Lo bélico y lo colateral. Victimización y resiliencia en la crisis COVID-19.



Lo bélico.

El lenguaje bélico en las comunicaciones sobre la pandemia no es algo cosmético. Es grave, peligroso y preocupante. Nos usurpa el relato, nos descontextualiza la vivencia.

De nuevo la voz masculina, la del general, calla la experiencia que se está viviendo en cada casa. Calla la única voz que nos puede ayudar a transitar este momento con aprendizaje y acompañamiento, una voz de resistencia, de cuidado y de amor que queda silenciada entre las proclamas patrióticas e invisibilizada en lo doméstico.

Es sentir común que la épica está en el día a día de cada cual, en cómo llevar la cotidianidad de manera sostenible en nuestras familias y en nuestros trabajos, en cómo poblar la ausencia de lo que percibimos importante para minimizar los riesgos del desamparo.

Conforme pasan los días más inapropiado queda el lenguaje grandilocuente para describir lo que estamos viviendo. La proclama que en un momento pudiera significar consignarse en la superación empieza a sonar como el insulto de quien no te reconoce ni te valora. 

El lenguaje militar y bélico desnaturaliza absolutamente la situación presente e invalida los procesos más importantes que se están dando en el cuerpo social. Acentúa el problema y nos aleja de la solución.

Hay un consenso en que el momento tiene gravedad. No podemos permitirnos el lujo de despistarnos tanto.

Lo militar, la guerra, siempre ha sido el relato de la hegemonía. La vida, lo importante, siempre ha quedado oculta entre las cenizas y los escombros, nombrada como daño colateral e inhabilitada para los procesos de reconstrucción que, como en todas las guerras, eran protagonizados por los mismos que ratos antes se merendaban a tiros.

No hay finales felices en las hazañas bélicas, a lo más que se llega es a la paz de los cementerios. Y no queremos eso.

Pero seguimos ahí, hipotecados a lo más ruin de nuestra historia. No hemos avanzado mucho. No se puede vivir más anacronía, tanto en los análisis, como en las respuestas y en las manifestaciones públicas.

Lo victimizador. 

No es admisible que la situación se esté describiendo exclusivamente desde el marco que define el poder, en el reduccionismo insultante que dan las coordenadas alarma-hospitales-supermercados-tareas escolares-perros y con la obediencia como único valor cívico rescatable. No es admisible que se nos defina en un lugar pasivo, victimizador, y se nos haga creer que todas las soluciones vienen desde fuera, a la vez que se cultiva el miedo y la alarma.

Estar quietos (con todo lo que hay por hacer) y que mientras confiemos en unos políticos que hacen lo que pueden, pero nuestro aprendizaje histórico es que nunca pueden lo que cuida. Nos piden confianza aunque sean los expertos en cultivar la desconfianza.

No. La solución no va a venir desde la pasividad del encierro mientras contemplamos cómo ciertos conciudadanos se juegan la vida sin demasiados apoyos, o cómo se hace propaganda apelando a la heroicidad, o cómo los medios de comunicación cuentan muertos reciclando las aplicaciones que antes valían para contar votos y escaños, o cómo conjuramos a la industria capitalista para que produzca y nos venda remedio.

Desde el esfuerzo cotidiano del confinamiento insulta el discurso de que lo responsable es asumir un rol pasivo, de ser víctimas civiles mientras vemos la tele esperando que nos den permiso, reconociendo en muchas de las medidas las respuestas históricas del control social y del totalitarismo militar.

Lo colonizador.

Y es que a parte de la mayor o menor efectividad de estas medidas de cara a abordar la dimensión sanitaria de la pandemia no es nada desdeñable su dimensión pedagógica y colonizadora. Si poco a poco nos vamos conformando con este rol, y a la vez nos vamos alimentando de miedo y catastrofismo, la ansiedad del momento va a servir para agrandar el enemigo y precisar cada vez más intervención externa, perdiendo y dejando escapar la dimensión humana que puede tener esta crisis.

Ya empezamos a ver como los balcones pasan de la celebración al juicio, o como tenemos que señalar con cintas azules a los niños autistas que pasean. Hay vecinos que quieren echar de sus casas a personas que por sus trabajos están expuestas al virus, hacen pintadas en sus coches y cuelgan carteles en la escalera.

