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Fotograma de la peli "Corre, Lola, corre" de Tom Tykwer, 1988.
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Concilia.
Hace un mes reflexionaba sobre el
confinamiento
y la convivencia, lo que suponía de oportunidad para habitar las
relaciones, específicamente con la infancia, haciendo de la necesidad virtud y
fortaleciendo, ahora que el contexto social no dejaba más opciones, aquello que
se nos había arrebatado.
Nutriendo de manera más intensa,
con vivencias y experiencias sustantivas la ansiedad cotidiana de las personas
que anhelaban tener presencia en sus familias, y que antes, no habían tenido
otra que apelar a la conciliación como una demanda política, como auxilio para
hacer compatible lo incompatible, en la fantasía de que por el camino de en
medio hay recorrido, y las cosas pueden mejorar.
Mi postura siempre ha sido que
conciliar es imposible, que no se concilia lo antagónico.
En el mejor de los casos se
entrenan dinámicas viables de complementariedad, o de competencia virtuosa, o de esquizofrenia social, pero jamás se
concilia.
Lo que te piden los cuidados en
general, y las criaturas en particular, es lo que te quita el empleo y el
mercado, y viceversa, lo que te pide el trabajo es lo que necesitan los niños y
niñas en una crianza responsable y comprometida.
Esa incompatibilidad objetiva,
esencial y radical, ha estado más o menos enmascarada por la existencia de la
escuela y de la escolarización presencial obligatoria, y así, en la medida que
fijamos todos la vista en la educación, a su vez ubicada en un
lugar de prestigio social (pese al abandono e instrumentalización histórica
de la misma por parte de la política institucional) parece que hay dialogo
posible ente el trabajo asalariado y los cuidados.
Pero la liamos más gorda, porque
si ya es difícil asumir la incompatibilidad de nuestra organización de lo
productivo con las necesidades de lo reproductivo, si encima enmarcamos este
debate en lo que los niños y niñas necesitan en una propuesta instructiva,
formativa y educativa, la confusión es de órdago. Y la instrumentalización de
los discursos también.
Hacemos el debate a tres, familias
en relación a la escuela y al empleo, educación en relación a las necesidades
de guarda de niños y a las exigencias del mercado, y el mercado, con sus
necesidades de mano de obra y con un demanda de personal adaptado a lo inhumano
de su propuesta.
El embrollo está servido, y como
siempre, van a ser las realidades más frágiles las que paguen el pato: Las familias
en situación precaria, las escuelas al servicio de la gente, las propuestas de
economía social y colaborativa, etc. Todo lo que precisa entendimiento y
vertebración comunitaria queda en debilidad respecto a aquello que funciona con
decreto.
La indecencia de hablar de
educación cada vez que se quiere ocultar la carencia de nuestra sociedad a la
hora de posibilitar procesos de crecimiento viables en el bienestar, se está
acentuando en el momento actual de la crisis del coronavirus.
El parón bestial que hemos vivido
nos ha llevado a todos y todas al sálvese
quien pueda y cómo pueda, con pocos apoyos, y ahora que en la fase de
desescalada empiezan a asomar los elementos que van a organizar nuestro futuro, los discursos y propuestas sobre educación, crianza y sostenibilidad de
la vida no pueden ser más desalentadores.
En primer lugar, la desescalada
de nuevo se está definiendo desde propuestas productivas, que si las terrazas,
que si las tiendas, y desde propuestas adultocéntricas, que si la movilidad,
que si las segundas residencias, pero seguimos sin anticipar unas propuestas
que dibujen un horizonte de bienestar social y comunitario, especialmente para
los niños y las niñas, pero también para todas las personas que han hecho un esfuerzo
al poner el cuerpo al servicio de los procesos humanos, de cuidado y
reproducción de la vida.
Como no podía ser de otra manera,
el trabajo reproductivo, fuertemente feminizado, precarizado e invisibilizado,
no ha parado cuando todo se ha puesto en pausa.
Pese al relato oficial de guerra
y devastación, estos dos meses han sido muy fructíferos en las dinámicas de
supervivencia y re-apropiación de la vida y de todo aquello que estaba más o
menos delegado, preso en la construcción mediática y social de la
intencionadamente mal llamada conciliación.
