Da igual.
Da igual que infinitos estudios
(todos diría yo) afirmen que desde el nacimiento a los tres años de vida es una
etapa fundamental para el desarrollo humano.
Es una etapa que determina el
futuro de una persona y las heridas sufridas durante este periodo pueden ser tan
profundas que se necesita terapia solo para acercarse al abismo.
Pues da igual. No titubeamos a la hora de
instrumentalizarla al servicio de los planes adultos de presente y de futuro, planes de
organización social patológica.
La exterogestación es una palabreja rara pero sumamente reveladora.
Y la crianza. Por lo contrario, la educación despista.
Nacemos inmaduras, lo sabemos. Solo
hay que comparar la criatura humana con cualquier otra mamífera, cuando cualquier otro animal
ya se vale por sí mismo, una bebé comienza entonces al explorar el mundo…
Hablamos de apego, de apego seguro, como el objetivo básico a
alcanzar pronto para garantizar una sociabilidad con éxito, pero igual pensamos
que lo del apego nos viene de serie, y que lo de “seguro” depende del entorno,
de estar en familias “estructuradas”, como si los afectos y los vínculos precisaran
más de estructuras que de disponibilidad de cuerpos y de posibilidades de
cuidado.
Vivimos en una esquizofrenia
social auto-lesiva, cada vez hay una mayor disociación entre los elementos que
reconocemos como fundamentales, necesarios para el bienestar y la
vida, con los marcos culturales en los que nos desenvolvemos.
Igualmente, analizamos con una
superficialidad que permite que ciertos argumentos sirvan para un uso y para el
contrario, en un relativismo que solo ayuda a que el mercado campe a sus anchas.
Solo los elementos que son
funcionales al sistema pueden asentarse en el modelo cultural, pese a
traicionar la experiencia de la mayoría, incluso negando la propia existencia desde
lo biológico, desde lo psicológico, desde lo fenomenológico y desde el sentido
común.
Está la queja por la escasa o nula cultura
perinatal de una sociedad que infravalora el conocimiento de madres y
mujeres atesorado en miles de años de explotación y trabajo reproductivo. Un conocimiento
invisibilizado por el patriarcado y, en los últimos años, usurpado por el
capitalismo como la industria de externalización de los cuidados.
Y también está el
adultocentrismo.
El adultocentrismo o adultocracia
modula los debates hasta el punto de que un elemento puramente
circunstancial de nuestro momento histórico, es capaz de competir y ganar
frente a una realidad que emana directamente de materialidad biológica, y que
está absolutamente evidenciada por la neurobiología y por la antropología, en la
descripción de la colaboración con la vida que nos ha traído hasta aquí.
Y por ir más allá del enfado y
hacer algo de pedagogía, de pedagogía del
cuidado, decir que la dimensión social del ser humano está regulada por
procesos que hay que cultivar con amor y esmero.
La empatía por un lado y la
resiliencia por otro son potencialidades innatas que pueden no llegar a ser si
se abortan, o se mutilan, los procesos esenciales en el crecimiento y en la
maduración con las otras.
La propia consciencia del yo, y
por tanto de la alteridad, precisa un entrenamiento, un deseo de transcender el
propio cuerpo que, mucho antes de poder intelectualizar conceptos asociados a
la individualidad, nos lleva al encuentro.
Pero de yo a la otra hay un
continuo, la misma continuidad que puede haber entre la fusión y la relación.
Una criatura de 0 a 3 años está
viviendo ese juego, jugando la vida de ser parte para ser todo y ser todo para
reconocerse como parte, experimentando la agencia a la vez que se reconforta en
la permanencia.
De 0 a 3.
Un primer año de vida descrito principalmente por la exterogestación (gestación fuera del
útero, porque no se cabe dentro, principalmente porque el animal humano camina
sobre 2 piernas, no cuatro ) dónde la dinámica de fusión predomina, con posibilidad
incluso de simbiosis, en la que se da una exploración del mundo minimizando
riesgos, primero oral, luego visual, pero siempre con seguridad, muchas veces desde
la confianza en el abrazo con el cuerpo de la madre, o de otro adulto disponible,
con presencia, y poco después en suelo, cercano, con texturas y olores
reconocibles, con voces y sonidos ambientales que dan pertenencia y arraigo.
