La vida, y no porque la puedas
perder, que también, sino porque juego y
vida son sinónimos.
Por eso, entre otras cosas, da
tanto coraje que a la movida de las apuestas se le llame juego.
No puedo dar por buena una
polisemia que nos instrumentaliza como seres humanos y nos despoja de una
actividad esencial para el desarrollo y el bienestar para regalársela sin pudor
a una demostrada estructura de muerte.
De la vida del juego al
capitalismo de muerte hay una transición demasiado grande como para
normalizarla.
Al menos, jugar a analizar este
despojo puede servir para encontrar el rastro de otras enajenaciones que nos dejan
sin nada y nos traicionan.
En homenaje al recién fallecido
Pino Solanas, podemos hablar una memoria
del saqueo: Del juego a la norma y de la norma a la ley, hasta llegar a
crear una ley del juego que legisla
lo que ya no existe.
Hay pobreza, explotación laboral,
sapos y princesas, ansiedad, caballos corriendo, anuncios en la tele y garitos
lucrándose, pero el rastro del juego se perdió mucho antes de apostarlo.
***
Un tema recurrente en este blog
es el de la lógica extractiva del sistema: Cómo se parasita la vida sacando
todo el jugo, todo el juego, para luego convertirla en mercancía y alimentar
los procesos acumulativos que dan subsistencia artificial a la sociedad
espectacular.
La extracción del planeta para
materiales, la extracción del tiempo y del esfuerzo de la gente para fabricar y
producir, y la extracción de cuidados y afectos para consolidar un
individualismo funcional y necesario para que todo lo demás vaya al sitio.
Y sí, también la extracción de
sueños y anhelos, ideologías que se apropian de revoluciones románticas o
loterías y apuestas que rentabilizan el deseo de una vida mejor o el afán de
consumo para pertenecer a una sociedad que ya no se sustenta exclusivamente con
los mecanismos de explotación.
Todo vale menos habitar la situación, menos jugar la vida.
Si es preciso, la alienación
marxista se convierte en apocalipsis zombi para que pueda ser rentabilizada por
las plataformas audiovisuales, si es preciso aprendemos a curarnos de una
pandemia viendo televisión y respetando normas contradictorias mientras
esperamos que la solución venga de fuera, sin necesidad de colaborar en dinámicas
de cuidado comunitario.
Todo vale menos habitar la situación, menos jugar la vida. Nos
jugamos el futuro esperando milagro más que entrenando presente.
Y hay saqueo, al menos del
lenguaje...
***
Porque el juego va a la
diversión, y la diversión al bienestar, y el bienestar al cuerpo, y el cuerpo a
la presencia, y la presencia al encuentro, y el encuentro a la relación, y la
relación a la diversión, y la diversión al juego…
Y el juego a la emoción, y la
emoción al sentimiento, y el sentimiento a la consciencia y la consciencia a la
responsabilidad, y la responsabilidad al compromiso, y el compromiso a la ética.
Y de la ética a la comunidad y de la comunidad al juego en equipo…
Nada que ver con administrar la
falta ni con rentabilizar la ansiedad, el juego es, si cabe, la actividad más
real, completa e integral del ser humano y no puede reducirse a gestionar una
espera.
Si la carga psicológica desborda hay
que hacer, canalizar en movimiento y en actividad para que la experiencia
devuelva una realidad que conquiste el sosiego.
Alimentar falacias de una vida
mejor gracias a elementos externos, más o menos azarosos, es una
irresponsabilidad que nos niega algo tan básico e importante como es la
posibilidad real de vivirnos mientras buscamos el bienestar.
Al socializarnos en la ausencia,
esperando que nos regalen la vida desde el afuera, sujetamos agradecidos lo que
nos ofrecen, empleo, leyes, afectos, lo hacemos nuestro, y poco a poco
conseguimos que lo ajeno vaya sustituyendo la experiencia propia, vamos
actualizando nuestros momentos con aplicaciones que nos alejan de nuestras
necesidades y deseos.
Y nos dan el cambiazo, la
vivencia fundamental de juego se transforma en la intrascendente evasión, el
trabajo y el disfrute se convierten en antagónicos, y llamamos jugar a convocar
la certeza de quedarnos sin dinero gracias a una carrera de galgos o a una
partida de póker.
La actividad más productiva y potente
del ser humano se reduce a recordar en qué número acaba el billete que te
llevará a la otra vida…
Nos consumimos y nos consumen en
una suerte que nada tiene que ver con la existencia.
***
Mucho descuido hay en enseñar a
jugar a la infancia, en transmitir, incluso sin darnos cuenta, que hay un
objeto de juego más allá de ellas mismas y de su experiencia.
Mucha irresponsabilidad hay en inducir
a que abandonen su lugar habitado solo para que nos ayuden a sostener nuestra
falacia.
¿Y luego qué? ¿Y si perdemos el
rastro? ¿Y si no sabemos volver? ¿Y si estamos tan vacías de experiencias que
llegamos a normalizar que una apuesta capitalice nuestros sueños y que la
felicidad dependa de un premio?
Más alienación no se puede, más
cultivo de la ansiedad tampoco.
Vivimos en una hipocresía social
que contrasta con las voces ecuánimes del orden, pero es impostura, juegan a lo
mismo, parece que mantienen el equilibrio y la entereza moral porque son los
que ponen las reglas, aunque viven, como todas, en una fantasía de control
igual de enajenante.
El juego es inevitablemente libertario,
no se puede educar, no se puede organizar, no se puede extraer de la
experiencia que acontece en ese sitio, en ese momento, con esa gente o con ese
aburrimiento.
