El texto da algunas claves
intrínsecas al sistema educativo, como que la crisis tiene una causa en las
deficiencias en lectoescritura de los niños y niñas en 3 y 4 de primaria,
herramienta que carecen y que luego precisan para el disfrute y avance
académico, o que los desatinos de la escolarización se van acumulando, y ya a
los 13 años son losa, o la desconexión de la realidad educativa con la vida
real del alumnado, de sus intereses y de sus situaciones socioeconómicas.
La lectura del artículo me llevó
a la conclusión de que toda ocasión es buena para repensar el sistema
educativo, pero que ¡cuánto difícil es trascenderlo!
Lo que más llama la atención
es el uso reiterativo de la palabra entusiasmo.
Según la Real Academia de la
Lengua, entusiasmo se define:
1. m. Exaltación y fogosidad del ánimo, excitado por algo que lo admire
o cautive.
Y en la segunda acepción:
2. m. Adhesión fervorosa que mueve a favorecer una causa o empeño.
¿En la escuela? ¿En serio? Parece
que puede ser extralimitarse utilizar este término para describir la
cotidianidad de tantas criaturas en las aulas, incluso es una falta de respeto,
porque si lo que algunas percibimos como tristeza y apatía, otros lo enuncian
como entusiasmo, unas y otras estamos tan condicionadas por la mirada adulta
que no podemos ver la realidad objetivamente ni empatizar con las vivencias de
tantos niños y niñas.
Hemos normalizado la tristeza
infantil como si fuera el estado natural, y a la capacidad de sobrellevarla le
llamamos entusiasmo, pero el entusiasmo es
otra cosa.
Los niños y las niñas tienen una gran
capacidad de disfrute y una gran capacidad para encontrarlo hasta en
circunstancias adversas, la pulsión de vida, de expresión, de conquista y de creación
es tan fuerte que son capaces de nutrir casi cualquier situación que habitan,
solo su presencia es capaz de erosionar inercias y dinámicas inertes e incluso
estructuras de maltrato, pero hablar de entusiasmo en relación al ámbito
escolar, me parece excesivo.
Es más honesto decir que hacen de
la necesidad virtud, o que aprenden a sacar un rédito social de las condiciones
que les preparamos para la adaptación y la docilidad.
El conductismo social es fuerte y
para la mayoría puede ser conveniente participar del marco que los adultos han
establecido para ellas, obtener el beneplácito de sus referentes cercanos y construir
relación desde lo permitido, con profes e iguales, ya que la disidencia radical
en la infancia tarda poco en convertirse en diagnóstico.
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En cualquier caso, incluso
validando que en las escuelas hay más sonrisas que lágrimas, pocos y pocas
expresan su entusiasmo en los procesos de aprendizaje.
El recreo, sí, los amigos y las
amigas también, alguna profe maja…, pero así, en general, el día a día gozoso
no se percibe. Por suerte abandonamos hace tiempo el paradigma de que la “letra con sangre entra” pero de eso a
una sensación de bienestar y placer, queda trecho por recorrer – recientemente
ha comenzado su andadura una cuenta de
Instagram sobre denuncias de maltrato de la infancia en la escuela, y hay
material suficiente para preocuparse e indignarse -.
Hay gente que dice, y justifica
con ello el malestar en las aulas, que las cosas cuestan su esfuerzo y que la
vía de la complacencia y del placer tiene un recorrido corto. Que la vida es
mucho más que disfrute, y que aprender es un valor lo suficientemente
importante que bien merece un poco de sacrificio. La cultura del esfuerzo
frente al hedonismo superficial, y lo malo, daños colaterales.
Hay muchas teorías que desmontan
lo anterior -algunas de ellas, en su versión adulterada y homeopática se están
queriendo introducir en la escuela como antídoto al fracaso y a las dinámicas
de exclusión, como si éste no fuera inherente a la organización escolar- pero
incluso dejándolas al margen, y dando por buena una escuela centrada en los
procesos de enseñanza, aprendizaje y la adquisición de conocimientos, el día a
día de una institución focalizada en el esfuerzo del trabajo intelectual, con
aulas llenas y sillas duras, no concuerda muy bien con la definición de
entusiasmo.
El entusiasmo es maravilloso y,
en mi entender, imprescindible para los procesos de aprendizaje y de crecimiento
saludable, pero es inherente a la experiencia
de juego, y ahí tocamos hueso.
