Tenía dudas de escribir sobre la guerra, me resistía a participar de las modas mediáticas que nos dirigen la atención a un tema u a otro, definiendo el marco del debate y fabricando un estado de opinión que, luego, cuesta mucho de disolver para intentar regresar al análisis de la cotidianidad que nos atraviesa.
Pero la realidad manda, y el impacto que genera el drama de la muerte y la crudeza de un conflicto armado es innegable. Estamos afectados y afectadas, tanto por la empatía con las personas que están sufriendo como por nuestras políticas, que nos hacen parte. Somos más que simples espectadoras de un reality show y tenemos responsabilidades que ejercer.
La posición de la Comunidad Europea, el envío de armas del Estado Español, la información sesgada de los medios, el maniqueísmo y el análisis simplista de la situación, los colegios llenos de banderas ucranianas, la solidaridad acrítica de las instituciones y las organizaciones gubernamentales… Todo esto nos pertenece, y de alguna manera nos tenemos que hacer cargo, más cuando se está utilizando para actualizar y llevar a sus últimas consecuencias el discurso belicista: la solución de la fuerza como la única válida, efectiva, e incluso legítima, para abordar un conflicto.
La guerra es un drama, además de por las muertes y por la destrucción, porque supone una aniquilación del tejido social y comunitario, una zancadilla definitiva a los procesos de desarrollo saludable de una comunidad. Implica una desertificación, casi irreversible, de los espacios habitables para la convivencia, una erosión letal de las capacidades y las posibilidades de cuidar(se) de la población.
El daño, el terror, el desgarro es tan profundo que genera una desconfianza en las demás, una desconfianza en los sistemas de organización de la vida y, en general, una desconfianza en la especie humana constituida como amenaza.
Una amenaza, y un miedo, que perdura en el tiempo y que condena a tener una estructura social basada y atravesada por la violencia durante generaciones. En España aún no nos hemos recuperado de la Guerra Civil, y en Europa la Segunda Guerra Mundial, esa que mató a más de 20 millones de rusos, está más actual que nunca, raro es el día que no hablamos del nazismo.
Existe un trauma colectivo, un duelo negado, que aún nos condiciona como sociedad.
Para construir, y sobre todo para sostener, la paz se necesita calma, seguridad, disposición a la sociabilidad, y no vivir en una alerta constante. La ansiedad colectiva solo lleva a reproducir la violencia. Y por mucho que se venda, la seguridad de la que hablo nunca la da un fusil al lado o un ejército armado por los poderosos, aun llevando cascos azules.
Así que, aunque pueda parecer naíf, ingenuo o equidistante, creo que es una responsabilidad sumar argumentos y voz al pequeño coro –principalmente de mujeres-, silenciado, que canta por una paz distinta a la de los cementerios.
En el Estado español tenemos una cultura antimilitarista fuerte. El “no pero sí a la OTAN”, la “insumisión al servicio militar”, las acciones contra la guerra del golfo y el “no a la guerra” de la época Zapatero, la valiosa aportación a la cultura de paz del movimiento feminista y del movimiento ecologista, el análisis sociopolítico que se hizo respecto a la cooperación internacional, mucho antes y mucho después de la experiencia de la campaña del “0,7 y +”. También los comités de solidaridad con América Latina, con Palestina, con el Pueblo Saharaui, con las Mujeres de Negro de Belgrado, etc.
Quiero pensar que es imposible echar por tierra toda esa experiencia colectiva, pero realmente me preocupa cómo se está promoviendo lo contrario. Cómo se está generando –y financiando- un marco de análisis tendencioso que, además de imposibilitar una comprensión mínima de lo que está aconteciendo, está fabricando un estado de opinión cada vez más estéril e inoperante para la política de paz.
Hay algunos elementos básicos que, intencionadamente, no se están teniendo en cuenta, lo que supone una manipulación burda y peligrosa. La manipulación de los medios de comunicación y de las declaraciones de la política institucional es una constante, pero cuando se utiliza para ello el drama y el sufrimiento de la gente, en una guerra fabricada por los gobiernos, es indignante y carente de toda ética.