No hay término medio entre cultivar el miedo y evitar que la gente se vuelva desconfiada e insolidaria. El individualismo es la respuesta adaptativa al alarmismo, es un estado para la supervivencia cuando todo se vuelve hostil. Y la hostilidad se está fabricando al invisibilizar y ningunear los procesos saludables y cooperativos que se dan en la sociedad, condicionando a la población a dar la peor de las respuestas posibles.

Se construye un enemigo en todas aquellas personas que viven y perciben la realidad desde otra lógica o experiencia y el confinamiento hace que tu propia vivencia no pueda ser contrastable en la relación con el otro, de manera que las personas maceramos nuestros propios prejuicios elaborando un caldo de cultivo perfecto para el discurso oficial que nos llega por los medios.

Puede ser que el poder político, científico, pedagógico y mediático se apunte la victoria cuando todo esto pase y que una vez más el relato obvie lo verdaderamente significativo.

Lo nuestro.

Nuestro relato, lo importante, es lo que se está viviendo en cada casa. La con-vivencia y la vivencia-con, la dimensión íntima y relacional de la situación.

Cómo estamos socializando la experiencia, cómo estamos reconfigurando nuestros sistemas familiares, cómo estamos re-escribiendo los pactos y equilibrios en la dinámica familiar para cultivar la capacidad empática y cómo nos estamos entrenando en la regulación cotidiana de los conflictos.

Es una crisis grande y profunda que viene para quedarse. Se van a precisar movimientos íntimos fundamentales en todas las personas y familias, movimientos que en ningún caso se contraponen a la gestión pública de la situación, pero que van a ser fundamentales para mantener la cohesión, la vertebración social y para una resistencia efectiva a la adversidad.

Lo público, lo privado y lo íntimo son realidades complementarias que solo confrontan bajo la lógica de la contienda y de la guerra que hemos de desterrar.

Lo colaborativo.

Si, por lo contrario, se recupera un paradigma social basado en la confianza y en el apoyo mutuo, las dinámicas internas de las personas y de las comunidades son las que llevan a una organización cooperativa de la vida, a un avance social en adaptabilidad y eficacia para abordar los diferentes retos.

Se cuida mejor desde la empatía y desde el sentimiento de arraigo y pertenencia que desde las órdenes y la disciplina. Lo que vale para mandar ejércitos no es efectivo ni siquiera para ejércitos de médicas y enfermeros porque la salud hace malas migas con el poder totalitario. Muchas trabajadoras sanitarias se sienten al servicio de una comunidad y necesitan un reconocimiento social en forma de cuidado también para ellas, con salarios dignos y turnos conciliadores antes que medallas y aplausos que certifican su explotación.

La mayoría de la gente, si hay dialogo, es colaborativa (los niños y niñas también) y por eso enfadan las imposiciones y las restricciones sin lógica ni concierto. Parece que el clima de guerra que se empeñan en implementar tiene como objetivo sustituir los argumentos y la persuasión por los decretos y las multas como si todo el rato estuvieran pensando que nos vamos a portar mal ¿pero es que alguien cree que nos importa nuestra propia supervivencia y la de nuestra gente menos que a ellos?

Lo vivido.

Mi familia lleva más de 30 días sin salir de casa, y todo bien, no hay queja.

La disposición a los cuidados, a sostener la vida, es intrínseca a la sociabilidad humana e incluso conecta con un instinto de conservación que amplifica el amor y la afectividad en las relaciones. Tomar conciencia de ello es incluso motivo de celebración. El confinamiento amplifica todo eso y puede servir para reconfigurar prioridades y crecer en relación. Habitar lo esencial de la vida es una oportunidad que estábamos perdiendo en la dinámica extractiva capitalista que enajena nuestras necesidades y afectos para ponerlas al servicio del individualismo y su fragmentación social.

Nuestra experiencia es que la forma de ir llevando decentemente el encierro es poner y dar más atención, mimar las maneras que tenemos de hablarnos, cultivar la alteridad, la cooperación y la asertividad, la regulación no violenta de los múltiples conflictos que se nos presentan.

Lo extremo de la situación nos lleva al extremo del cuidado, ofender a la otra aparece como un lujo postergado para otros momentos en que la salud física y la salud emocional no estén comprometidas. La necesidad nos lleva la a la colaboración como estrategia intrínseca de supervivencia.

Estos procesos de relación y de apoyo son frágiles, y en determinadas situaciones, atravesadas por la violencia estructural de la adultocracia, del paro, de la infravivienda y del empobrecimiento, se precisa un sostén social para que las familias y los grupos humanos puedan abordar la convivencia de manera solvente y que las disfunciones no se expresen en violencia hacia las personas más vulnerables.

