The Mandalorian, Disney.
La Guerra de las Galaxias 1: Una nueva parentalidad mainstream.
Siempre me ha fascinado la
capacidad que tiene Disney para fijar
en la cultura popular los elementos más reaccionarios, fascistas y patológicos
de cada momento que nos toca vivir.
Su aportación para la asimilación
de los valores hegemónicos es inestimable.
Igual hubo tiempo que sus pelis
podían ser “reflejo de una época”, pero ahora, más que una visión de pasado,
son sobre todo un anticipo hiperrealista del nuevo paradigma en el que van a estar
basadas nuestras vidas.
Y ha llegado el momento de la parentalidad.
Llevo ya tiempo en el blog reflexionando sobre cómo el tema
de los cuidados es una de las últimas trincheras en la que nos jugamos la vida.
Cómo la voracidad el sistema, después de llevar al límite la explotación del
planeta y exprimir las economías con dinámicas especulativas de mercados y
bolsas, ha llegado a tener que hacer una OPA hostil al ecosistema reproductivo
humano.
Agotado el proceso histórico de
explotación de las mujeres en lo reproductivo (agotado en lo teórico, porque en
lo concreto las cosas siguen bastante parecidas) y asimilado el igualitarismo
como la parte social de neoliberalismo, solo queda producir un marco cultural
que haga compatible los valores insignia que históricamente han guiado el
progreso patriarcal y capitalista, con los elementos que se necesitan para
poder penetrar en lo reproductivo con aires de modernidad, eficiencia y
negocio.
Y Disney pone a star wars
al servicio de esta misión terrenal.
Por si no fuera suficiente la
alianza entre la izquierda institucional (y la de un poco más acá) con el mercado
y el Estado para normalizar la externalización de los cuidados como marco
óptimo de conciliación entre la vida y la muerte, (Dando al mercado lo que
necesita, mayor fidelidad al empleo y una nueva materia prima del negocio de
servicios, y alimentado la fantasía de la gente de que reproducirse es posible
pese al individualismo y la fragmentación social), viene Disney con su artillería, para asentar la idea de que no sólo es
posible, sino que es molón, que es la manera, y que cualquier otra opción te
convierte en un bicho raro fuera de tu tiempo.
La productora no se anda por las
ramas, pone toda la carne en el asador a sabiendas que, si su negocio está en
el consumo familiar, tiene que preparar el terreno, definir el marco para luego
poder dar siempre en la diana con sus juguetes y películas.
Así, pone su poder mediático y
económico al servicio de planteamientos que tienen una gran potencialidad de
consumo y de mercado.
La jugada de hacerlas
“populares”, normalizarlas y generalizarlas, es magistral. De esa manera
elementos más o menos marginales, o fabricados por grupos interesados, se van
extendiendo configurando y produciendo un nuevo paradigma. Y siempre hay
poderes fácticos que pujan por introducir ahí sus propuestas políticas y de
organización social.
La Guerra de las Galaxias 2: El
Imperio Disney contraataca.
En su interés de posicionarse
respecto del nuevo paradigma de la rentabilidad de los cuidados, en la nueva
definición de parentalidad y paternidad, nada más efectivo que poner
al servicio de la causa su nueva adquisición, la saga de star wars.
Es mucho lo que está en juego. Disney envía a su mejor producto a disputar
el espacio que se abre para aprovechar la oportunidad.
Lo que no deja de ser una cierta
traición. Sin ser yo un megafan de
las batallas galácticas, las primeras guerras
de las galaxias se atrevían, aunque fuera de manera maniquea y con una
mística de “mecanismo de botijo”, a tontear con el incesto, con el parricidio, con
el genocidio, (la Estrella de la Muerte peta planetas), con el imperialismo y
los regímenes totalitarios, etc., a la vez que rescataba elementos icónicos de
la cultura, en una suerte de mezcla de mitología clásica con cultura ochentera,
con elementos de la epopeyas medievales y de la televisión de nuestros padres.
Todo por un puñado de dólares…
Vamos, que verla con los hijos e
hijas, da para más de una conversación interesante.
En cualquier caso, más allá de lo
estético y una resolución cinematográfica más o menos afortunada, venimos de 9
películas de telenovela familiar.
