a dar una respuesta en unas malas condiciones personales y sociales, cuando podría ser de otra manera si se respetaran las dinámicas afectivas y los procesos vitales de la gente.

Hablan de resiliencia sin tener ni idea de lo que es, pero lo que es seguro es que así no se cultiva.

No hay alternativa que no pase por el empoderamiento y la responsabilidad de la gente, no hay crisis que se supere desde arriba. Es una grave irresponsabilidad política gestionarla como si de ellos dependiera el éxito o el fracaso, en una pelea por las medallas y las condecoraciones que poco o nada ayudan al bienestar de gente.

Lo he repetido varias veces en el blog, pero ¡Qué daño está haciendo que la política integre el modelo militar, de trincheras, de héroes y villanos y de proclamas patrióticas vacías de contenido!

Y qué daño el desamparo de la dimensión social y comunitaria de la pandemia.

Hay mucho más en juego que la valentía o la cobardía de los gobernantes. Debían empezar por saber qué suelo que están pisando, asumir la responsabilidad que les va en el sueldo, y ser conscientes que sus movidas partidistas nos las traen al pairo.

Solo una política aireada y oxigenada tendrá alguna posibilidad de conectar con la vocación de servicio público.

 

Que corra el aire en la ciencia y en la medicina.

Parece que la ciencia avala la gestión de la pandemia, pero ésta está atendiendo antes a consideraciones políticas, sociológicas y económicas que médicas.

Cuando desde lo institucional se habla de las especialistas, epidemiólogas o médicas, se está apelando a las estructuras de poder filtradas en la academia y en los colegios profesionales, con largos currículos de servicio al estatus quo, en en demasiadas ocasiones han hecho y hacen de voceros del régimen.

Porque si hablamos de ciencia viva, de investigación, de evidencias y descubrimientos, son múltiples los medios acreditados y entidades de referencia que están difundiendo planteamientos que enmiendan sus bases científicas en las que dicen fundamentar la gestión institucional de la pandemia.

A modo de ejemplo:

José Luis Jiménez, especialista en aerosoles de la Universidad de Colorado, “Cerrar parques y abrir bares es un desastre, la gran mayoría de los contagios es en interiores” (El país, 09.10.20)

O el estupendo artículo de Diana Oliver y Adrián Cordellat, también en El país, “¿Tiene justificación científica la fijación con los parques infantiles en las medidas para frenar la covid?” publicado el 12.10.20, en el que se hace eco del trabajo de los médicos Javier Padilla, autor de “epidemocracia”, respecto a la gestión política de la epidemia y del trabajo del doctor Juan Antonio Ortega, coordinador del Comité de Salud Medioambiental de la Asociación Española de Pediatría (AEP) y director de la Unidad de Salud Medioambiental Pediátrica del Hospital Clínico Universitario Virgen de la Arrixaca de Murcia, que critica los planteamientos higienistas de una sanidad anacrónica y que promueve la inspiradora propuesta de #AireLimpio para los centros educativos y sociales.

Y por último, como referencia fundamental, y además centrada en la pediatría, Jose María Paricio, referente de una medicina para el cuidado de las criaturas, manifiesta:“La infancia es un estrato de la población que prácticamente no se contagia ni contagia a otros, que padece la enfermedad habitualmente de modo muy leve y juega un papel muy poco relevante en la evolución de la pandemia covid», rompiendo con toda la fundamentación edadista de las medidas socio-sanitarias implementadas en todas las comunidades autónomas y que están vertebrando la convivencia en los centros educativos. Lo podéis escuchar en la ponencia de la formación en ecología de la infancia, del Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal, que generosamente han puesto en abierto.

En cualquier caso, nadie dice que privilegiar el encierro frente a la vida en los espacios abiertos sea buena idea, que privilegiar la movilidad de las trabajadoras frente a la movilidad de ocio y de re-encuentro ayude a frenar la pandemia, o que forzar la convivencia en espacios pequeños, oficinas y casas, sea más saludable que habilitar lugares al aire libre como parques calles cerradas al tráfico.

Y ahora parece que llega el momento de las pequeñas conquistas, cuando ya se ha cerrado el plazo para la impugnación del paradigma y la respuesta a la crisis está adquiriendo cartacterísticas de institucionalización. (la gente hace lo que hace, sin saber por qué lo hace y lo justifica con los argumentos con los que han sido bombardeadas). Aún así, aprovecharemos cualquier grieta, confiando que la vida se abrirá paso.

Una ciencia y una medicina que no respira en el cuerpo social solo puede llegar a controlar la vida, nunca a cultivarla.

 

Pues con todo esto, que corra el aire y nos encuentre en nuestra necesidad de anhelar e inhalar un futuro saludable.

Salud.

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