Y por ello es grave que se esté dando una falta de comunión con los políticos y dirigentes. Con sus medidas están dificultando las dinámicas de convivencia en vez de mimarlas. Se debieran estar anticipando soluciones para las dificultades que objetivamente se dan en una relación social sin libertad de movimientos.

Lo colateral.

La dificultades en la convivencia no son daños colaterales, pueden significar una herida profunda en el cuerpo social que ha de sostener todos y cada uno del resto de procesos. No se investiga, no se produce y no se cura si no se tiene un lugar social que ampara desde el afecto y la relación.

Y no es que yo anhele soluciones externas. Mi posicionamiento político siempre ha partido de no delegar lo importante en el poder, pero de alguna manera, en un momento de esfuerzo colectivo, sí se espera que al menos no se pongan palos en las ruedas.

La vida se sostiene en la comunidad, y a más dificultades más comunidad, no hay atajos. Y a la comunidad hay que cuidarla.

Cuando los profesionales de la acción social hablamos de resiliencia no nos referimos a una magia ni al toque de gracia de una “hada buena”. Nos referimos a la concreción individual de una dinámica social que, aunque oculta, reprimida y vulnerada, tiene su efectividad en la supervivencia de algunos de sus integrantes.

Por eso genera una sensación de mucha incompetencia e incomprensión cuando las decisiones que se toman van hacia idealizar una solución que hoy por hoy se nos escapa, (vacunas, control absoluto de contagios, remedios…) y por lo contrario, degradan la capacidad de resistencia de una sociedad poniéndose a la contra de sus procesos resilientes.

Siempre, antes que la propaganda y los ejércitos, lo que realmente ha sido efectivo para aferrarse a la vida ha sido la vida misma, y hoy por hoy se está dificultando en demasía.

Lo usurpado.

Y es que partiendo del hecho de aceptar la falta de libertad y el confinamiento como un mal necesario (algo cuestionado también por gente muy solvente, aunque eso es otro tema), todo lo demás, ¿A qué responde? ¿Es necesario?

¿Realmente no se puede ir al huerto a cultivar alimentos para el autoconsumo o a recoger agua de la fuente? ¿Realmente no se puede pasear por el monte o por el campo en soledad cuando puedes hacer para no encontrarte ni a una sola persona? (Asalto a la autosuficiencia rural, El Salto 31 de marzo)

¿Realmente los niños y niñas han de estar sin salir de casa más de un mes? ¿No se puede plantear un plan razonable que les ayude y que se ponga al servicio de sus necesidades, de sus demandas y de sus dinámicas de convivencia con los adultos que les cuidan? Encomiable el trabajo que está realizando Heike Freire y otros compañeros, en este sentido. (CoronaInfancias: Propuestas para una gestión de la crisis más empática con los niños y niñas, Blog de Heike Freire, 19 de marzo)

¿En serio que desde el mundo de la escuela hay que atiborrar a las criaturas con más pantallas y deberes, y que además éstos sean evaluables? (Francesco Tonucci: “No perdamos este tiempo precioso dando deberes”, El País, 11 de abril)

Claro, es que la chavalería no se ha de relajar…¿Alguien puede pensar que las adolescentes están relajadas en esta situación, privadas de la relación con sus iguales, sin deambular por el espacio público y obligadas a convivir con sus padres y madres en un momento de necesaria diferenciación y antagonismo? (El mundo se derrumba, pero que los chavales no pierdan clase, El diario.es, 7 de abril, por Isaac Rosa)

O las adultas, podemos ir a trabajar en un metro pero no podemos salir un rato a hacer deporte a la calle …(Medidas drásticas solo para algunos, CTXT, 13 de abril, Marta Bassols)

Y el nacimiento…¿Tiene algún sentido que las madres gesten asustadas porque no saben si van a sufrir una “cesárea preventiva” o les van a obligar a parir solas, o les van a separar a de sus criaturas al nacer, o les van a poner pegas en sus lactancias? ("Nos han robado la oportunidad de vivir juntos el nacimiento de nuestro hijo", El salto, 8 de abril)

El nacimiento a merced de los protocolos cambiantes del hospital de turno en un retroceso de más de veinte años en atención al parto que además desoye las recomendaciones de la O.M.S. sobre el COVID-19. (Recomendaciones OMS para asegurar el contacto madre-bebé tras el parto y la lactancia materna, 15 de marzo, blog del Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal)

Dando la espalda también a la muerte, porque incluso en un momento donde la muerte se cuenta, es mainstream y nos llega por los cuatro costados, los tanatorios siguen cerrados y no hay nadie capaz de inventar una manera de poderse despedir de nuestros mayores que cuide el proceso humano y pueda facilitar el duelo.(Cuando el duelo se pone en cuarentena, la Newtral, 28 de marzo, Noemi López Trujillo)

Lo ecológico.