No puede haber entusiasmo sin
juego, sin emoción, sin experimentación, el entusiasmo es el ingrediente
fundamental de la creatividad, y no hay creatividad sin libertad, sin la
posibilidad de explorar tus motivos, sin que haya lugar a jugar derivas, de encontrarse
con la satisfacción del descubrimiento.
El entusiasmo es el disfrute
intrínseco que tiene un niño o una niña que existe mientras crece, que
experimenta capacidad, y que crece en relación con las otras pero sin perder su
propia autorregulación y autodeterminación.
Y todos los procesos que vinculan
el entusiasmo con la motivación, el aprendizaje, el juego y el disfrute se
resumen solo en una palabra, libertad.
Y la escuela no es por definición
un espacio de libertad - lo que no quita que pueda albergar vivencias de
libertad, pero su estructura de horarios, currículums y organización dista
mucho de posibilitar un ejercicio cotidiano de autonomía, ni de docentes, ni de
alumnos y alumnas-.
Incluso a todos los y las
docentes que ahora cogen la bandera de las nuevas pedagogías y de la innovación
pedagógica – Entre ellas hay personas sensibles con el malestar infantil en las
aulas y comprometidas con la mejora de la educación, pero también otras muchas
adscritas a propuestas neoliberales, individualistas y nada emancipadoras- les
cuesta concebir la escuela como un espacio de juego, de libertad y de entusiasmo.
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Hay preocupación porque los chicos
y las chicas están desmotivadas, hay que innovar, dinamizar el aprendizaje,
pero la estructura de cursos, de asignaturas, de grupos homogéneos de edad – y también
de estatus socioeconómico, por la estratificación de la educación española en
pública, concertada y privada- no es suficiente para cultivar el entusiasmo del
alumnado, y en muchos casos, ni siquiera para proteger el que puedan traer
puesto de casa.
Por eso sorprende mucho que fijen
en los 13 años la edad en la que muere el entusiasmo, la edad zombi en la que
los alumnos y alumnas se convierten en muertos vivientes – Decía Balzac “El hombre muere la primera vez a la edad que
pierde el entusiasmo” como recuerda la contraportada del último libro de
André Stern, Entusiasmo (Litera
libros, 2021)-.
Desde esta visión tenemos una
secundaria de adolescentes zombis,
muertos sin pasión, alienados y alienadas por elementos externos, alcohol,
móviles, modas, videojuegos, o cualquier otra cosa que goce del descrédito pedagógico
adulto.
En ningún caso conecto con esta visión
derrotista y adultocrática de la chavalería, la inmensa mayoría siguen
manteniendo una pulsión preciosa por la vida y están comprometidos con su crecimiento
creativo y saludable. Si el entusiasmo no se expresa en la escuela, es la
escuela la que tiene el problema.
La alienación de la infancia es
una constante y cada vez profundizamos más en ella. Los modelos de
pedagogización de la crianza, los métodos para dormir, comer, quitar el pañal,
las cancioncitas para todo, y la escolarización infantil cada vez más temprana y
alejada de los contextos propios de la vida de las criaturas, no ayudan demasiado
a cultivar el entusiasmo.
Además se fuerzan voluntades y se
implementan dinámicas de chantaje y engaño para hacer partícipes a los niños y
niñas del proyecto adulto preparado.
La escuela tiene un papel importante
en esa alienación, profundiza en la dinámica de forzar ritmos, horarios, de
recluir en espacios cerrados y en ir poco a poco extinguiendo la experiencia de
juego – desplazada y solo permitida en unos recreos
cada vez más vigilados y pautados-.
La liberación que implica la
adquisición de conocimientos y la apertura de nuevos horizontes, en la mayoría
de los casos, no llega a compensar la represión propia de la institución
educativa.
Algunos niños y niñas,
demostrando una gran capacidad de adaptación, sintonizan con lo que la escuela
ofrece y entran en resonancia con las propuestas pedagógicas, obteniendo de
esta manera la gratificación y la satisfacción de maestros y maestras,
accediendo así a un cacho de afectividad que es imprescindible para sobrevivir
en el contexto escolar. Pero no a todos les pasa, son muchos y muchas los que
van pasando días y días con más pena que gloria, esperando que suene la campana
para volver a su vida.
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Mucha de la vida que entusiasma a
los niños y niñas, incluso de los que tienen menos de 13 años, pasa fuera del
cole, en un espacio también amenazado y cada vez más encogido por culpa de las
extraescolares, los deberes, y ahora en verano, los campamentos urbanos y otras
propuestas que extienden la lógica de la escuela a más lugares de la vida,
reduciendo la posibilidad de juego libre no vigilado a la mínima expresión.