No ha quedado otra que hacer
viable la existencia de las personas en un momento donde el mercado y
subsidiariamente el estado (o viceversa) han demostrado su incapacidad, ya que
el parón económico ha arrastrado un parón de todo, y menos mal que con los
ERTES y otras ayudas, la mayoría de ellas vinculadas al mercado laboral, se ha apoyado
la viabilidad de la subsistencia más allá de las pizzas madrileñas, siempre y
cuando la disponibilidad a reingresar en el mercado nunca estuviera en cuestión.
Y nos quieren hacer creer que con
la activación de la economía y del empleo se activará de nuevo todo lo demás, y
con ello el mercado de la conciliación
y de la externalización de la crianza, porque la nueva normalidad, en el diseño, no contempla aumentar, y por tanto
apoyar, con recursos directos la autogestión de la vida.
Y con ello, de nuevo se produce
una quimera con la que interferir los procesos de la gente, invirtiendo en
decepciones a la vez que se provoca una ruptura con la experiencia de resistencia
y resiliencia de estos días, necesaria de mantener y asentar, que por lo
contrario, queda invisibilizada con la propaganda de una normalidad, que es por todos anhelada pero absolutamente inviable
en términos de sistema.
Revienta.
Pero el debate está abierto,
cuando la distracción entretenida del juego de fases, de desescalada y de sueños de verano en coronavirus deje de engatusarnos y se mire de manera frontal a las
condiciones de la nueva normalidad (por
cierto, un oxímoron, porque la normalidad nunca puede ser nueva, así que este
concepto esconde un afán poco ético y democrático de instaurar una nueva manera
de vivir. Y si ya a algunos nos ha costado aceptar que la crisis se gestione de
parte, con desconfianza para el resto, más nos va a costar que se pretenda que la nueva normalidad también se construya
de parte. No hay normalidad sin participación e integración y esto implica
necesariamente un proceso social largo de acomodación y de pactos. Habrá
normalidad cuando la existencia acontezca y no se perciba como nueva)
Decía que el debate está abierto
porque hay un desajuste absoluto entre la posibilidad de liberar tiempo
presencial en el empleo (se habla mucho de teletrabajo, y menos de disminuir
tiempo de curro improductivo, obviamente sin disminución de salario) y por
tanto de destinar recursos humanos a
las dinámicas de cuidado, frente al vacío que puede dejar una vuelta al cole no
presencial, o escalonada, o en grupos pequeños, etc.
Es mucho menos lo que se libera
que lo que se necesitaría para dar una alternativa viable a la situación producida
si la escuela no puede asumir su papel de confinamiento social de la infancia.
Y como respuesta a este desajuste
explícito se abren debates, que de nuevo, enmascaran lo importante, y que de
nuevo apuntan al caballo ganador de la conciliación, para ni hablar de
bienestar, ni hablar de educación, y ni hablar de economía cooperativa y
social, ni hablar de feminización de la pobreza y de los cuidados.
Así por ejemplo:
El teletrabajo no es sinónimo de
conciliación. Si se está en casa y has de trabajar no puedes cuidar, lo
contrario es una falta de respeto absoluta a la infancia. Parece que con que los
niños y las niñas sobrevivan es suficiente. Tele-trabajando te puede dar para
preparar comidas y poner pantallas (si tienes varias, porque hay gente, pobre o
saludable, que no) pero olvídate de acompañar emociones, habitar dinámicas de
juego, facilitar procesos de creatividad, compartir tareas domésticas, etc. Porque
todo eso no se puede hacer simplemente estando en casa si has de cumplir
objetivos y horarios laborales.
Además los niños y las niñas son
agentes de cambio y vertebradores de la convivencia, si estás en casa, por mucho
que te re-confines en un despacho, o re-confines a las criaturas en la sala
de juegos, van a aumentar sus demandas, y aunque a muchos les pueda sorprender,
van a ser demandas legítimas, porque cuando hay presencia, la relación
nutritiva desplaza al capricho mercantilizable, y los niños y las niñas van a
pedir acompañamiento verdadero y la responsabilidad ética pasa por la
disponibilidad.
Una disponibilidad que adquiere
visos de compromiso político cuando además la gestión adultocéntrica de la
crisis ha afianzado la situación de exclusión social de la infancia y ha
abortado la mayoría de sus posibilidades de socialización (lo que es especialmente
dramático para los y las adolescentes) de manera que ese adulto/a, que supuestamente
está tele-trabajando ha de hacer frente en soledad a todo este vacío.