Pero es que todo vale para defenderse de la muerte menos matar la vida.

En el cole presencial de mi niñez definían al ser vivo como el que nace, se reproduce y muere.

Y las decisiones políticas del momento violentan cada una de estas etapas: 

a. Son una amenaza real al ecosistema del nacimiento, infravalorando la importancia del vínculo madre criatura en el momento del nacimiento.

b. Son una amenaza al ecosistema de la reproducción, impidiendo el aire libre de los niños e invirtiendo en secuelas futuras en patologías mentales.

c. Son una amenaza al ecosistema de la muerte, que no puede ser acompañada y significada.

Y agrediendo a todo aquello que nos define como ser vivo se quiere enfrentar una crisis vital que nos atraviesa en todas las dimensiones como personas humanas.

Gran error del sistema que ojalá no tenga más consecuencias dramáticas, porque así no se hace callo, se hace trauma, y el trauma cuesta de superarse, y si acaso, precisará de varias generaciones. 

Y mientras la herida nos llevará a la huida del momento, consolidando la alerta y al miedo, y nos restará energía.

Es un error grave que bien vale un replanteamiento y una crítica aunque pueda parecer que la disidencia rompe la cohesión social, el “todas a la una” al que se apela. Pero es mentira, no hay un todas si no se cuidan los procesos esenciales de la sociabilidad humana.

Lo comunitario.

Sin cohesión ni vertebración comunitaria los anticuerpos sociales se merman, perdemos resistencia, nos vamos convirtiendo en una sociedad inmunodeprimida que cada vez tiene menos capacidad de responder de manera propia, no asistida y autorregulada, a los problemas que vayan llegando.

A veces se presentarán como un problema médico, otras veces como un problema económico y otras como un problema político, pero siempre serán problemas de salud pública porque cuando hablamos de salud y comunidad hablamos de bienestar, de la calidad de la convivencia, y esto nunca se va a conseguir con una intervención exterior por muy amable que sea.

Hablar de un enemigo externo para organizar la respuesta social solo beneficia al poder.

Incluso aunque el enemigo sea un virus pintado de verde, un patógeno, la única manera de defenderse de ello es profundizando en la parte del problema que nos pertenece, que nos corresponsabiliza de su existencia.

Ya sea el cambio climático, ya sea la mala alimentación y el sedentarismo, ya sea la explotación laboral que nos enajena la vida, da igual, cualquier contratiempo debiera ser un aliciente para revisar la dinámica de nuestra sociedad en cuanto a salubridad y cuidados y una oportunidad de rectificación y enmienda. Avanzar con una transformación social que haga que la pena merezca y podamos ir creciendo también en la adversidad aumentando la resiliencia colectiva.

Lo incierto.

Utilizando el lenguaje del enemigo, esta guerra la perderemos si salimos de ella con más miedo, más rotas, más dependientes, más enajenadas, más victimizadas y sin un relato propio que pueda recoger toda esta experiencia y resistencia.

Porque sí, sin duda saldremos de esta, ¿pero vencer? Este significante no llega a poder recoger todo lo que estamos lo vivido estas semanas. La sensación de dolor, de pérdida de afectos y de libertades va a ser profunda y no debiera ser borrada con triunfalismos superficiales.

Y en todo caso, lo bueno no será la victoria, sino los procesos que cada cual haya podido vivir íntimamente y con su gente, y que ojalá definan un nuevo punto de encuentro antes que una nueva contienda más fratricida. Porque una vez en pie de guerra es relativamente fácil cambiar el enemigo, y si el COVID-19 genera bastante consenso, no será tan fácil encontrarlo para las siguientes amenazas que se nos presenten.

Salud y fraternidad.



Comentarios

  1. Qué gran hallazgo tu blog. Muchas gracias.
    Ando compartiendo tus entradas en mi muro y en grupos de Facebook, espero te parezca bien.

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