No hay consuelo sin techo: el precio de la vivienda y la muerte del trabajo social.

  Eslogan del movimiento "V de vivienda", allá por 2007. Si tenemos un trabajo social limitado a la lógica del empleo, cuando tener un salario no garantiza el acceso a los bienes básicos, ni siquiera a la vivienda, mucho del trabajo social pierde su sentido.   El mercado laboral como límite del trabajo social. Tenemos un modelo de trabajo social caduco que es heredero del marco definido hace más de 50 años por “Estado del bienestar” ( welfare state ) y que, pese a los profundos y estructurales cambios sociales, sigue siendo predominante en la intervención social, tanto desde la institución pública como desde los agentes privados del famoso “tercer sector”. El estado de bienestar reconoce y afianza el papel central de la economía productiva como elemento organizador del sistema y asume la jerarquía del mercado laboral y del empleo en la regulación de las relaciones sociales, y también a la hora definir los mecanismos de distribución de la riqueza. Es el “mundo del tra

Los Reyes Magos somos nosotros.



Pocos espejos hay tan fieles para mirarnos como son las fiestas de navidades, y de manera especial, la celebración de los Reyes Magos.

Y sí, deja un cierto sabor agridulce (y es un poco "cortarrollos") trufar una fecha linda, de pensar en los niños y niñas con las mejores intenciones, de reflexiones políticas y socioculturales que parecen evaporar la poca magia e ilusión que aún perdura en nuestra cultura. Pero sabemos que la reflexión sobre símbolos y tradiciones es una de las herramientas más eficaces para tomar conciencia de lo que nos atraviesa y de aquello que está bien pensar, al menos, para tomar conciencia de lo que podemos estar reproduciendo. Así, sin querer caer el el juicio de las diferentes opciones familiares al respecto, y valorando la linda disposición generalizada de agradar a las criaturas, estamos ante una oportunidad, otra más, de revisión para ir forjando entre todas un marco más respetuoso y cuidador de las infancias.

Todos los engranajes de nuestra cultura quedan al descubierto durante estos días: la familia heteronormativa, la insatisfacción capitalista (con el anhelo del Gordo de Navidad o con los propósitos de año nuevo) y también, y como no puede ser de otra forma, el adultocentrismo.

Tenemos un día señalado en el calendario para renovar los votos con la infancia y ratificar su posición subalterna en el orden social, y por si fuera poca broma, lo celebramos en su nombre y, supuestamente, para su deleite. Se da la paradoja de que conforme más explícito e importante es el papel de los niños y las niñas en una celebración, más relevante es también el papel adulto que la posibilita, y siempre su participación va a ser en clave de demostrar su poder y asentar su privilegio.

El día de los Reyes es el día en que todos y todas miramos a las criaturas y nos congratulamos de desvivirnos por ellos y ellas, y también es el día en el que los pensamos ingenuos, inocentes, ilusos y pacientes para recibir nuestros agasajos sin condiciones y con agradecimiento.

Es un día en que se hace muy evidente la consideración de los niños y las niñas como objetos, como dianas de nuestra cultura, despojándoles de su condición de sujetos. Y ya no de sujetos de derechos, ni siquiera les permitimos ser protagonistas autónomos de sus propios deseos y sueños…

«Escribe una “carta a sus majestades”…despréndete de lo que quieres y deseas y aprende a que esto siempre va a depender de un tercero, de un rey, de un tipo de rojo, o de tu padre y tu madre. En cualquier caso, todo lo que se te dé es “graciable” te lo dan porque ellos y ellas quieren, nunca porque te pertenezca (como mucho porque te lo mereces, ya que así aprovechan la coyuntura para afianzar un poco más la cultura del esfuerzo, y para tatuar el premio y el castigo como la vía a la obediencia que te garantizará la satisfacción de tus necesidades)»

Y sí, las infancias no son ajenas al materialismo imperante (muy inducido también por las dinámicas familiares y el bombardeo de los medios), y parece que el mecanismo es menos grave porque hablamos de legos, playstation, drones, móviles o patinetes, pero la lógica es exactamente la misma, y la enseñanza social también, que si habláramos de otras necesidades menos desnaturalizadas por el consumismo.

Las adultas no pedimos permiso cuando nos compramos “caprichos”, cuando decidimos salir a cenar y gastarnos 30 pavos en un rato. Si acaso hacemos un pequeño estudio económico para ver si nos llega, y puede ser incluso, que lo hablemos con las personas con las que convivimos, por si la cosa cabe o no, si el dispendio merece la pena y si, pese a ello, nos merecemos un homenaje. Lo hablamos y lo pactamos, pero nunca con los niños y niñas, a ellas no les queda otra que esperar (incluso en los casos de las familias que aprovechan los regalos para comprar cosas “necesarias”, prima más el hecho de que el adulto decida regalar algo que se necesita, antes que la propia necesidad de la criatura, que igual no tendría que esperar si dicha necesidad fuera considerada equiparable a una necesidad de una adulta, o si se diera lugar a un diálogo al respecto).

La economía familiar no se discute. No incluye a los niños y las niñas. No se les reconoce capacidad de decisión. Podemos llegar a gastarnos muchísimo dinero en ellas, pero no estamos dispuestas a compartir el poder que supone tener la cartera (más o menos vacía) en nuestros bolsillos.