Venimos de vínculos, afectos,
traiciones, lealtades, de molla emocional, de un culebrón de una estirpe disfuncional
que con sus riñas, afectos y tentaciones van definiendo el presente y el futuro
del universo.
Y de ahí a la nada.
Quitan toda la mermelada y ponen
a un tipo al que nunca le vemos la cara, escondido en un traje de hierro
impenetrable, como si fuera el hombre de
hojalata del mago de Oz, pero si
bien el entrañable personaje de Frank Baum hacía de su razón de existir la búsqueda
de un corazón, el Mando, protagonista
de esta reconquista mediática, está bien así.
El mandaloriano se gusta y nos gusta, se presenta seductor, tan
escondido e inexpresivo para que nos podamos identificar, proyectando en él lo
que nos dé la gana, como una materia prima de calidad y neutra que vale para
cualquiera.
Vacío. Ni cara, ni pasado, ni
emociones, ni vínculos, ni moral, ni amigos, solo un trauma (ningún personaje
masculino sin su trauma que sirva para la indulgencia de su excesos, hasta el
punto de poder percibir como el bueno de la película a un mercenario que vive
de matar peña sin preguntarse el para qué y el porqué, un asesino de videojuego
que cuenta víctimas por decenas en cada episodio, un tipo que repite “este es
el camino” de manera recurrente, autoafirmándose cada vez que puede, sin
argumentos, en una justificación totalitaria de su comportamiento).
Un personaje que nada tiene que
envidiar en competencia, frialdad y patriotismo a los Rambos, Comandos y Terminators que tanto violentaron nuestras
infancias.
La Guerra de las Galaxias 3: El retorno del super-papá.
Y entonces Disney hace su magia y se inventa un guion que adjunta un bebé al
susodicho.
Mete una criatura muy trabajada
digitalmente para generar ternura, una criatura entrañable con la que poblar el
paisaje muerto y de desolación que se muestra, para hacer habitable el nuevo
paradigma de la mutilación humana. El mejor regalo para promover adhesión a la
propuesta.
Define una alianza entre la vida
y la muerte que reedita en cada episodio, describiendo infinitas situaciones de
exterminio, violación y muerte, sin que uno pierda su competencia para
aniquilar, ni el otro su competencia para seducir, en una aceptación total de
lo que el otro es.
En otro universo, en la versión
de La Bella y la Bestia, aun había una
evolución del personaje masculino, sin que esto haya eclipsado la apología de
violencia de género que tiene la película, la patología del amor romántico que
todo lo puede cambiar: aunque grite, pegue y la ira se desate, más amor, que
nada impida ver la posibilidad de un príncipe azul en cada hombre.
En #TheMandalorian no se precisa ni eso. El tipo es igual de cretino
y psicópata de principio a fin, porque “ese
es el camino” y solo hay que recorrerlo sin evolucionar.
Corren necesarios ríos de tinta
respecto a lo que supone una masculinidad tóxica en el contexto de las
relaciones de pareja, y lo peligroso que ésta puede ser, pero en el caso del
contexto perinatal todo vale. Incluso puede ser beneficioso que te cuide una
persona que no exprese emociones, que te niegue la mirada y el acceso a su
cuerpo, si a cambio es capaz de proteger y matar a todos los malos que se
acercan.
Se obvia intencionadamente que en
la crianza es más frecuente tener que cubrir necesidades de amparo, cotidianas,
devaluadas y humildes, frente a la probabilidad de tener que dar una respuesta
heroica, cuchillo en mano, para defender a tu prole. Sí, ciertamente es menos
cinematográfico que cultivar la fantasía del super-papá como nuevo mito romántico.
El planteamiento de la serie, y
funciona, es que lo mismo que vale para no perder la guerra de Vietnam y para
ser el amo en los ambientes de testosterona, también vale para ser padre o
tener a cargo una criatura. Y claro, lo compramos con gusto, sintoniza fácil
con lo hegemónico.
La seguridad de estar junto a una
máquina de matar es más deseable que la inseguridad de vivir en la fragilidad
de un cuerpo humano, el vínculo entrañable es prescindible.
La vida se va a jugar a partir de
ahora en otros escenarios. Disney lo afirma, y me temo que no va a errar.
La guerra de las galaxias 4: La amenaza de lo humano.