Lo otro no es jugar, es una
adulteración ansiosa para que se cambie de bando.
***
Las reglas aparecen desde la
auto-organización, se conquistan, se integran porque la creatividad lleva a la
complejidad y la complejidad, a veces, necesita ciertas dialógicas para
transitarse, pero en ningún momento un límite se opone al juego, solo vale si
lo sirve y lo posibilita, por eso no hay nada más contradictorio para el juego
y con el juego que la represión.
Ojalá las normas sociales
participaran de esta realidad y se integraran de la misma manera que se acepta
el movimiento de un peón o de la torre en el ajedrez, como elementos
consustanciales absolutamente facilitadores de la experiencia, pero para ello,
las normas y leyes tendrían que participar de la dinámica social, no ponerse al
servicio del saqueo y del despojo.
Vivimos en una sociedad continuamente
violentada y reprimida, que dificulta muy mucho la experiencia de bienestar y
que no puede tolerar la potencialidad transformadora de un juego creativo e
impugnador.
Así, a los niños y a las niñas
les educamos lo lúdico a la vez que infravaloramos su juego.
Las asignaturas frente al recreo,
las extraescolares frente al barrio, para que poco a poco asocien la libertad a
la evasión y al escape, a lo improductivo, y para que cada vez haya menos
renuncia en pasar del ocio al negocio, de la creatividad al orden.
Y después, como el orden
sociocultural no se puede habitar, no hay lugar para hacerse presente.
Nos sobra el cuerpo, nos sobra la
vida y nos falta dinero para comprar deseos.
Y nos jugamos la existencia que
no tenemos en juegos de azar para ver si, con un poco de suerte, nos toca un
algo que podamos convertir en otra cosa que dé materialidad a nuestros sueños,
y que, en un momento dado, podamos poner en mercado para intercambiar con otros
objetos, porque la capacidad de compartir experiencias ya la hemos perdido.
La socialización por el consumo,
como consecuencia de una vida enajenada por la sustracción de la experiencia de
juego, es la esencia de la derrota.
***
Y para juego, el juego de roles.
Tan divertido, tan útil para
entrenar la empatía, para descubrir caminos que nos acerquen a la otra, a reconocer
la alteridad y el espejo, a ensayar la socialización y el encuentro en un marco
de múltiples posibilidades para adoptar, integrar o subvertir, identidades
líquidas, flexibles, mutables y generadoras de nuevas realidades.
Pero un juego también peligroso cuando
los roles generados y regenerados por el sistema cultural, el género, terminan suplantando al propio juego, institucionalizándolo
y fosilizándolo.
Pese a la aparente diversidad, se
agotan las posibilidades.
Si se fija socialmente, lo
estético se hace estático y la existencia termina encorsetada, de manera que
solo poniendo la vida al servicio del rol construido se nos reconoce y se nos
ve, y es así cuando asumimos el malestar para cumplir la expectativa social y jugamos
la patología hasta confundirnos con ella.
Por muy antisistema que aparente
ser no va más allá de una dinámica de acción y reacción, del ser frente a la
estructura, en la que tenemos todas las de perder.
El mecanicismo social frente a la
creatividad humana, el juego del deseo frente la normas impuestas.
Y si bien un tránsito sin género,
sin referencias culturales para el arraigo y la pertenencia, nos dificulta en
el encuentro, es necesario que los lugares comunes que diseñamos para habitar sean
igualmente sencillos para abandonar, y en cualquier caso, por muy líquida, plástica
y adaptativa que se haga la identidad no es saludable depositarla, diluirla
hasta perderla, en marcos ajenos predefinidos.
Hay daño si la identidad viene dada
de fuera a dentro, si está solo sujeta a la volatilidad del momento, si solo le
queda aferrarse a la estructura fija del sistema patriarcal para no perder referencia.
No puede haber un juego saludable
si siempre hay que jugar la impostura, si el juego solo es validado con elementos
funcionales al sistema social que no reconocen la singularidad de la cada una.
***
Pd. Después de escribir este
texto intuyo que se me va a quedar corta la necesaria ley del juego prometida por el ministro de consumo.
El drama que se vive en los
barrios es doloroso y precisa medidas, aunque no hay que perder la perspectiva
de que las adicciones tienen que ver más con los vacíos que con lo que se
ofrece para llenarlos.
Lo que no quita que haya que
parar los pies a los que se están haciendo de oro con el sufrimiento ajeno, aun
desde la certeza de que son los mismos que hacen las leyes y mueven la
econo-suya de este país.
Al menos, podrían cambiarle el
nombre a la dichosa ley y devolvernos el juego a quienes queremos jugarlo.
Salud y suerte.
¿Sabes que con esto de la pandemia cada vez jugamos más en casa? Juegos de mesa, a veces complejos, juegos de rol, ... los cuatro nos podemos tirar dos o tres horas!
ResponderEliminarEs verdad que es evasión, pero también creación y posibilidad de desarrollar la imaginación.
Vamos, que me ha sorprendido tu entrada al blog porque en casa cada vez hay más juego :-)
un abrazo!
Sí, sí, nosotros también. Igual no me he expresado bien, la idea era diferenciar el juego enajenado, que viene de afuera, las apuestas, que intentan capitalizar nuestros deseos y anhelos, frente al juego como experiencia propia, humana que ayuda a integrar lo que nos pasa. Los juegos familiares en la convivencia del confinamiento claramente responden a una necesidad clara, y a mi entender son muy saludables, también la evasión forma parte de la salud. De hecho esta experiencia compartida ha ayudado a tomar conciencia del momento que vivimos, transformando el encierro en una cierta oportunidad para el re-encuentro.
Eliminar