Y es esa resistencia a abandonar ese poder material y también simbólico, a abandonar el lugar del privilegio, lo que contamina a unas palabras lindas, como magia, ilusión y misterio, con un doble sentido a cuál más pernicioso:

1. Lo “mágico” posibilita la impunidad adulta. Así no hay necesidad de asumir responsabilidades (si se da el error, en el mejor de los casos son los Reyes los que se han equivocado, cuándo no, el niño o la niña que ha sido travieso de más, o quizá el mensajero que no trasladó la carta correctamente, pero nunca el adulto encargado de la misión). También sirve la magia para justificar “el cambiazo”, porque mejor regalar aquello que la persona adulta juzga como conveniente que lo que la criatura “caprichosa” pida. Necesitamos magia porque incluso una carta de deseos se nos queda grande. No estamos preparadas para dialogar con las infancias en clave de deseos (cuidado vaya a ser que nos pidan pasar más tiempo con nosotras, o cambiar de colegio, o que les dejemos en paz en lo de recoger todo el rato…). Mucho mejor lo que se puede pagar con una tarjeta de crédito, y si no, al menos socializar con el resto de la humanidad para que no se note el escaqueo monárquico. Como cuando las criaturas piden a los Magos acabar con el cambio climático o con las guerras, y nos enorgullecemos de su conciencia como si fuera nuestra, y además nos alegramos porque nos ahorramos las colas…

2. Lo “mágico” como apropiación y usurpación. Esto aún me parece peor. Enarbolamos “lo mágico” para llevar a nuestro terreno algo que es fundamental en las infancias y, con ello, le quitamos toda la potencia creadora. Los niños y las niñas pueden vivir el misterio como una aventura, como ese camino inexplorado que les lleva tanto al descubrimiento como a otros nuevos misterios. La ilusión hace de faro para ayudar a decidir hacia dónde dirigir su compromiso, para desviarse lo menos posible del camino de aprender deseando y desear aprendiendo. Una magia que se siente, se piensa, se escudriña y se transforma. Un misterio que siempre va acompañado de la curiosidad y sus explicaciones certeras, y que no se debiera contaminar con patrañas y mentiras adultas.

El adulto puebla ese misterio con mentiras, con explicaciones absolutamente irracionales que, en general, tratan a los niños y niñas como tontas, sin ningún respeto a su inteligencia ni a sus capacidades racionales. Conforme más se acercan a las respuestas obvias que elaboran y les llegan por múltiples canales (aprovecho aquí para recomendar la película Canino, de Yorgos Lanthimos, muy representativa de esto que estoy describiendo) más gordos son los embustes y la sobreactuación de las adultas.

Las criaturas bien se enfadan o bien aceptan las patrañas por pura generosidad e incondicionalidad respecto a las adultas que los cuidan, incluso pueden llegar a disimular que no se enteran de la milonga para agradar a sus mayores, o para seguir jugando (que tampoco hay tantas oportunidades para disfrutar con tu madre y tu padre en una teatralización doméstica).

Lo grave es que la mentira va más allá de las explicaciones y de los argumentos chistosos. A veces, ni siquiera hay honestidad en los motivos. ¿Cuánto hay de narcisismo, de auto-disfrute, de querer apropiarse de la felicidad de otro para la propia satisfacción por ser, o sentirse, proveedor/a de la misma?

Se puede dar una dinámica de dependencia afectiva, una fusión emocional, que termina anulando a la otra persona por estar absolutamente atrapada en la confusión de que la aceptación pasa por el agradecimiento, y que la felicidad se consigue estando a la altura de las expectativas que depositan en ti. Socializamos así a las infancias en muchas situaciones. También aprovechando los regalos de Navidad.

Pues todo esto, no lo disimulamos, lo celebramos. No solo es una usurpación, una instrumentalización y una utilización de un simbolismo para el interés propio, es también una fiesta de glorificación de poder adulto y de naturalización de la violencia ejercida (sería análoga al 12 de octubre en lo que se refiere a celebrar la conquista y aniquilación de los Pueblos originarios). Los Reyes Magos (los de aquí y ahora), nosotros y nosotras, como los conquistadores encargados de poner bandera y hacer explícita la colonización del territorio de las infancias por el poder adulto.

En un sistema adultocéntrico el privilegio adulto estructura la convivencia y prevalece en cualquier situación, lo tenemos interiorizado y normalizado. Es un poder que actúa invisible excepto cuando hay niños y niñas delante, entonces, hay que dejar claro quién manda. En una celebración, que tiene un importante sentido simbólico y sienta bases de nuestra cultura patriarcal, no podemos dejar perder la oportunidad.

Los Reyes somos nosotr*s porque no podemos ver más allá del poder otorgado, porque no queremos renunciar al privilegio y porque ser proveedor*s de regalos, deseos o necesidades es también un rol social heredado y hegemónico (bien lo saben las mujeres cuyos trabajos feminizados sostenedores de la vida nunca eran recompensados). Y Magos somos, pero solo un poquito, porque nuestra magia no va mucho más allá de las miserias que como sociedad alcanzamos a disimular.

Quizá mirarnos con honestidad en este espejo es el mejor regalo que les podemos hacer a las infancias. Al menos, no les privemos de las risas de cuando comprueben que, efectivamente, los Reyes Magos también van desnudos.

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