Si en las primeras películas de
la saga, los personajes de C-3PO, y
también R2D2, tenían atribuciones humanas,
que eran justo las que les llevaban al cuidado y hacían que los protagonistas
estuvieran sostenidos y bien amparados por unos robots sin capacidades militares
(lo esencial quedaba claro, lo afectivo antes que las armas, independientemente
de que lo representaran personas o máquinas), ahora es todo lo contrario: Son
los atributos mecánicos y metálicos, las emociones contenidas de un héroe que
ha mimetizado los modelos del terminator
o del Robocop, los que se reivindican
importantes para la parentalidad.
Lo infalible y lo prepotente antes
que reconocer la interdependencia y la dimensión psicoafectiva de la seguridad
y la protección. No estamos dispuestos a subvertir la noción masculina del peligro.
Mucho mejor que el riesgo nos paralice a que nos lleve a generar dinámicas de
relación. Nos olvidamos de lo que necesitamos para vivir. Se trata de sobrevivir.
La existencia en alerta continua, hasta los tuyos te pueden traicionar.
A modo de ejemplo, la serie deja
claro que siempre va a ser más peligrosa una invasión de soldados del imperio que la soledad, aunque todas sepamos que
mueren muchas más personas por soledad que por ataques del reverso tenebroso.
Esta es una tesis fundamental en
la propuesta: El Mandaloriano, en
frecuentes ocasiones a lo largo de los capítulos, deja sola a la criatura
encerrada en la nave. Soledad y encierro como sinónimo de cuidado. Se re-define
como un entorno “libre de peligros” un lugar de soledad, abandono y desamparo.
La nave como protección a modo de usurpación tecnológica del útero materno.
La Guerra de las Galaxias 5: El ataque de los clones igualitarios.
No hay mejor spot publicitario
para aquellos y aquellas que defienden que “hay que obligar a cuidar” que esta
serie.
La idea de que la sola presencia
masculina en el territorio de cuidados ya es suficiente. Que no se necesitan
actitudes previas ni predisposición. Que las corazas no molestan. Que este es el camino y que te llevará al
éxito. El cuidado como contingencia.
Si funciona con el personaje más
cenutrio, más masculino y más inexpresivo, no hay escapatoria, la masculinidad
patriarcal, machista y hegemónica está habilitada para cuidar. Somos clones
patriarcales, patológicamente socializados, pero podemos cargar con procesos de
crianza.
Lo de la “desconstrucción” es una
pérdida de tiempo, hay que mirar al frente, los peligros siguen acechando, somos
máquinas de éxito, mercenarios al servicio de nuestra moral individual, la medida
de nosotros mismos y nos merecemos una crianza robotizada que no nos haga
desviarnos del camino.
En qué estábamos pensando, la
vida no se va a parar, la adolescencia es permanente, tenemos que cuidar en
nuestra precariedad, no hay respiro ni margen de redefinición.
Y las alianzas en la batalla, también
con el otro sexo, ahí sí nos podemos
encontrar, hacemos turnos de vigilancia y de biberones, lo que haga falta, pero
que no haya duda de cuál es la pista principal del circo…
Pero tranquilos, porque Disney aprieta pero no ahoga, hay
indulgencia.
Cuando la cosa se desborda (en la
serie, el Mandaloriano pierde un par
de veces al chaval) siempre va a aparecer alguien al rescate, otras mujeres, o
el Estado, que pese a lo taxativo en el encargo, “porque este es el camino”, es consciente de la dificultad y está
dispuesto a acudir cuando se necesite a echar una mano. El compromiso de la comunidad Mandaloriana con la infancia
es inquebrantable. Más allá de la vida, más allá del género. Una protección tan
aséptica, que ni cabe pensar el maltrato.
A veces, me refiero en mi crítica
al sistema de protección de “menores” como el séptimo de caballería. Está estupendamente filmado en esta serie,
como homenaje al western de la saga original y como inspiración para las
políticas de la infancia de la nueva era.
Y sorprendentemente también hay hueco
para la escuela, en un producto que no da respiro entre luchas, criaturas
espectaculares (la lombriz heredera de tiburón
es brutal), ceremonias de culto permanente a las armas y a los cachivaches tecnológicos,
aún hay tiempo para presentar un aula normativa donde dejar un rato al “niño”.
