Conforme pasan los meses se consolidan las dinámicas de cierre y encierro, a la vida, cada vez más apretujada, le falta el aire.
Que corra en aire en las
ciudades.
Mucho tiempo intentando dar
sentido a la palabra “ciudadanía” para ahora dejarla en letargo.
Sin renunciar a reivindicar el
derecho a la vivienda, la exigencia política de que todas y todos tengamos un
espacio propio como denuncia la campaña #NoTenerCasaMata,
y sin dejar de valorar todos los procesos íntimos fundamentales que precisan de
un hogar para cultivar vínculos y hacer del cuidado algo efectivo, no podemos
aceptar que la ciudad se convierta en un lugar lleno de compartimentos
estancos, con un tránsito solo productivo y sin espacios de relación más allá del
consumo. Y gracias. (ahora criticamos las terrazas, pero cuando las cañas
también vengan por glovo, veremos).
Para muchas cosas, lo público, el
espacio abierto es más saludable que el interior de nuestras guaridas, y
corremos peligro de perderlo.
No podemos asumir la ciudad como
solo un lugar de paso al servicio de los procesos capitalistas. Nos explotan la
vida quitándonos el tiempo y también, cada vez más, el espacio.
Además, lo productivo es adulto y
por definición está masculinizado, por lo que una ciudad regalada a ello es
excluyente, no da lugar a los niños y niñas ni a las personas mayores, además de
dejar fuera a otras muchas personas marginadas por habitar lo reproductivo.
La calle representa un lugar
irrenunciable de lucha y de expresión de la disconformidad comunitaria, pero necesitamos
también la calle como espacio de recreo. ¿qué sería de la infancia y la vejez
sin los parques?
Que corra el aire para poder
oxigenar las dinámicas sociales rutinarias atravesadas por el orden y la
disciplina laboral y por unas estructuras de poder cada vez más interiorizadas.
Que corra el aire también para
oxigenar las dinámicas de convivencia saturadas de darse en los espacios
pequeños de los hogares que hemos heredado de la crisis hipotecaria y saturadas por la
convivencia forzada al abortase tantos procesos de emancipación por la falta de
expectativas y pecunia.
Una ciudad sin aire se hace irrespirable para mucha gente, y de nuevo
la niñez como principal damnificada.
Que corra la gente en los parques y jardines.
¡Qué saludable está siendo la
campaña de #NiUnParqueCerrado y #AbramosLosParques
por lo que implica de ejercicio de derechos y de expresar una ciudanía activa
por el sentido común!
El aire libre, aún con la
contaminación de las ciudades, es mucho más saludable que una casa. Para hablar,
para comer, para quedar, para ligar y por supuesto para jugar. Todo ello
esencial en la vida.
Una política activa en la
pandemia pasaría por ir poco a poco ganando espacios al aire libre para la vida
social, ganando todas en salud y en libertad.
Calles cerradas al tráfico,
conciertos al aire libre en las esquinas, teatro de calle, reuniones de vecinas
en el parque, wifis a porrillo para que la gente pudiera teletrabajar (o lo que
necesite) sin encierro, en lugares abiertos...
Un ecosistema urbano que por
mucho que esté desnaturalizado y sea producto de las lógicas extractivas no
puede dar la espalda las necesidades de la gente, una ecología social que en la
medida que cuida los espacios relacionales y el encuentro entre las personas, oxigena,
a su vez, parte de lo que previamente ha asfixiado.
Un medio ambiente que sea cada
vez más un medio natural para la vida y que cuide lo humano para que también sirva
de vacuna contra el miedo y contra el control social que lo administra.
Y de nuevo la niñez, que deja de ser si no puede correr.
Que corra el aire en la
educación (encerrando no se educa)
Hace unos días publicaba El País una deprimente noticia de título
por
qué no se da clase en los parques que constataba lo que muchas decíamos,
que pese a una pandemia, que pese a la masificación de las aulas, que pese al
miedo de trabajadoras y familias, y que pese a que la educación entre protocolos
sanitarios de deteriora, que pese a todo eso, las cosas iban a cambiar poco con la
pandemia.
