Facilitar, posibilitar, cuidar, sostener, amparar...todo esto, en el marco de
una relación de ayuda, es asistir.
La asistencia se conecta con la
interdependencia, con el apoyo mutuo, con la comunidad, con la red y con la
vertebración social, y en la medida que los seres humanos somos sociables y
necesitamos al grupo, asistir y ser asistidos expresa una
dimensión esencial de nuestra condición humana. El asistencialismo es un
humanismo en la medida que no se evade de nuestra existencia en fragilidad, y
que no externaliza el bienestar a un marco cultural que no participa de la
dinámica propia de relación entre las personas de la sociedad.
La asistencia da vida a las
situaciones sociales, implica presencia, estar, poner el cuerpo y por tanto participar
de la situación, y al participar, dicha situación puede evolucionar a otro
estado más favorable, la persona que asiste aporta elementos
que previamente no estaban, y que quizá fueran necesarios para salir del
bloqueo o del malestar.
Hay una desigualdad de partida
entre quien tiene la posibilidad de asistir y entre quien tiene la necesidad de
asistencia, pero esa desigualdad sigue estando aunque se inhiba la asistencia,
e incluso puede profundizarse, porque al no entrar en relación hay más posibilidades de que el
esquema perdure y se consolide.
La asistencia implica una
conciencia y un reconocimiento de la posición de privilegio y de poder, y de
ahí emana una responsabilidad, la que dicha posición da cuando hay necesidad y
desigualdad.
Todos y todas estamos en
posibilidad de asistir y vamos necesitar ser asistidos en muchos momentos de
nuestra vida. Por mucho que hablemos de autonomía e independencia, reconocer
la dependencia es mucho más democrático que alimentar la quimera de la
autosuficiencia. Sobre todo, cuando confundimos autonomía con la capacidad
monetaria de acceder a bienes y servicios mediante el consumo, lo que nos deja
absolutamente a merced de lo ajeno.
La democracia, y la condición de servicio público, se pierde cuando
pensamos los servicios y la asistencia social como elementos consustanciales a
los contextos de pobreza y de marginación. Se invisibilizan las necesidades
comunes que nos vertebran a todos y todas, y que nos pueden llevar a alianzas y
a procesos de desarrollo comunitario, para poner el foco solo en las situaciones
carenciales y vincular las necesidades con los procesos tutelados de promoción
social.
Se consolida la visión de que el
trabajo social es un tema de pobres y de marginadas, de aquellas personas que
están fuera de lo normalizado, y que por tanto, la ayuda ha de ser
unidireccional, incluso participar de una dimensión pedagógica para “enseñar
cómo dejar de ser…”, negando la propia existencia.
El paternalismo así, sustituye al
apoyo mutuo porque se bloquea la posibilidad de reciprocidad, ya que nadie, si
puede evitarlo, quiere recibir ayuda si para ello ha de asumir un lugar
infravalorado definido por la exclusión.
El trabajo social se conforma como frontera,
muro de contención entre el lugar que define con la cultura del privilegio,
y las necesidades de la gente, con sus vidas, sus familias, sus cuerpos, sus
sufrimientos y sus anhelos.
Un muro hecho a base de ladrillos
de Integración, inclusión, inserción...in,in,in...
Y no por obvio es menos grave, cada vez que se define el
“dentro” se está consolidando el “fuera”, con una desvalorización y juicio de todo lo que allí acontece, en
una invitación constante, y retórica, a cambiar de bando, cuando no existen los
recursos necesarios para que esto sea posible.
Es una posición colonialista que
niega la posibilidad de vivir un mestizaje de los servicios sociales, lo que
amenaza radicalmente la concepción de los mismos como servicio público.
Para que se dé el servicio
público, los servicios sociales se han de contaminar con la vida de la gente, y
por tanto con su ejercicio cotidiano de supervivencia, con humildad y sin
juicio, pues en la mayoría de las ocasiones, ni se tienen las soluciones ni se
tienen los recursos, por lo que no deja de ser una impostura prepotente hacer
desde una tarima pedagogía y proselitismo de los procesos normalizados, de integración,
inclusión e inserción, inviables para la mayoría de las personas.