Viven entre calamares que hablan, pero la escuela es igual que la nuestra, con
pizarra y maestra. Supongo que los buenos inventos están para exportarlos…
Ya digo, Disney aprieta pero no
ahoga, no plantea una crianza de dedicación exclusiva. En el nuevo paradigma de
padres-clonados-igualitarios-presentes-protectores-que-no-van-a-renunciar-a-sus-misiones,
la escuela va a seguir estando y las mujeres canguro precarizadas también.
Pero lo terrible de la propuesta
simbólica va aún más allá.
La criatura es solo una excusa
para reafirmar la paternidad troyana, un “niño” semidios con el que definir el
nuevo padre guerrero, para que el encargo de cuidarle sea a la vez divino como
innecesario, una abstracción, y que tanto deje espacio para todas las
distracciones mundanas que se presenten.
Grogu, la bebé Yoda, es de
hecho más poderosa que el Mandaloriano,
la fuerza habita en ella, y no demanda nada (frente a la tortura fabricada de
los bebés de alta demanda, la fantasía, de una bebé que siempre está bien, que
no llora que no necesita nada) una
bebé-peluche que da sentido a tu existencia.
En la serie este tema es troncal.
El hilo conductor de las dos temporadas es la búsqueda del canguro definitivo,
porque ese es el camino. El objetivo
final es la externalización perfecta, la descarga definitiva, esa que se hace
por el propio bien de la criatura y que extirpa todo el sentimiento de culpa.
Porque en fondo, pese al encargo
social y al permiso intransferible, cultivar la incompetencia es importante. Si
no, ¿Desde dónde se establece el dialogo social? Cuidado se lleguen a pensar
que efectivamente somos competentes y nos dejen solos ante el peligro…
Ha de quedar claro que no deja de
ser un capricho del destino, algo antinatural, que un hombre tan bravo y ducho
en las artes de la guerra se tenga que encargar del cuidado. Junto a la misión
se necesita un itinerario de liberación, un plan de fuga que dé una
temporalidad para limitar el compromiso y hacerlo circunstancial.
La Guerra de las Galaxias 6: La venganza del patriarcado.
Sabemos que el patriarcado tiene
la capacidad de pervertir todo proceso humano al servicio del privilegio.
La parentalidad se hace perversa al
hacerla compatible con los elementos más detestables de nuestra cultura, los
elementos que llevan haciendo tanto daño tanto tiempo. Se dinamita de esta
manera la barrera simbólica protectora que separaba la violencia de lo
entrañable. Y es una desgracia. El daño está más cerca, y más dentro de
nuestras casas.
Mucho hemos peleado algunas
personas contra el mandato de ir a la guerra, mucho empeño en socializar la ternura
para que los contextos vitales no sean campos de batalla. Mucho para que la
competitividad y la lucha por la supervivencia no determinen nuestras
relaciones.
Pues ahora Disney, fiel a su alianza con el poder, nos dice que nada de huir,
que no seamos cobardes.
Nos enseña que en el contexto capitalista
solo se puede ser mercenario, que la socialización masculina es adaptativa y
que qué es eso de vivir acomplejados.
La guerra es nuestro lugar y no
nos tenemos que preocupar, que es compatible con ser padres y tener hijos a
cargo. La masculinidad hegemónica todo lo puede, no ha de erosionarse, si acaso
ampliarse para que la misión crianza sea un éxito.
En su venganza el patriarcado va
a ser más efectivo, sus valores también van a estar en casa. El hogar ya no es
lugar del descanso del guerrero. La lucha sigue en lo doméstico, tenemos un
paradigma que instaurar, y nos debemos al patrón, somos soldados, mandalorianos que siguen el camino.
Hemos pasado de denunciar los
territorios de muerte a comprarlos como lugar óptimo para la infancia y para la
reproducción de la vida. Y con ello también estamos renunciando a la
posibilidad transformadora de la relación con las criaturas. El nuevo paradigma
instrumentaliza la presencia para reafirmar todos los valores que se ejercían
con la ausencia.
El Mandaloriano nos convierte a todos en mercenarios, donde la crianza
es una misión más en un ambiente natural de guerra y competencia, y como tal,
la única lógica valida es la de la supervivencia.
Lo del placer y el disfrute ya
para otra temporada…
Que la fuerza te acompañe…
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