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Concreto mis aportaciones al debate, bastante obvias desde una perspectiva antimilitarista, en 7 puntos:
1. No hay equidistancia posible. Que invadan un país genera una polaridad, invasor/invadido que no es equiparable, pero esto no hace automáticamente que todos los invasores sean “malos” y todos los invadidos “buenos”. Hay una población rusa que se está oponiendo a la guerra, seguro que también hay soldados rusos haciendo de tripas corazón cuando les obligan a empuñar un arma. Por otro lado, la realidad política neofascista de Ucrania es un hecho demostrado durante años. El autoritarismo, el capitalismo salvaje y las prácticas de segregación social no desaparecen por arte de magia. Si se obvia esto, se termina afianzando lo peor de ambos bandos. A la resistencia rusa se le silencia porque no suma al relato, y al ejército ucraniano se le otorga impunidad para todo lo que pueda hacer. Se le viste del romanticismo de la resistencia, cuando quien resiste y muere es, principalmente, la población civil y no siempre militarizada. Huir también es un gesto de resistencia frente a abandonarse a una muerte probable.
2. La asimetría actual, invasor/invadido, no purga ni hace “borrón y cuenta nueva” con los procesos históricos. Aun reconociendo la legítima defensa en una agresión externa, no quita que quienes se defienden tengan que asumir su responsabilidad en el conflicto, en su génesis y en su desarrollo, sobre todo cuando, como gobierno o como un poder un fáctico, han tomado decisiones no siempre encaminadas hacia la paz. En caso contrario se cierra toda posibilidad de regulación no violenta del conflicto, y solo se conseguirá sumar mártires a la épica militar. Igual que a Putin, con razón, se le asocia con la nefasta historia de la guerra fría, con los anhelos imperialistas y con el autoritarismo de Estado, no vendría mal recordar el papel que ha tenido Ucrania en el plan estratégico de la OTAN y en la gestión de las fronteras exteriores de la Unión Europea, y los efectos que ha tenido todo esto en la población ucraniana.
3. Entre gobernantes y Estados no hay solidaridad posible, la solidaridad es una cualidad humana que surge de la empatía y la relación entre personas, entre países hay interés, que puede ser compartido, pero no por ello es menos interesado. Esto es, si Europa y España colaboran con uno de los bandos, lo hacemos por nuestros propios intereses particulares, nunca por razones humanitarias. Tenemos cientos de ejemplos de dramas humanos en conflictos bélicos, algunos crónicos, que están fuera de agenda y que no provocan apoyos internacionales firmes. Chechenia, Siria, Cachemira, Kurdistán, Sierra Leona, Nicaragua, Filipinas, etc., se dejan estar, asumiendo que el papel que representan como consumidores de armas es más interesante que cualquier otro estadio en el orden mundial. Por tanto, cuando se trabaja, políticamente e institucionalmente, para que una población desinformada tome partido acríticamente por uno de los bandos, se está manipulando gravemente. Se apela a la dimensión emocional de la gente, a la indignación que provoca la muerte de personas inocentes, para hacer política de Estado, lo que en nuestro contexto histórico se concreta en hacer política a favor de los poderosos y los oligarcas occidentales, política a favor de los dueños de la globalización que tanto sufrimiento crean en el centro y periferias del planeta. Esto se llama propaganda y muestra la catadura moral de quienes nos gobiernan.
