Era cuestión de tiempo, y esto no
ha hecho más que empezar.
Quien pensara que la lucha contra
la pandemia iba a ser un lugar de encuentro y de consenso se equivocaba. Desde
el primer momento lo han dinamitado, y poco a poco emerge de nuevo el conflicto
fundacional de nuestra sociedad: la desigualdad de clase y género, el reparto
injusto de los recursos y la institucionalización de los privilegios.
Y es que la cosa no tenía
solución con el planteamiento original de avanzar haciendo solo valer las
ventajas de cada una.Virus o vacuna, como si se pudiera elegir.
Confinando desigualdad
Ya el confinamiento adolecía de
un mínimo, y evidente, análisis de clase.
Nada que ver confinarse en un piso
grande, o en un chalet, con estar encerrado un montón de gente en un piso
pequeño, bajando a la calle en un ascensor pequeño, y yendo a currar en un transporte
público atestado de más personas que viven en pisos pequeños de ciudades
grandes.
La misma idea de confinamiento tiene
algo de privilegio, son muchas las que no tienen la vida ganada, y cada día han
de salir a buscarla.
Que la medida estrella para
luchar contra la pandemia haya sido jugar al escondite social, promoviendo una migración
del espacio público al espacio privado, denota la absoluta falta de realidad de
los dirigentes, y una visión hegemónica de que se sale de casa a triunfar, no a
sobrevivir.
Y además de la movilidad
productiva está la inmovilidad reproductiva.
En ningún momento se ha valorado,
que para muchas personas estar en el espacio privado pudiera significar un
mayor riesgo para su salud que transitar el espacio público.
Conforme se vayan desperezando
los informes sociológicos y sus conclusiones sean menos inquisidoras para el
momento actual, veremos qué ha pasado con los índices de violencia machista, o
con los maltratos y abusos infantiles, o con el deterioro de la convivencia en
unidades familiares, ya con una precariedad afectiva crónica por tener sus
tiempos y vidas extraídas para lo productivo, dejando lo reproductivo en un
barbecho difícil de cultivar.
Obviamente no se puede
generalizar, los ricos también lloran
y hay mucha gente empobrecida que hace de la necesidad virtud y son capaces de
compensar con dinámicas saludables de convivencia y crianza sus situaciones de
privación de bienes y derechos, pero en cualquier caso las condiciones
socioeconómicas siempre han sido condicionantes, y en un momento de pandemia y
crisis socio-sanitaria han llegado a ser determinantes.
Vivimos en una sociedad que es un
proyecto
de desigualdad, por tanto a nadie, y menos a los responsables de la
situación, les debiera sorprender esta realidad.
Lo que sí que sorprende que no se
haya integrado a la hora de plantear respuestas a la crisis.
El higienismo y el control
social de la salud.
Barrer las calles de pobres
siempre ha sido una estrategia del poder.
El espacio público no está para
ser compartido, tiene su propia lógica hegemónica y productiva y la sola presencia
de personas que encarnan el fracaso social tiene un poder impugnador difícil de
asimilar.
No siempre ha estado de moda la
aniquilación y el exterminio directo de determinados grupos sociales (el
genocidio judío ha transcendido, el samudaripen
antigitano que nos cuenta Silvia Agüero, menos, y no mucha gente habla de
la heroína en España en términos también de genocidio) pero en casi todos los
casos, cuando la violencia y la impunidad de los tiranos ha empezado diluirse,
sospechosamente, se ha dado una traslación del problema social que había que erradicar
hacia una enfermedad que hay tratar.
De principio, parece un buen apaño.
El control pasa de ser un ejercicio de violencia a ser, teóricamente, una
intervención de cuidado, que incluso puede aspirar a la complicidad de quien
recibe por su propio bien los
tratamientos.
Y en cualquier caso se consigue
el objetivo de sacar dicha realidad del foco de la hegemonía, porque ninguna
sociedad presume de integrar la enfermedad en su modelo. Así la persona enferma
queda marginada, victimizada, a espesas del trabajo social que se pueda hacer
con ella.