Esa dimensión pedagógica y adoctrinadora
del trabajo social ha desterrado de los protocolos y planes de intervención la
acción directa de cuidados, la asistencia, o la asistencia organizada,
despectivamente llamada asistencialismo, y con ello otra gran derrota, un paso más en la deshumanización y la enajenación del sistema social.
En base a una crítica superficial
de lo que habían sido la dinámicas de caridad y de clientelismo anteriores, y
desde una denuncia de la dependencia como el mal supremo de la intervención
social –como si las profesionales del trabajo social fuéramos autónomas,
independientes del salario y de las políticas diseñadas en los despachos-, el trabajo social se presenta como un ente
evolucionado, emancipado del cuerpo a cuerpo, alejado de lo humano del drama y alardeando superioridad moral.
Ha conseguido trascender a lo
mundano de la necesidad, para ubicarse en un marco técnico con juegos de
perfiles, demandas y derechos, protocolos, prestaciones y contraprestaciones,
todo ello como una abstracción de la lógica de la normalización, que sintetiza
una individualización en base un modelo de bienestar teórico y estructural imposible
de encarnar en personas reales.
Perfiles con los que intervenir, itinerarios
de emancipación que atrapan en los servicios y en sus dinámicas burocráticas, entramados
de contraprestaciones que terminan haciendo perder el rastro de las necesidades
de partida, quedando toda la complejidad de la situación de vulnerabilidad
social reducida a un cumplimento medible de objetivos, indicadores, citas para
entrevistas, y peajes para el acceso a los pocos recursos disponibles…
“No les demos peces, enseñémosles
a pescar”. Esta frase déspota y privilegiada, demoledora y totalmente exenta de
empatía y humanidad, ha guiado desde hace más de 40 años a hordas de fanáticos
de la educación social y del trabajo social, desde voluntarios a grandes ONG y empresas
del tercer sector, públicas y privadas, que consiguieron blindar para siempre
su posición de privilegio, porque aun teniendo peces, muchos peces (de hecho
venían de Europa en forma de fondos de cohesión territorial) no se socializaban.
Vacunados de asistencialismo, era más importante afianzar el modelo de desarrollo que vivirse, en el cuerpo a cuerpo, la contradicción dolorosa de la desigualdad social.
Vacunados de asistencialismo, era más importante afianzar el modelo de desarrollo que vivirse, en el cuerpo a cuerpo, la contradicción dolorosa de la desigualdad social.
Y claro que el asistencialismo
sin más no es suficiente para revertir los procesos de injusticia y el
descuido generalizado, pero hemos de buscar una alternativa viable, solidaria y
corresponsable que no pase por “quitar peces” a cambio de regalar promesas
capitalistas, inviables en una sociedad donde la riqueza se acumula fuera del
territorio vital de las personas que sufren las consecuencias de la
explotación.
El trabajo social debe estar al
servicio de la transformación y luchar contra las causas estructurales de la
injusticia, pero a estas alturas, cabe preguntarse si el cambio de modelo, pasar de
lo “asistencial” a lo “promocional”, está ayudando al cambio
social o por lo contrario, apuntalando las desigualdades y el malestar.
Frente a lo tecnocrático,
frente a la gestión burocrática de los derechos, frente a la meritocracia para
acceder a las ayudas y frente al conflicto social de no atender la desigualdad
con la ternura, empatía y respeto a las personas que viven dichas situaciones, y
que obviamente no son culpables ni responsables de su malestar, acción directa
y asistencialismo.
Acción directa para poner el
cuerpo en actitud de encuentro y servicio, y asistencialismo como propuesta colectiva
y política de organizar los cuidados y el apoyo mutuo, en reverencia a las estrategias
propias que se ejercen en la vulnerabilidad y que articulan la fragilidad en
procesos viables de supervivencia.
Brutal!!Soy educadora Social en los servicios sociales des de hace mas de 10 años y joder!! Vaya movida que llevo en la cabeza. Gracias.
ResponderEliminarA ti por leerlo. Nadie como los que estamos cotidianamente en el tajo para impugnar el modelo. Importante no colaborar con dinámicas instauradas que no ayudan para la transformación social que pretendemos.
EliminarBuenisimo! Gracias por ponerle palabras a lo que muchas llevamos en silencio
ResponderEliminarMuchas gracias, me alegro que lo hayas podido disfrutar. Un saludo.
EliminarBuenisimo! Gracias por ponerle palabras a lo que muchas llevamos en silencio
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