Y a este mogollón en la gestión
cotidiana, súmale las condiciones de la socialización de género, la realidad de
las familias monoparentales, o de las parejas mal o bien avenidas, dónde ya lo
de la media naranja romántica es lo de menos, porque la relación se convierte
en la media nómina, en media hipoteca, en tú las cenas y tú las comidas, en tú
madrugas días impares y tú los días pares…
Contrastando cotidianamente la
falacia de la construcción política de la igualdad con equilibrios se van
encontrando, más que con la calculadora de la corresponsabilidad en mano, en un
coste emocional y de conflictos, que a su vez, también se mide en tiempo.
Por lo que respecta para la conciliación, ni siquiera desde el
privilegio del teletrabajo, es oro todo lo que reluce.
Y ni hablar de las familias en que
esto es imposible, bien porque no hay empleo que tele-trabajar con la
consiguiente carencia de recursos, o bien porque el trabajo es sí o sí
presencial, y en una situación de aislamiento social, en la que es inconveniente
la promiscuidad en los apaños y en la que las personas mayores han dejado de poder
ser la red en la que descansaba el modelo precario de atención a la infancia,
convierte la nueva normalidad en una
ciencia ficción distópica e invivible.
Y como estamos presas de la
lógica escolar, a más desierto más escuela, aunque sea escuela desierta.
Y por si faltaba poco, ensuciamos
con el marrón de la conciliación el
ya putrefacto debate sobre educación, y aparecen voces legítimas de la
pedagogía diciendo que la escuela no es un aparcamiento de niños y niñas, no es
un guarda-cargas-familiares (aunque
por otro lado llevaba siéndolo muchos años y parecía que había un equilibrio
entre el hambre y las ganas de comer, y que era bastante funcional al sistema,
pero no voy a ser yo quien ponga pegas a las voces que quieren dignificar la
escuela desde lo educativo) y contestan las voceros de régimen con que no, que
la educación se va a garantizar, reduciendo la educación a los deberes y a la
evaluación, a lo menos educativo de la
educación y por tanto lo más difícil de conciliar con la vida.
Así que las familias, además de
tele-trabajar, además de estar desempleadas, o además de tener que criar en la
desmantelación de las ya precarias redes sociales, han de tutelar los procesos
de aprendizaje de los niños y niñas integrando en su conciliación no solo el trabajo de cuidado de sus criaturas, sino
también los procesos académicos de sus hijos e hijas, además importando metodologías
y materiales demenciales, que ya lo eran con la presencia de profesores y
profesoras, pero que con lo telemático muestran todas su vergüenzas.
Así no va. Error tras el error. Aumentando
los sin sentidos va a llegar el
momento que el sentido común va a ser sinónimo de locura.
Habitando lo público, también la educación.
Volvamos a la situación actual y
de ahí a la oportunidad, a construir desde la realidad, más o menos precaria,
pero es lo único que tenemos y podemos transformar y mejorar.
Igual que la convivencia ha servido para la redefinición de las alianzas intrafamiliares, como uno momento de reconfigurar
pactos y roles en el confinamiento, sería mucho soñar que la desmantelación de
las estructuras, empresas y servicios, de la conciliación diera paso a un nuevo
marco de organización social, en el que lo público
se pusiera al servicio del sentir común
y reforzara, facilitara y apoyara las dinámicas que se
han ido ensayando durante estos meses de confinamiento, y que con el apoyo y
beneplácito social servirían para vertebrar una convivencia, a la que ni el
mercado y ni el Estado se asoman.
Y es que la perplejidad es total,
cuando a la vez que se habla de aislamiento social, de lo conveniente de los
grupos pequeños, de lo conveniente de movilidad reducida, de lo conveniente del
consumo de proximidad, se esté a la vez dinamitando la supervivencia y la
viabilidad de las propuestas comunitarias de vida.
Parece que en la nueva normalidad salen reforzados los
colegios y los supermercados, el empleo precario y la externalización de los
cuidados, aunque todo esto no sea viable y suponga un aumento de presión y
precariedad a las familias.