El problema es que sí hay una correlación
clara entre la enfermedad, las condiciones de vida y el modelo capitalista de
explotación, por lo que, por mucho que la ciencia hable de objetividad y
neutralidad, hay una fuerte asociación entre pobreza y enfermedad, lo que
permite que se pueda tratar a las personas excluidas tratando una enfermedad, y
viceversa, tratar una enfermedad con mecanismos de control social de la
pobreza.
Además todo desde una perspectiva
ilustrada hacia el bien común, porque erradicar la enfermedad es lo que todo el
mundo quiere, aunque no todas las personas pagan el mismo precio, y algunas incluso
pierden su vida en dinámicas de encierro y represión por representar en su
cuerpos aquello de lo que la sociedad se quiere curar y no tiene paciencia de
tolerar. (aun hoy, por ejemplo, la homosexualidad es tratada como una
enfermedad, justificándose desde ese lugar tratamientos invasivos que no
tendrían encaje fuera de una patología)
Y en esas seguimos, todos los servicios públicos (sanidad, educación, trabajo
social) tienen una base de fundamentos en el higienismo social, y aunque parezca que las perspectivas más
humanistas y comunitarias se han abierto paso, en tiempos de crisis dónde la salud
pública está comprometida, existe el riesgo real de que se afiancen en
posiciones de poder y se pongan del lado del privilegio, promoviendo una
segregación social y un tratamiento clasista a un problema que es a todas luces
comunitario.
Un espacio público desatendido nos lleva al encierro.
La culminación de cualquier propuesta
higienista es el encierro.
Incluso analizándola en términos
positivos y benevolentes, lo que es difícil, se llegaría al ideal de una sociedad
saludable que pudiera tratar a sus individuos enfermos en instituciones especializadas
y preparadas para ello. Y sí, pensamos en hospitales, de nuevo con la mirada educada
que ve a la ciencia siempre como aliada.
Pero si pensamos en enfermedades sociales, en procesos que
violentan la salud causados por dinámicas estructurales, el encierro adopta
otras formas menos amables, como cárceles, psiquiátricos o, ahora, barrios
confinados.
Defender la libertad y recrear
alternativas al encierro, real y simbólico, solo será posible en la medida que
reconozcamos la dimensión social de la enfermedad y la dimensión socio-sanitaria
de una comunidad.
Y esto pasa por pelear para que
el espacio público sea saludable, pelear para que los servicios públicos se definan
desde y para el cuidado, dejando claro que la salud es por definición
comunitaria, y el estar sana o enferma, por mucho que pueda parecer un título que
se compra en el mercado, nunca es algo que pueda pertenecerte en exclusividad.
Pero seguimos ahí, negándonos a
vernos en sociedad aun en pandemia.
El mandato está claro: todo el
mundo a casa, que cada palo aguante su vela, y lo público, el espacio
comunitario para reequilibrar lo social, desierto.
Y sí, pudiera ser que en una
situación de emergencia no quedara otra que replegarse, pero mientras tanto, se
debiera haber tenido la conciencia que lo privado es precario por definición (a
no ser que se nutra de una capacidad de consumo privilegiada) y se tendría que
haber nutrido lo público de los elementos necesarios para que, en el regreso,
fuera un espacio más saludable, de encuentro y de restauración de la vida
social y comunitaria.
Todas sabemos que no ha sido así.
Que corra el aire hacia el re-encuentro
El espacio social está más
desmantelado que nunca y aquellos espacios que no participan de la lógica del
encierro han sido sacados directamente de la ecuación.
Nos dicen los políticos que confiemos
más en los planes de contingencia que
el sentido común, que si hay protocolo es saludable y si hay libertad no. La
libertad no es de fiar, pero un protocolo al servicio de la rentabilidad de un
negocio, sí.
Unos protocolos que suelen confundir
la distancia física con la distancia social y que configuran a la otra más como
un riesgo que como una alternativa a la soledad y fragmentación pandémica.
Unos protocolos que estamos socializando
a diestro y siniestro en las escuelas, mercados, transportes, etc. sin medir
las consecuencias para la salud mental que pueden tener para la población, y
específicamente para los niños y niñas.