La educación está tan fosilizada,
tan institucionalizada que una pandemia mundial solo la maquilla.
Unas mascarillas que tapan los
ojos más que la boca, y que parece que pretenden dar una imagen sanitaria a una
dinámica de por sí insalubre.
Necesitamos socialmente una
apuesta por la salud y hubiéramos necesitado que la escuela, en alianza con la
infancia y en el respeto del hacer profesional de sus trabajadores y
trabajadoras, hubiera apostado radicalmente por una renovación pedagógica, que
más allá de los procesos de enseñanza y aprendizaje, es imprescindible para el
bienestar de nuestras criaturas.
Claro que hay burocracia, que las
estructuras son difíciles de cambiar, pero si la covid-19 ha significado algo
es más protocolo, más burocracia y menos flexibilidad, de manera que nos hacen
estar en un todo o nada, un como siempre o una tele-educación-basura que
deja fuera a muchas y que además es imposible de compatibilizar con la vida
familiar.
Más allá de apuntarnos la
victoria que supone que las aulas estén abiertas, y que los niños y niñas
vuelvan a serlo después de haber mutado su condición de supercontagiadores y de
emisarios del apocalipsis, no puedo más que entristecerme por la derrota de celebrar como bueno que todo sea tan malo como antes.
De la esperanza de experimentar
con propuestas alternativas, bosques
escuelas o lo que sea, o simplemente clases en el parque y en los patios.
De la necesidad de que corriera el aire en la educación para hacer volar por los aires las
metodologías anacrónicas y los libros de texto casposos a que nos conformemos con solo ventilar un poco las aulas.
Y conforme llegue el Aire del Norte, como en el “Mago de Oz”, ni eso, se irán cerrando ventanas hasta que
quede solo abierta la del Windows del Pc. (En la universidad ya están ahí, como
si todo fuera jolgorio y desenfreno y no fueran capaces ni de cumplir unas
normas básicas de funcionamiento)
Alguien debiera re-visionar el “Club de los poetas muertos” para
recordar que, aun con fresquito, se podía declinar el latín paseando.
Una educación sin aire valdrá para conciliar, valdrá para cobrar a fin
de mes, valdrá para confinar a la infancia, pero no es válida porque niega a quien se debe y violenta
la vida de las criaturas.
Que corra el aire en el mercado
laboral.
Que corra el aire entre lo
productivo y lo reproductivo para que se ventile la vida en sociedad, para que
podamos respirar mientras nos cuidamos, para que la economía pase a ser una econo-nuestra al servicio de bien común
y del bienestar.
No podemos dejar más tiempo el
monopolio de la subsistencia al el mercado laboral, alimentando año tras año la
quimera del pleno empleo como única vía posible para garantizar los derechos sociales
presentes y futuros. Ni una pandemia parece que pueda enmendar la falacia.
La
última oferta ha sido 800.000 empleos (además subsidiados por el Fondo
Europeo) para los próximos 3 años. Pues vale.
En un momento de repliegue a lo
privado, como respuesta de emergencia a la insuficiencia de los servicios públicos y
privatizados, para intentar cubrir las necesidades de siempre y las nuevas que aparecen
con la Covid-19, en un momento de parón económico que hace que externalizar los
cuidados no salga a cuenta, de nuevo, seguimos metiendo dinero público a una estructura
centrifugadora de personas e ineficiente en la creación de valor socialmente
útil. Pues vale.
Ya no la conciliación, sino todo el trabajo imprescindible de sostenimiento
de la vida vuelve a estar encarnado por mujeres, madres, precarias, fuera de una economía
formal a la que difícilmente van a poder volver en un contexto de desempleo y
de confinamiento, como describe Luisa Fuentes Guaza en su artículo de El salto “Quiénes
y cómo estamos cuidando”
¿Qué más hace falta para entender que hay que nutrir
el espacio de cuidados con recursos directos? El aire, el oxígeno, la supervivencia
está ahí, en la relación, en la interdependencia con las personas con las que
se convive, en la experiencia personal y colectiva de comunidad, y sin embargo,
nos toca aguantar la respiración en un lugar descuidado, saturado, precarizado
y vulnerado para salir asfixiadas, sin entusiasmo ni reservas, a un mercado
laboral que devuelve menos de lo que pide.