Si se ve que es conveniente que
las familias convivan, y que los cuidados se queden en casa, ¿a qué estamos
esperando para dar recursos económicos a las personas que opten por cuidar, de
manera que sea rentable dejar los trabajos precarios, dando un valor social a
los cuidados? ¿Por qué no se invierte en ayudas directas a las personas que
cuidan y que además ahora aportan un valor a la salud pública, tanto por el coronavirus, como por la ausencia de
servicios estatales y privados que garanticen las necesidades básicas con
solvencia?
Si es tan inconveniente que las escuelas
se llenen de criaturas y tan imposible que aprendan sin roce, y sufran también en
el patio por no poder tocarse, y tengan que relacionase con sus profes entre
mascarillas, ¿qué estamos esperando para levantar el pie, y plantear que la
escolarización no sea obligatoria, (no se preocupen por la asistencia, de 3 a 6
no es obligatoria y asisten
el 96,3% de los niños y niñas españolas) de manera que puedan emerger
dinámicas de familias y docentes auto-organizadas?
Ya sea en forma de proyectos de bosque escuela, o de educación en casa,
o de educación popular en centros sociales comunitarios, de manera que se le
quite presión a la escuela y se le dé la oportunidad de convertirse en lo que
hace mucho que no es, en un servicio público común orientado a las necesidades
de las criaturas y de la sociedad.
Una escuela con ratios a escala
humana, 15 niños y niñas por aula y no por coronavirus, y con horarios de vida y
no de fábrica, 15 horas semanales, y no por coronavirus, sino por salud física
y mental de profesorado y alumnado.
Una escuela pública poco a poco más deslocalizada, que pusiera sus instalaciones
al servicio de las familias que, aun conciliando, necesitan espacios preparados
para el aprendizaje más allá de las viviendas precarias de la mayoría.
Una escuela, que pusiera a los y
las docentes en servicio presencial ambulatorio, que como médicas rurales
pudieran pasarse de vez en cuando por casas, o por proyectos, o por bibliotecas,
o por cualquier tipo de espacio donde el aprendizaje tuviera más lugar que en la
institución.
Y para aquellos que se preocupen
por la evaluación y por la certificación del conocimiento, ¿no podemos
emancipar el aprendizaje de la meritocracia, y si acaso, organizar pruebas de
nivel telemáticas, o basadas en los modelos ensayados en las auditorias de los
sistemas de calidad? En la que un/a auditor/a externo/a e independiente, ojalá
entrañable y leído de Freire, Tonucci y de Rebeca wild, pudiera certificar y
avalar la calidad educativa y de aprendizaje de un proyecto, de una familia
educadora, o de una escuela pública desescolarizada...
En mi experiencia como educador,
lo único que matizaba a la institución escolar es el factor humano.
Profesionales comprometidas que metiendo ilusión, cuerpo y ganas, eran capaces
de subvertir, pocas veces, y de neutralizar, más veces, la estructura de
malestar escolar. Pero la escuela sin presencia, sin referentes de cuidado y
ternura, es solo control social, y
parece que es lo que se quiere heredar con más nitidez en la nueva normalidad.
Pero el devenir, ojalá impredecible
e indeterminado nos es propio, y es de responsabilidad no acomodarse en la
expectativa social que están fabricando los de siempre para que lo supuesto
nuevo no sea esencialmente rupturista.
Y desde una voluntad pedagógica,
o anti-pedagógica, no queda otra que reivindicar la libertad y la oportunidad
de aportar la nuestra para los momentos que vienen.
Todas las pedagogías cuidadoras
de la vida han surgido a lo largo de la historia cuando la vida se estaba en estado
crítico, las hambrunas, las guerras, las carencias post-conflictos, la
injusticia social y patriarcal han sido inspiradoras de nuevas maneras de
organización comunitaria y de propuestas valiosas de acompañamiento a la
infancia. Se trata de aferrase a la vida o por lo contrario condenarse a una existencia asistida, a un Matrix cada
vez más cercano.
El confinamiento nos ha hecho
reconfigurarnos en lo íntimo y reapropiarnos de lo doméstico. Es la hora de poner
al servicio de la gente el sector público.
Y hoy por hoy la gente está principalmente
en las casas, poco a poco en las calles, poco a poco, ojalá en los parques, y
un poco más tarde en playas y montañas, pero esta nueva deriva social necesariamente
no nos ha de llevar a poblar de nuevo los colegios.