4. Apostar por la paz, y por la regulación no violenta de los conflictos, no es sinónimo de dejarse matar, ni de quedarse de brazos cruzados sin hacer nada, ni es una cuestión de “escrúpulos”. Ni tampoco es reducir todo a la vía diplomática de los mismos Estados y de los mismos gobiernos que mandan a sus chavales a morir en el frente. Es una propuesta radical de cambio político, de vertebración comunitaria. Es una propuesta, y un deseo, de desarrollo humano sostenible que opera continuamente, que pulsa por expresarse en todas las situaciones y realidades, y que tiene múltiples versiones en los movimientos sociales y políticos. Es una pedagogía, o anti-pedagogía, social que mima aquellas experiencias de sociabilidad crítica que pueden servir de contrapoder y alternativa al modelo competitivo imperante. Y es de coherencia que, aquello por lo que apostamos siempre, el bla, bla, bla de la clase política respecto a la igualdad, a la protección social o al respeto del medio ambiente, también se defienda con fuerza en los momentos de crisis, donde todo ello salta por los aires. Y por supuesto, también en la guerra. Es muy fácil defender la paz cuando uno se siente seguro y en calma, lo revolucionario, lo que puede cambiar el orden injusto de las cosas, es hacerlo en momentos de vulnerabilidad.
Los y las activistas por la paz son las primeras que se ponen en riesgo en los países en conflicto. La historia está plagada de desertores encarcelados o fusilados, de gente detenida en manifestaciones y acusada de cualquier tipo de delito, o de desapariciones. Muchas mujeres violadas en su integridad física y muchas madres violadas al ser despojadas de sus hijos para llevarlos al frente que han pagado con su vida la resistencia. La cultura de paz es la que sabe que después de una guerra la paz es mucho más difícil, y lucha en las peores circunstancias por preservar aquello que luego va a ser imprescindible para sobrevivir, empezando por la vida misma.
5. Dar armas a Ucrania y fomentar una solidaridad acrítica con su población, son las dos caras de una misma moneda, y definen una dinámica que se retroalimenta. Es una dinámica favorable a la guerra que termina generando indefensión al pueblo afectado y anestesiando al resto, imposibilitando el apoyo efectivo y dificultando la colaboración de la comunidad civil internacional a largo plazo. Como dice Tica Font en el Salto (03.03.22) “Putin muestra imágenes limpias de la guerra, solo se ven soldados en formación, tanques… No muestra ataques, no muestra la destrucción de edificios, hospitales o escuelas, no muestra heridos o muertos, no muestra a la población angustiada. Putin muestra mapas de avance militar, muestra éxitos. Ucrania hace lo mismo, pero al revés: muestra destrucción, ataques a infraestructuras, ataques que dañan la vida, muestra la desesperación de las personas, los heridos, los muertos, los daños a las casas; muestra su resistencia al ejército ruso, un ejército que no puede con ellos. Y nosotros vemos la guerra, vemos los sufrimientos de la gente, empatizamos y dejamos que las emociones guíen nuestras decisiones. Cuando las emociones pesan más que la razón damos apoyo a todo lo que el gobierno proponga, ya sea involucrarse en la guerra, vender armas o gastar más dinero”. Esto es echar leña al conflicto, aleja de las soluciones negociadas y sobre todo, desactiva el poder de la población civil a la hora de hacer evolucionar la situación hacia lugares más favorables para el diálogo. Hemos llegado incluso a un estadio en que líderes europeos, como Borrell dicen en un parlamento: “No podemos seguir confiando en que apelar al Estado de Derecho y desarrollar relaciones comerciales van a convertir el mundo en un lugar pacífico donde todo el mundo evolucionará hacia la democracia representativa”, en una enmienda a la totalidad justo a ese Estado de derecho que a él le da poder y legitimidad para tomar decisiones que nos afectan a todos y todas. O las declaraciones del ministro de asuntos exteriores de Luxemburgo, Jean Asselborn refiriéndose a Putin: “ojalá se le pudiera eliminar físicamente para detenerlo. Me parece la única opción", declaraciones, de las que luego se ha retractado, que directamente incitan a la venganza y al linchamiento, y que desplazan a los Derechos Humanos como base de la democracia, en favor del principio totalitarista de “el fin justifica los medios” que promulga.