Esta dinámica invasiva va a más
con la edad. En la adolescencia los espacios y momentos que quedan fuera del
programa establecido son mínimos: Algo de experiencia de juego en los deportes
de equipo y lo poco o mucho que ellos y ellas son capaces de conquistar con sus
necesidades y deseos de vida social.
Y no falta el reproche, cuando
están en “sus cosas” debieran estar estudiando o haciendo algo productivo. Solo
obtienen el beneplácito para la diversión como premio por su competencia escolar.
Y cuando hay fracaso o malas
notas, los y las chavalas, que siguen comprometidas con lo que necesitan y
disfrutan, desplazan cada vez más su entusiasmo fuera de la escuela. Y por su
parte la escuela erre que erre, apretando tuercas y respondiendo a la falta de motivación
con exclusión, cuando no con partes disciplinarios y expedientes pseudopenales
absolutamente integrados en el funcionamiento escolar, aunque no tengan nada de
educativos.
Una escuela, además, enfadada
porque con las redes sociales y el móvil en el bolsillo la posibilidad de fuga
en búsqueda del espacio propio se hace cotidiana y no hay quien tapone la
dispersión.
Es sistema llora porque no se
puede educar a un ejército zombi armado con teléfonos inteligentes, se necesita
mucha vida y algo de pasión para que haya compromiso con los procesos de
aprendizaje. Se encuentra sin material para trabajar. Si los y las chavalas
están fuera de juego no hay mucho que hacer, solo gestionar las dinámicas de
evasión y fuga, el cansancio de tener que competir para atraer la atención. El
maestro ilusionista que va de truco en truco y que, en el mejor de los casos,
ofrece el entusiasmo que echa a faltar y se vacía con ello, de conflicto en
conflicto hacia la apatía docente.
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Reitero que es un gran error definir
a la chavalería desde ese lugar, cuando es un lugar que solo lo define la
escuela. Además, es una profunda falta de respeto, incluso de derechos, porque
el derecho a la educación no se puede definir en el vacío, sin acogida y sin
ofrecer condiciones fértiles para la pasión, para que la vida se dé.
La materia prima está presente por
mucho que el fracaso de la escuela se proyecte en los alumnos y alumnas. Los
chavales y chavalas están apasionados, entusiasmadas, vivas y disfrutando, son
supervivientes y son capaces de encontrar vías de realización personal potentes
y preciosas.
La cultura adolescente es
extraordinaria, da igual dónde mires, los deportes de equipo, el parkour, el
skate, las magics, el rap, el hip hop, el reguetón, las diferentes estéticas,
los videojuegos, crepúsculo, virguerías con el móvil, la mitología griega, las bandas
de música, youtubers, las historias de la Tierra Media, etc. Infinitas
expresiones, y todas ellas con pasión y diversión, y todas ellas con un
compromiso, constancia y esfuerzo que pone en cuestión el lugar de frivolidad e
inmediatez donde el adultocentrismo les coloca.
Una producción y una efervescencia
envidiables y saludables, una cultura mucho menos muerta y menos zombi que la que se hace desde el
estatus adulto, y que se logra hacer, en términos generales, a espaldas de lo
académico, inserta en su vida social y distrayendo momentos y energías de lo
que la sociedad valora como productivo.
Es evidente que el pasar de
curso, el aumento paulatino de los retos académicos, se queda muy corto para
acompañar el crecimiento de las criaturas, y en el momento que toman conciencia
que esto es lo que hay, que cada año es un poco más de lo mismo, las dinámicas
centrífugas son más frecuentes y comunes.
Solo aquellas que por suerte o
casualidades de la vida son capaces de fusionar sus pasiones con contenidos
académicos, y tienen capacidades desarrolladas para ello, pueden mantener la
sonrisa y crecer inspiradas por la institución escolar.
Y las otras muchas, las aburridas
y desmotivadas, tan listas, tan capaces y tan preciosas como las demás, no tienen
muchas más opciones que desarrollarse en los márgenes, sin apenas
acompañamiento y sin recursos, bajo la mirada adulta inquisidora que reprocha
el abandono del camino establecido.
Y ahí está la escuela sin el
entusiasmo de las adolescentes, y las adolescentes sin una escuela que se ponga
a servicio de su pasión y su juego. El divorcio se hace inevitable.