Y aun así, seguimos cebándolo en
un imaginario del progreso social, ERTES que celebran más los empresarios que
las trabajadoras, teletrabajos que adoran la quimera de la conciliación, y
sectores económicos que llegan a modular las medidas sanitarias en función de
lo que están dispuestos a ganar y perder.
Y lo público, mientras, pasando
el Rato, como
con Bankia, pagando la cuenta mientras promueve que la vida se sumerja sin
oxígeno lastrada por el peso de la necesidad.
Y sí, esta semana han prometido,
por fin, un avance legislativo hacia “igual empleo, igual salario” para paliar,
¿erradicar? la vergonzosa brecha salarial, pero airear la punta del iceberg no
necesariamente va a transformar a la base de feminización de la pobreza que
sostiene nuestra sociedad.
Ojalá corra el aire, y que al menos,
quienes cuiden, bien porque quieran, bien porque puedan, o bien porque no
tengan más remedio, puedan respirar, porque sin ello lo productivo no es más
que la fantasía del privilegio.
Un mercado laboral sin aire es el que se autoafirma en cada suspiro, en
la prepotencia de su autosuficiencia para robotizar la vida a servicio de lo
ajeno.
Que corra el aire en la
política institucional (y no para ondear banderas)
En la política real ya nos
apañaremos como podamos, como siempre…
Pero lo de la política
institucional es de escándalo, como siempre también, pero ahora más, jugándose
la vida de la gente, bueno, como siempre también…
Entre los que se envuelven en
banderas y cánticos para proclamar sus monsergas y los políticos de orden que se
esconden en protocolos, cada vez más totalitarios y más exhaustivos para no
dejar cabo suelto que pueda ponerlos en evidencia, estamos apañadas.
Están dejando muy poco espacio
para la creatividad y el sentido común. Y lo necesitamos.
En una política de titular, de
ver quién sale en la foto y de qué manera, nadie asume responsabilidades, nadie
se atreve a gestionar el riesgo. Todas las medidas terminan siendo muy
conservadoras.
Se recorren solo caminos
conocidos: El apoyo incondicional a las empresas y a la sociedad de
consumo y la restricción de libertades. Se delega en protocolos lo que es
responsabilidad de las personas, incluso llegando el caso, promoviendo y
amplificando la irresponsabilidad de unos pocos para encontrar más legitimación
a la hora de aplicar medidas restrictivas de la sociabilidad.(¿Podemos acuñar ya el término de política de botellón?)
Y mientras tanto, llenando playas y
parques con banderas. Ellos sabrán qué mensaje quieren enviar, a mí solo me
genera rechazo y enfado por ver cómo instrumentalizan un dolor que no les
pertenece.
La máxima de que más vale prevenir que curar vale si con
la prevención se aumenta la capacidad de respuesta y resistencia de la gente y
de la comunidad, pero si la prevención es una injerencia a la salud, por
encierros injustificados, por protocolos ajenos, y sobre todo, por una desconfianza
absoluta en la gestión de la salud que pueda hacer cada uno y cada una, la
propuesta más que prevenir supone una doble enfermedad y una doble victimización.
El aislamiento y el miedo dan
lugar a patologías mentales. Y no es la mejor manera de afrontar los estados agudos de la
enfermedad covid-19. Nos vemos obligadas a dar una respuesta en unas malas
condiciones personales y sociales, cuando podría ser de otra manera si se respetaran las dinámicas afectivas y los procesos vitales de la gente.
Hablan de
resiliencia sin tener ni idea de lo que es, pero lo que es seguro es que así no
se cultiva.
No hay alternativa que no pase por
el empoderamiento y la responsabilidad de la gente, no hay crisis que se supere
desde arriba. Es una grave irresponsabilidad política gestionarla como si de
ellos dependiera el éxito o el fracaso, en una pelea por las medallas y las
condecoraciones que poco o nada ayudan al bienestar de gente.
Lo he repetido varias veces en el blog, pero ¡Qué daño está haciendo que la política integre el
modelo militar, de trincheras, de héroes y villanos y de proclamas patrióticas
vacías de contenido!
