Toses, mocos y violencia contra la infancia.

  El invierno parece que llega a su fin y, como yo, supongo que muchas madres (y algún padre) podrían hacer un relato épico de cómo han gestionado los días en que sus criaturas han estado “malitas”, cómo han afrontado los días de después de noches sin dormir entre fiebres y toses. La aventura de conciliar (je,je…) el cuidado básico de la salud con las exigencias del guion, trabajo, coles, logística familiar, todo, en una búsqueda ansiosa de “la normalidad”. Que las cosas vuelvan pronto a su lugar porque, por lo visto, constiparse en invierno, compartir gripes y otros virus, debe ser algo tan excepcional para los que hacen las leyes que no precisa de ningún plan de contingencia. No hay plan “b”. A pelo año tras año, a pelo invierno tras invierno, afrontando una situación cotidiana y generalizable solo pudiendo tirar del privilegio o, cada vez menos, de lo poco que queda de la red social comunitaria. Privilegio masculino cuando la cosa solo se hace sostenible gracias a la media

Maradona, masculinidad hegemónica y cultura pop.

 


Difícil no verse impactado por la resonancia social de la muerte de Maradona: redes sociales, infinitos artículos y, además, si la vista consigue llegar al otro lado del atlántico, la emoción, la catarsis colectivizada de tanta gente.

Imposible de ningunear y, aún menos, si se valora el sentir a flor de piel como una forma óptima de transitar. Un abrazo sincero desde aquí al Pueblo argentino.

Y todo se vuelve aún más potente cuando tomamos conciencia de que el motivo de tan rica expresión es el homenaje a una persona, a un genio del fútbol, que frecuentemente se relacionaba con el mundo, y con las personas de su alrededor, en base a conductas delictivas, a maltratos y abusos, como describe Begoña Gómez en su artículo del suplemento de ¿Moda? del País.

Todo esto ha pasado un 25 de noviembre, fecha significativa que ya tenía un luto reservado, el recuerdo doloroso de todas las mujeres asesinadas por hombres, 1074 desde 2003 y 41 en lo que va de año, y fecha en la que se concreta un trabajo feminista de denuncia, sensibilización y autodefensa frente a esta realidad que convive con nosotros.

Complicado no asociar ambos acontecimientos, y de hecho, me temo que ya han quedado históricamente vinculados, lo que no va a ayudar ni al feminismo ni al antipunitivismo.

Cada 25 de noviembre, la denuncia del asesinato machista competirá mediáticamente con “el no es para tanto” y con “nadie es perfecto” o con la trivialización de los excesos ¿delitos? por parte de los que reivindiquen la memoria de aquél que les hizo soñar. (Y que no están dispuestos a dejarse emborronar sus recuerdos con el corta-rollos de una realidad que se cuenta en lápidas)

El problema no está tanto en cómo hacer convivir las ilusiones y las ensoñaciones con la materialidad de la existencia, con el sufrimiento cotidiano y real de tantas, sino el problema está en que una construcción sociocultural basada en el mito, y en su rendimiento económico, pueda llegar a redefinir el marco de diálogo y disputa respecto a la violencia masculina, llegando incluso a enmendarla e instrumentalizarla para consolidar los privilegios masculinos.

Y esto va acompañado de una emoción que abre la puerta al indulto íntimo de mucho de lo que representan los hombres en su ejercicio patriarcal.

Llevamos tiempo combatiendo discursos, partidos y políticas que niegan la existencia de la violencia machista, falacia que se sigue alimentando por su rédito político pero que es fácilmente desmontable con datos y argumentos, tenemos hasta un ministerio afanado en ello, y hoy por hoy, y sobre todo el 25N, no hay político de izquierdas que no levante la voz por la causa.

Pero una vez más, la voz, la ideología y el discurso, tiembla cuando la emoción explota, y hasta aquellos que se caracterizan por hacer causa común en los retos de una época, y sin duda la erradicación de la impunidad social respecto al ejercicio de la violencia contra las mujeres es uno de ellos, enmiendan la plana al dolor y a la lucha para renovar la alianza con el patriarcado y con su condición masculina, eligiendo la complicidad de un fútbol y de un disfrute compartido, antes de una empatía con esa lucha feminista tan mentada y manoseada.

A modo de ejemplo, y miles habrá, coincidieron en el tiempo (y en el Consejo de Ministros) las lágrimas de rabia y frustración por no poder hacer mucho en contra de unos asesinatos de explicación patriarcal y capitalista, con un homenaje sentido y aplaudido, incluso diría que sincero, a una persona y a un personaje, a un hombre, que encarna muchos de los valores que directamente tienen que ver con el privilegio y abuso de poder que define el marco de violencia y masculinidad.