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Hay experiencias lindas de
educación libre, la mayoría para niños y niñas pequeñas, algunas hasta
primaria, pero muy pocas para la etapa de secundaria.
Es fácil inventar un insti nutrido con los motivos de la
chavalería, disciplinas más o menos académicas pero apasionadas y apasionantes,
en conexión con su juego, su experiencia y su sociabilidad rebosante, y lo poco
que se parece esta fantasía a los institutos que nos rodean.
No se trata simplemente de
innovación educativa, puede haber mucho entusiasmo en las metodologías
tradicionales, en compartir la pasión del saber.
Se trata, como siempre, de un
cambio de paradigma, de una educación que sea una batería de deseos, y que no prescinda sistemáticamente de lo que es
imprescindible para aprender, que abrace lo que deja fuera y que se atreva a
cuestionarse, a mirarse al espejo, y a mirar si eso a lo que se aferra, es
liberador y emancipador o todo lo contrario.
No es difícil, solo valiente,
simplemente se trata de poner la comunidad educativa al servicio de los chicos
y las chicas y no a la contra.
¿Nos ponemos a ello? ¿Un
instituto de educación liberada de la norma y de la disciplina? ¿Un espacio de
aprendizaje de sociabilidad crítica centrado en los y las adolescentes?
Sumemos, soñemos, este blog puede
servir para catalizar algunos de estos anhelos.
La pedagogía del cuidado no es
solo para niños y niñas pequeñas, ni para chavales fuera del sistema que han de
transitar sus adolescencias en recursos de compensatoria formales y no
formales.
Cuidar el tránsito de la infancia
a la juventud es uno de los retos fundamentales de una sociedad y lo tenemos,
de manera generalizada, muy abandonado.
La incapacidad de cuidado de la
escuela se hace muy manifiesta en esta etapa. No es una crisis de entusiasmo,
es una asfixia que fuerza a la vida a buscar oxígeno por otro lado.
Respiremos lo márgenes, por
tanto, y allí nos encontraremos.
Mucho lenguaje "inclusivo" en el artículo. A mi particularmente me quita las ganas de leer el texto completo. Saludos!
ResponderEliminarLástima.
EliminarGracias por profundizar la mirada hacia lxs adolescentes...Es cierto que no hay mucho material sobre esta etapa...Si sobre crianza,acompañamiento,aprendisaje en primera infancia...pero luego a los 12/13 años ya parece existir un vacio...Sostengo un espacio de aprendisaje libre y ya algunxs niñeces entraron en esa etapa...Y realmente todo ese mundo donde todo es nuevo desde la pubertad,los vinculos,los deseos es apasionante si logramos realmente sacarnos todo las capas de adultxs con "objetivos educativos"institucionalizadxs hasta el hartazgo...Gracias!
ResponderEliminarCreo que se necesitan años de experiencias de educación libre con niños y niñas, en diferentes escuelas y proyectos, para generar una base social, de familias y docentes, que pueda sostener una iniciativa liberada para y con adolescentes, con todo lo que implica. Pero es importante, hay que trabajar por ello.
EliminarY eso por lo hablar de todos los cambios químicos cerebrales y hormonales a los que se expone el ser humano desde la pubertad hasta la adultez. Resulta curioso que cuando más se le hace madrugar a un niño/a sea en edad de instituto, cuando su cerebro y sus ritmos circadianos del sueño cambian y cuando más despiertas están esas mentes es hacia el final del día y primera parte de la noche... Y como esto todo...
EliminarNo se construyen instituciones educativas pensando en el desarrollo natural de los matriculados, respetando sus ritmos. Todo parte de la necesidad de los adultos, esos a los que la sociedad les va apretando las tuercas cada vez más. En fin, que diferente sería todo si lo que nos moviese fuese el amor y no el miedo.
Muchos de los pibes argentinos, hemos pasado una parte importante de la infancia, bien lejos de las instituciones del estado. El potrero (lugar de juego alejado del mundo adulto) da cuenta de esa espacialidad liminal. Tal vez, ahí está la fuente de cierto entusiasmo maradoniano..
ResponderEliminarSí, efectivamente, en Argentina el entusiasmo juega en otra liga. Ojalá nunca os lo arrebaten.
Eliminarbigbanghobbies
ResponderEliminarLos juguetes para estimular y motivar a los niños son herramientas poderosas para su desarrollo. Descubre opciones educativas y creativas que despierten su curiosidad, promuevan el aprendizaje y fomenten su imaginación. Brinda a tus hijos un mundo de posibilidades y diversión en cada juego.