Y qué daño el desamparo de la
dimensión social y comunitaria de la pandemia.
Hay mucho más en juego que la
valentía o la cobardía de los gobernantes. Debían empezar por saber qué suelo que
están pisando, asumir la responsabilidad que les va en el sueldo, y ser
conscientes que sus movidas partidistas nos las traen al pairo.
Solo una política aireada y oxigenada tendrá alguna posibilidad de
conectar con la vocación de servicio público.
Que corra el aire en la ciencia
y en la medicina.
Parece que la
ciencia avala la gestión de la pandemia, pero ésta está atendiendo antes a
consideraciones políticas, sociológicas y económicas que médicas.
Cuando desde lo institucional se habla de las especialistas,
epidemiólogas o médicas, se está apelando a las estructuras de poder filtradas en la academia y en los colegios profesionales, con largos currículos
de servicio al estatus quo, en en demasiadas ocasiones han hecho y hacen de voceros del régimen.
Porque si hablamos de ciencia viva, de
investigación, de evidencias y descubrimientos, son múltiples los medios acreditados y entidades
de referencia que están difundiendo planteamientos que enmiendan sus bases
científicas en las que dicen fundamentar la gestión institucional de la pandemia.
A modo de ejemplo:
José Luis Jiménez, especialista
en aerosoles de la Universidad de Colorado, “Cerrar parques y abrir bares es un
desastre, la gran mayoría de los contagios es en interiores” (El país,
09.10.20)
O el estupendo artículo de Diana
Oliver y Adrián Cordellat, también en El país, “¿Tiene
justificación científica la fijación con los parques infantiles en las medidas
para frenar la covid?” publicado el 12.10.20, en el que se hace eco del
trabajo de los médicos Javier
Padilla, autor de “epidemocracia”,
respecto a la gestión política de la epidemia y del trabajo del doctor Juan Antonio Ortega, coordinador
del Comité de Salud Medioambiental de la Asociación Española de Pediatría (AEP)
y director de la Unidad de Salud Medioambiental Pediátrica del Hospital Clínico
Universitario Virgen de la Arrixaca de Murcia, que critica los planteamientos higienistas
de una sanidad anacrónica y que promueve la inspiradora propuesta de #AireLimpio
para los centros educativos y sociales.
Y por último, como referencia
fundamental, y además centrada en la pediatría, Jose María Paricio, referente de
una medicina para el cuidado de las criaturas, manifiesta:“La infancia es un estrato de la población que prácticamente no se
contagia ni contagia a otros, que padece la enfermedad habitualmente de modo
muy leve y juega un papel muy poco relevante en la evolución de la pandemia
covid», rompiendo con toda la fundamentación edadista de las medidas socio-sanitarias
implementadas en todas las comunidades autónomas y que están vertebrando la convivencia
en los centros educativos. Lo podéis escuchar en la
ponencia de la formación en ecología de la infancia, del Instituto Europeo de
Salud Mental Perinatal, que generosamente han puesto en abierto.
En cualquier caso, nadie dice que
privilegiar el encierro frente a la vida en los espacios abiertos sea buena
idea, que privilegiar la movilidad de las trabajadoras frente a la movilidad de
ocio y de re-encuentro ayude a frenar la pandemia, o que forzar la convivencia en
espacios pequeños, oficinas y casas, sea más saludable que habilitar lugares al
aire libre como parques calles cerradas al tráfico.
Y ahora parece que llega el momento de las pequeñas conquistas, cuando ya se ha cerrado el plazo para la impugnación del paradigma y la respuesta a la crisis está adquiriendo cartacterísticas de institucionalización. (la gente hace lo que hace, sin saber por qué lo hace y lo justifica con los argumentos con los que han sido bombardeadas). Aún así, aprovecharemos cualquier grieta, confiando que la vida se abrirá paso.
Una ciencia y una medicina que no respira en el cuerpo social solo puede
llegar a controlar la vida, nunca a cultivarla.
Pues con todo esto, que corra el aire y
nos encuentre en nuestra necesidad de anhelar e inhalar un futuro saludable.
Salud.
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