“Imperfecto como nosotros”, decía Iñigo Errejón en un tuit, en un afán de pertenencia a su legado, aunque el precio que haya que pagar sea la identificación con aquello que queremos erradicar, en una emoción que lleva a disolver la culpa y al indulto.

¿Por qué no un rechazo claro y contundente a una imperfección que se traduce en daño a las demás? ¿Y por qué no sale sola, de forma natural esa denuncia?

Es de agradecer que se opte por la sinceridad en la comunicación política, mejor que hablar desde una impostura o un artificio solo políticamente correcto, pero nos asoma al abismo y nos hace ver que aún queda mucho camino por recorrer si la imperfección del maltrato es un espacio de complicidad masculina, en el que además, se pretende conjurar a las mayorías para un proyecto político popular que se pretende impugnador y saludable.

Y obviamente no se trata de disputar la figura de Maradona, que descanse en paz. No se trata de hacer un juicio póstumo si más dios del fútbol, o demonio de la tierra, si víctima o verdugo, si humilde u ostentoso. Si algo era Maradona era transparente, por lo que todos estos ríos de tinta y polarizaciones en artículos y redes sociales son baladíes.

Pero sí que tiene enjundia cómo a nivel social integramos todo esto, colectivamente e individualmente, reflexionar qué defiende cada cuál cuando se manifiesta o qué es lo que nos remueve, ataca o cuestiona, al hablar y debatir sobre este tema.

Y pensar en las consecuencias de estas conversaciones sociales, amplificadas mediáticamente, qué contexto conforman y cómo de difícil se va a hacer habitarlos desde el bienestar.

Los que defendemos el territorio y la experiencia común como espacio de autodefinición y transformación social y no queremos que los derechos y la justicia sean elementos extraños, ajenos a la situación, escritos en papel mojado, hemos de responsabilizarnos con lo que integramos, y cómo lo hacemos en la cultura popular. Qué validamos y desde dónde, porque luego vamos a estar dialogando y conformado realidad con ello.

Y como en todas las culturas, también en la popular, la creación e incursión de mitos e ídolos tiene un papel fundamental en la organización social de una comunidad, y más en momentos de incertidumbre y de falta de referencias que se describen con el consumo de referencias antes que en propuestas netamente éticas.

Mucho se ha hablado sobre la mitología griega y romana como vertebradora de un imaginario  que organizaba y se concretaba en el sistema social. De su funcionalidad para el orden patriarcal y del sistema de mitos y creencias como regulador de una moralidad que no siempre da y reparte con justicia y equidad.

Y ese esquema sigue operando en la traslación de la dinámica mitológica, o de mitomanía, a la época en la que vivimos.

Es interesante ver qué Olimpo configuramos con los deportistas, músicos, intelectuales, empresarios de élite o políticos, etc. y cómo dialogamos como sociedad con nuestros y nuestras elegidas, y sobre todo cuánto hemos sido capaces de subvertir de este universo para ponerlo al servicio de las necesidades y deseos de la gente, si vamos poco a poco introduciendo nuevas referencias para el cuidado y el sostenimiento de la vida, o por lo contrario, seguimos poblándolo con modelos de privilegio y muerte.

Porque la sensación es que sigue siendo un espacio reservado a prendas, y que por mucho que se supone que evolucionamos, los nuevos inquilinos no dejan de ser figuras que siguen reforzando los arquetipos viriles protagonistas de la historia que se cuenta, y siguen ausentes de la historia que se vive y del sufrimiento que se padece, o al menos que padecen otras.

Y no deja de ser interesante también como la gente, el Pueblo, elige a sus jugadores entre el 11 ideal o a sus dioses para los 12 del Olimpo, cómo pugnamos por sentirnos representados a pesar de tener que traicionar los principios éticos y morales que han de sustentar nuestra dignidad y nuestro bienestar.

Y seguro que hay cosas rescatables, Maradona, Steve Jobs, Michael Jackson, Woody Allen o Amancio Prada remueven cosas diferentes…

Desde la auto-representación del Pueblo que nos otorgamos desde la izquierda, no solemos indultar a un explotador o un evasor de impuestos aunque pueda tratar exquisitamente a sus amigos y familiares y sin embargo perdonamos sin dificultades a una persona que hace daño a los demás porque se adscribe a las proclamas ideológicas populares, en una jerarquización tendenciosa de los elementos que dan pertenencia y arraigo a nuestra cultura dominante.