Eso no quiere decir que
renunciemos a una escuela pública digna y de calidad, pero si esta se reduce a
deberes, pantallas y exámenes, al menos que nos permitan habitar la
alternativa, que hasta sin apoyo la haremos viable, porque la necesidad
apremia.
Salud y reconciliación.
Gracias por todas y cada una de estas palabras
ResponderEliminarA ti por leerlas...además son un montón. Un saludo.
EliminarIncreíble artículo, lograste poner en palabras lo que a nosotros justamente nos está pasando como familia y todo lo que nos estamos cuestionando.
ResponderEliminarImposible mantenerse al margen de todo esto si se está en dinámicas de cuidado. Salud y ánimo con todo!
EliminarMuchas gracias por poner en palabras lo que sentimos tantos de nosotros, como padres y como maestros.
ResponderEliminarGracias a tí, abordar este tema desde la doble realidad de la educación y de la familia es verdaderamente exigente y complicado.
EliminarEmocionada hasta las lágrimas
ResponderEliminarGracias! Cuando una reflexión sociopolítica emociona ser adquiere otra dimensión.
EliminarPorque no llevar sanytol y un paño para que puedan disfrutar de tirarse por el tobogán?
ResponderEliminarMe ha parecido brutal. Muchas gracias por el artículo
ResponderEliminarA ti, un saludo.
EliminarMuchas gracias de corazón
ResponderEliminarVamos a tener que des aprender... Otra forma de co existir Dentro de las pròpias famílias.
El camino es validar la experiencia que estamos teniendo, y construir con ella lo que venga. Un Saludo.
Eliminargracias de corazón por ordenar mis pensamientos con palabras y conceptos tan claros. Me he emocionado al leerte.
ResponderEliminarGracias a ti, me alegra mucho haberte sido útil. Un saludo.
EliminarEnhorabuena por el artiulo. Co que e el momento de unirnos familias y docentes para ehivindicar lo más sagrado en un sociedad. La tarea de educar y cuidar la infancia. Iniciativas de distintas orientaciones pedagógicas pero con un objetivo común: educar conscientemente personas libres. Educación pública de calidad y libre.
ResponderEliminarGracias. Sí, el lugar de la infancia no puede estar subordinado a la organización adulta, tiene necesidades y derechos propios que no se pueden obviar.
EliminarGracias! Palabras justas. Las personas adultas necesitamos dejar la hipocresía, y tomar decisiones honestas con la infancia. Aún está lejos a nivel estructural la nobleza de organizarlo todo para que la infancia obtenga lo que necesita. Será por ahora en pequeños núcleos, familias, que tratemos de reinventar formas amables. Fantásticas propuestas. Sorpendente el dato del 96% escolarizado de 3 a 6 años. Cuáles serán las razones? Necesidad de Conciliación o necesidad de la infancia?
ResponderEliminarLa experiencias alternativas al respecto son fundamentales, nos hacen sentir que hay otras maneras, y desde ahí ofrecer resistencia al maltrato institucional a la infancia.
EliminarComo maestra Waldorf, pedagogía humanista y humanizadora no podría estar más de acuerdo con el planteamiento de abrir las opciones a una educación Pública dictada por y para fines políticos. Escuelas bosque han Estado funcionando en vais paises ya desde hace años con gran éxito, ya que no solo recolectan a los niños con la naturaleza, con los compañeros, con los maestros, sino que además les preparan para un futuro bastante incierto que va a demandar de ellos resiliencia, creatividad y autoestima para navegar las aguas de una sociedad cada vez más manipulada. Gracias por tu artículo y ahora... A movernos!
ResponderEliminarGracias, hay muchos proyectos que acompañan desde lo importante, ojalá esta crisis nos los dificulte más. Todo lo bueno en lo pedagógico también los hace frágiles en la viabildad si no hay apoyos.
EliminarExcelente mirada de una realidad que nos enseña día a día que un mundo mejor para habilitar es posible con nuevas miradas como la tuya que pone el foco en lo no dicho. Gracias!
EliminarGracias! siempre lo más interesante y necesario está fuera de la mirada hegemónica, y ahí reside también la única esperanza.
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