Unos protocolos que solo se
pueden evadir en la intimidad de lo doméstico llevando a la vivencia manipulada
de que el bienestar solo cabe en lo privado y que la sociedad es territorio
hostil.
¿Realmente no nos da para
imaginar un espacio público saludable, que nos haga sentir que cuidamos nuestra
salud a la vez que convivimos y nos socializamos?
Que corra el aire.
Estamos hartas de ver fotos de
vagones de metro petados de gente (que va a currar, porque el resto de
actividades están en cuestión) y parques, al aire libre, precintados y vacíos.
Mucho cambiaría si se tuviera clara
una perspectiva de que lo saludable se ha de construir, fundamentar y
estructurar desde lo público.
Cada cual en su casa vivirá lo
que pueda, ojalá hubiera un modelo de justicia social que impidiera que las
personas sufran la pobreza en sociedades de opulencia, pero mientras esto no se
erradique, sí se podría considerar que el espacio público ha de ser el lugar de
encuentro y de salud más importante y dotarlo de lo necesario para ello.
Una familia, muchas por
desgracia, puede vivir hacinada en una infravivienda, pero debiera poder salir
a buscarse la vida con garantías, viajar en un transporte público que permita
respetar la distancia de seguridad, disfrutar de parques jardines, de
actividades culturales gratuitas al aire libre, y de otras mil ideas que a
todas se nos ocurrirían si quedarse en
casa no fuera una opción posible o saludable.
La potencialidad política de esta
crisis, la oportunidad, pasaría por pensar el espacio público no como un
apéndice de lo privado, sino como el espacio fundamental y vertebrador de la
vida y que, por tanto, debiera transformarse profundamente en un momento de
crisis sanitaria.
Reforma, revolución y lucha de clases
¿Cómo debieran ser los
transportes públicos en crisis sanitaria? ¿Igual pero con mascarilla?
¿Cómo debiera ser la escuela
pública en crisis sanitaria? ¿Igual pero con mascarilla?
¿Cómo debiera ser la atención
primaria en crisis sanitaria? ¿Igual pero con mascarillas y PCR?
En las conversaciones políticas
de salón siempre nos hemos echado los trastos a la cabeza “las reformistas” frente a “las revolucionarias”, y vamos, muy utópico
sería que utilizáramos el shock de la pandemia para hacer una enmienda a la
totalidad, tomar conciencia de la amenaza integral que somos para el
ecosistema, y cómo el individualismo capitalista nos lleva a un desamparo
social…
Esto va a ser que no, pero que
una crisis global que nos afecta a todos y a todas no nos dé ni siquiera para
mejorar un poco los servicios públicos de cara al cuidado y al sostenimiento de
la población, es desesperante.
Porque, a parte de las reivindicaciones
legítimas de los colectivos profesionales para los que esta crisis puede
suponer una mayor precariedad y exposición al malestar, en ningún momento se ha
planteado que lo público se ha de reconfigurar y reconstruir en términos de
salud.
Estamos en crisis sanitaria, por
tanto, una escuela, una sanidad, un transporte o una organización urbanística
al servicio de un modelo productivo, no nos vale.
Posiblemente tardemos poco tiempo
en desenmascarar que no hay ninguna normalidad a la que volver, nunca se ha
abandonado la normalidad de la explotación de unas por otros, pero al menos
deberíamos permitirnos una tregua.
Posiblemente van a cambiar pocas
cosas, pero lo que no podemos permitir es que se responsabilice a las personas
que sufren directamente lo insalubre de lo público de ser una amenaza para las
demás.
Mientras, los otros, que viven la
cúspide de la pirámide higienista y
pueden nutrir sus cuentas bancarias sin salir de casa, se muestran como modelo
de responsabilidad social.
A palos con el virus, pero solo en barrios empobrecidos.
Y en el siguiente capítulo, que ya
estamos visualizando estos días, tienen un papel importante la policía y de los
cuerpos represivos del Estado.
Y es que la dinámica social de
dar una respuesta a la pandemia a la vez que se afianzan los privilegios, ha ido
trasladando el frente de la guerra, de la desconocida lucha contra un virus a
nuestra familiar y doméstica lucha de clases.