Y respecto a la derivada humanitaria, aunque sea obvia hay que nombrarlo: mientras que se está organizando la acogida de las refugiadas ucranianas se sigue apaleando a personas migrantes en la frontera sur –este enlace muestra un video de día 3 de marzo de 2022 como ejemplo de lo que está pasando en Melilla en plena campaña de vender España como sociedad de acogida- La frontera polaca que era impermeable a los refugiados sirios es ahora paradigma de la acogida y la solidaridad internacional. Algunos medios ya hablan de los y las refugiadas ucranianas como la solución a la despoblación de la “España vaciada”, sin despeinarse, mientras que las muertes en el Mediterráneo se cuentan por decenas casi todos los días.
6. Por lo contrario, parece que hay poco interés en dar apoyo y resonancia mediática a las prácticas de resistencia y acciones de autodefensa civil que se puedan estar dando. ¿Qué pasa con los desertores ucranianos? ¿A todos nos parece bien que el gobierno de Zelenski no deje salir a los hombres del país, obligando a abandonar a sus familias, como si cuidar no fuera otra manera también de resistir a la guerra? ¿Los señalamos como traidores? O los deportistas rusos, castigados por su bandera a no participar ni competir en los diferentes campeonatos y ligas, aunque siempre se haya hablado del deporte como un lugar de tolerancia y competencia saludable frente a la imposición de la fuerza. O el papel de las diferentes organizaciones sociales y políticas, rusas y ucranianas, de dentro y de fuera de sus fronteras, ¿Qué tienen que decir y aportar respecto al conflicto? ¿Por qué sus opiniones tienen menos valor que la de los diferentes políticos, pese a que se juegan mucho más que ellos en la resolución del conflicto?
Y la perspectiva histórica, desde siempre o desde 2013, cuando surgió el movimiento Maidan, -y las repercusiones que tuvo esto en el Donbass- ¿Cómo se apoyó desde fuera las dinámicas de organización y de vertebración social? o por lo contrario, ¿Europa se frotaba las manos mientras era testigo de una fragmentación que iba a servir a sus intereses?
7. Putin es un personaje imposible de indultar, imposible de ver con buenos ojos. Sus políticas de acumulación de poder y de capital condenan al pueblo ruso a la desigualdad social y a la precariedad de por vida. Su autoritarismo y el control social hace casi imposible la existencia en Rusia para muchas personas y colectivos. Y la dura represión convierte en kamikaze la resistencia. Su aportación a la política internacional es igualmente deleznable: siempre avivando la política de bloques y siempre incentivando la carrera militar, participando en los conflictos internacionales desde la desestabilización que implica su poder, boicoteando los procesos de paz y apoyando dictaduras inmundas.
Todo esto -y mucho más que está siendo publicado en redes- no quita que sea un error garrafal explicar un conflicto armado desde el personalismo, máxime cuando esta persona, junto con sus amigos “los oligarcas rusos”, –todos ellos acogidos, y sus inversiones, con los brazos abiertos en Europa-, han remado a la par de occidente para consolidar el capitalismo global como el único marco válido para la relación internacional, con políticas comunes y alianzas estratégicas que ahora caen en el cajón del olvido. Está bastante claro que la guerra, incluso la que hace el bando ruso, la estamos financiando todas con nuestras importaciones de gas y petróleo, y con las galletas que nos comemos.
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Para acabar, reivindicar que hay una cultura antimilitarista que puede ayudar a transitar esta crisis, una cultura a la que hay que apelar si queremos intentar que este momento no suponga un deterioro ético y moral de nuestra convivencia. En cualquier caso, la cultura de paz siempre dará más garantías para responder al conflicto violento al que parecen querer conducirnos nuestros gobernantes, haciéndonos partícipes de un marco teórico y político que, algunos y algunas, no aceptamos de ninguna manera.
Insumisión a la cultura de guerra.
Insumisión a la desinformación y manipulación.
Insumisión a la escalada militar europea.
Insumisión a la violencia en nuestras fronteras.
Y solidaridad entre los pueblos y sus gentes.
Gracias por este profundo análisis, necesitaba leer algo así, no sentirme tan desubicada en una actualidad que promueve la guerra como única alternativa.
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