¿Qué ejercicio de abstracción se ha de hacer para seguir sintiendo como uno de los tuyos a una persona que protagoniza un viaje a la excelencia, a la riqueza, al delito y casi al delirio? ¿Cómo mantener la identificación y la participación con ese mito desde la mediocridad, la pobreza y la honradez que mayoritariamente representamos?

Y si hay tan poco objetivamente asimilable ¿tan fuerte es la alianza en la condición masculina como para sentirse partícipe de ese recorrido vital? ¿Y si la identificación está justo en aquello que teóricamente rechazamos pero que es lo único que forma parte del común de los hombres socializados en el marco patriarcal? En la “imperfección” de la que hablaba Errejón…

Se da una disociación que raya la hipocresía y que demuestra que todavía falta mucho para encarnar los valores que como sociedad necesitamos y reivindicamos.

Cuando se habla con discursos que buscan la aprobación social, la coherencia de lo políticamente correcto está presente, aunque sea de forma epidérmica, pero cuando el discurso es emocional, cuesta mucho que los hombres encarnemos la visión del mundo que vendemos, sobre todo cuando nuestra pasión se conecta con el privilegio.

Pero por otro lado, tampoco queremos un marco cultural inerte, conformado por guardianes de la moral y del pensamiento ilustrado, queremos emociones, sudor y lágrimas, vivencias, contradicción y roce de cuerpos y situaciones, de momentos y de historia, de incoherencias y de sueños, de libertad…

Pero cómo hacer, en el caso de los hombres, para que el desenfreno, el juego, el desactivar el juicio y colaborar con la vida no nos lleve a situarnos en el lugar del poder, porque la potencia creativa, ya sea en el fútbol o en la vida, demasiadas veces pasa por volver a ocupar el sitio reservado para la socialización masculina, nefasto y patológico, pero que permite abrazar la incoherencia y terminar conformando la realidad tal y como ésta nos conforma a nosotros desde el privilegio.

Supongo que hay algo reivindicable y romántico en idolatrar a aquél que te traslada a tu experiencia de juego, de libertad, de magia, de niñez, frente a idolatrar a una persona podrida de dinero que edifica fortunas con sudor y sangre de otros.

Fastidia pinchar la burbuja de la fantasía, comprometer el deseo de mantener vivo al niño que fuimos.

Es importante mantenernos vivos como sujetos deseantes y no renunciar a la libidinización de nuestra existencia, pero es muy triste, y supone una gran derrota, que para ello tengamos que ir al Olimpo patriarcal y depositar los anhelos en figuras que, junto a nuestras fantasías, encarnan mucho de todo lo que duele y hace daño.

Y si bien confundir a la gente con su culpa, reducir lo que se es a lo que se hace, lleva a un reduccionismo social y a un punitivismo que tampoco mejora la perspectiva del horizonte, por otro lado, que la emoción ciegue la realidad que hace daño a tantas y a tantos no nos deja en un buen lugar.

Todavía queda para que los chicos tengamos afinadas nuestras brújulas, aún habrá rato de desorientación, pero no por ello se hace honesta la deriva.

No me valen los anclajes ideológicos que nos aferran a una construcción intelectualizada y enajenada del mundo, pero tampoco me valen las expresiones emocionales y sentimentales como recicladoras de cualquier experiencia fruto de la posición de poder y privilegio.

Y entre lo uno y lo otro, solo cabe el cuidado y el cuerpo, lugar que hay que habitar y configurar como un nuevo Olimpo pegado a la tierra, una Pachamama atravesada por el vínculo y la sociabilidad básica en el que los hombres aún somos extranjeros.

Un lugar tan remoto como cercano que es capaz de regatearle la pelota a cualquier macho hegemónico, aunque tenga la mano la Dios y aunque se sea un rico de clase obrera.

Posiblemente el lugar que también Maradona necesitaba para ser feliz, y que no supo ni le dejaron encontrar, por lo que no parece muy lógico acompañarle en su pérdida.

Comentarios

  1. mucha palabrería "equidistante" Esto si que va al fondo https://elcomun.es/2020/11/26/maradona-no-es-una-persona-cualquiera/?amp&__twitter_impression=true

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    1. Gracias por el enlace, es interesante para ampliar miradas, y gracias por leer, respecto a la equidistancia, siempre se define el relación al otro/a, y yo en el blog solo transito mi posición sin nigún objetivo de fijar posturas. Un saludo.

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    2. Agradezco tú respuesta. Saludos.

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