De esta manera, aquellos y
aquellas que no pueden sostener por sus propios medios las recomendaciones
sanitarias se convierten en el enemigo, como si fusionaran su destino al del
virus, y pasara como en las épocas de la lepra y la peste, que tuvieran que ser
ellas mismas las que por responsabilidad social se quedaran fuera de juego.
Es muy gráfico lo que está
pasando en mis queridos barrios del sur de Madrid:
Frente a la realidad objetiva de
que la vida allí no es todo lo saludable que exige el momento, porque tienen el
capricho de vivir en casas pequeñas, viajar en metro y jugar en los reventados
parques públicos, los convertimos en amenaza.
Les decimos, con las mejores
palabras de la democracia ilustrada, que se auto-confinen, que se priven ahora
ellos y ellas de lo que siempre les hemos privado las demás, y que se dejen de
fastidiar.
Que vivan sus pecaminosas vidas
explotadas con disimulo y que nos cuiden a las demás desapareciendo.
Y frente a la disidencia, el
jarabe de palo de siempre, que ya tiene la eficacia certificada.
Y lo fascista se encuentra a sí mismo.
Ese virus omnipresente, que en un
principio nos llevó a la fantasía de la fusión social, todas a la una-resistiré en Fuenteovejuna, conforme empieza a
penetrar en la dinámica social y a contagiar las estructuras laborales,
explotación de enfermeros y médicas, a instrumentalizar a docentes y maestras, a
ahondar en la precarización y en feminización de los cuidados, a impedir la
movilidad y la vida social saludable, rompe el artificial consenso.
La amenaza impersonal y extraña que
representa un microorganismo se nos empieza a presentar como una amenaza más
reconocible: la gente empobrecida de los barrios y la gente migrante, esa cosa
que otrora se llamó clase obrera.
Y así, este conflicto, en la medida
que se encarna en un enemigo reconocido nos ayuda a quitarnos susto, toda la incertidumbre
de cómo protegernos de un virus nuevo y desconocido, se nos simplifica si
podemos dirigir nuestros esfuerzos a defendernos de los de siempre.
Tenemos herramientas represivas y
punitivas, hay multas, policías, ejércitos y cárceles, y qué bueno que les
podamos encontrar una ocupación a cambio de poder habitar una fantasía de
control que nos viene estupendamente bien en estos tiempos de incertidumbre.
Ya desde el principio, la
subjetividad bélica construida ha necesitado objetivos en los que sustantivarse,
y como en toda guerra, aparecen los crímenes de guerra como los elementos más
deleznables del momento, pero que a su vez expresan la esencia de la situación
de violencia vivida.
Aquí, los primeros crímenes se
dieron al empezar señalando a los niños y niñas cuando acompañaban a sus
adultos al supermercado, o a los que paseaban a su perro por encima de sus
posibilidades, o la chavalería que festejaba su vida entre botellones…
Esa necesidad de certificar que
pertenecemos al bando de los buenos, frente
a los otros, aunque sea pagando el
coste de convertirnos en juez y parte, en policía
de balcón, y perdamos la mucha o poca salud que el virus nos deje en
disgustos con nuestras vecinas.
Pues sí, parece que los contagios
crecen, que estamos ante una nueva ola, y que la policía de balcón ya no es suficiente y precisamos que toque
tierra, que pise suelo e hinque rodilla, y que como siempre, se desempeñe “con
proporcionalidad” porque hay que mantener el virus a raya, y a falta de vacunas
buenos son los palos, y a falta de médicas, los policías y militares tienen
mandato.
Decía en el post “lo
bélico y lo colateral” que todo vale para defenderse de la muerte menos
matar la vida, pues todo no, tampoco vale perder la dignidad como sociedad y
comunidad queriendo disfrazar como medidas sanitarias políticas fascistas de segregación social.
El confinamiento selectivo por
cuestiones de clase y pobreza en una vergüenza intolerable y no se debiera permitir
ni siquiera por defecto de los y las gobernantes.
#VallecasSeQuiere #DignidadDelSur
Enhorabuena por el articulo # Vallecasequiere!!!!
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