Todo esto con mucho sentido si hay teta cerca…
Un segundo año en que las exploraciones del suelo reconocido, jugado
con gateo y cachorreo, dan el paso a los primeros pasos, a correr algún riesgo,
a adentrarse en un espacio más desconocido, en que cabe la posibilidad de
encontrarse con otro/a donde fijar objetivo y empezar a jugar la comunicación.
Se empieza a aprender a dirigir hacia la otra la celebración de la vida,
adquiriendo maneras complejas y eficientes de llamar la atención para nutrirse,
además de con la expresión de su existencia, con la mirada del otro. Media
docena de personas bastan, son un universo.
Y un tercer año, en el que la comunicación y la expresión evolucionan al
servicio de la adquisición de habilidades sociales, desde la conciencia de que
mucho de lo que mola, de lo que se necesita y se desea, puede estar fuera. El
juego del descubrimiento puede llegar a ser muy estimulante, y ejercer la
libertad y la autodeterminación empieza a ser tan placentero como el encuentro
fusional. Un nuevo parto, mucho más largo y sostenido en el tiempo, da a luz un
ser social que va seguir creciendo en relación con las otras personas,
experimentando los límites de la vida en sociedad, asombrado por la
multiplicidad de posibilidades y disfrutando eso que los adultos llaman
libertad, que no es otra cosa que la cotidianidad de una criatura humana
saludable.
Y no es hasta después de esto
cuando cobra sentido la palabreja “socialización”,
cuando el mundo puede ir más allá de lo doméstico y cuando empiezan a tener
cabida en la vida experiencias de fuera del campo psico-afectivo de seguridad, primero
de a poco, tirando de rentas de cuidado, y luego con más autonomía, viviendo aventuras
a la vez que se aprende a nutrirse con otras fusiones y relaciones.
Mucho sería decir que la escuela
puede ya tener un papel importante aquí en esta edad, pero lo que es seguro es que
antes no, es un contexto que supera y
satura la dimensión aprehendible de la criatura humana.
Y sigue la vida…
Hasta la edad adulta estamos explorando
las diferentes mezclas entre fusión y relación, entre expresión y comunicación,
entre autonomía e interdependencia, entre seguridad y atrevimiento, entre
necesidad y deseo, entre logros y errores, entre límites y libertad, entre
felicidad y fracaso, entre comunidad e institución, entre derechos y cuidados.
Dualidades complementarias que
precisan de un gran entrenamiento para que puedan ser integradas individual y
socialmente, porque la felicidad y el bienestar común es lo que está en juego.
Si se da una disociación fuerte,
una enajenación que permita intercambiar el vínculo experimentado por una cultura
fabricada, estamos ante un marco que nos convierte a todos y a todas en objetos
de intervención con la capacidad de autorregulación anestesiada o mutilada.
Y la posibilidad de responsabilizarnos
de nuestra propia vida y de la sociedad que construimos se juega en los primeros
años, principalmente porque es muy difícil dar lo que no se ha recibido, por lo
que una precariedad en los cuidados será un lastre para siempre y para todas.
Hipoteca.
Por eso es tan grave que se
hipoteque un periodo vital tan importante para un supuesto bien superior y
posterior, cuando ese bien no es ni más ni menos que la expresión de la derrota
de vivir un mundo desigual, con mucho sufrimiento, basado en dinámicas de
explotación de la vida, del tiempo y del espacio, en una productividad que amenaza
lo reproductivo, convirtiendo el ecosistema humano, social, en un sistema
patológico autotrófico.
Hipotecar para comprar la
liberación del nacer y del crecer, ya que los momentos de máxima dependencia
son un incordio para los tiempos oficiales. Hemos de poner técnica y política
al servicio de neutralizar la dimensión biológica y social que supone un hándicap
para la productividad, aunque esto pase por poner en cuarentena la mayoría de
los procesos esenciales que acontecen en la primera infancia e incluso
aniquilarlos, pagando el precio de que la huella persista en dolor propio y
ajeno por el resto de los días.
Pues hipoteca.
No dudamos hipotecar de 0 a 3 para fomentar un negocio. Carritos de
trail, biberones, aplicaciones de
móviles para recién nacidos, cámaras para visualizar por la tele al bebé que se
supone que vive en la habitación de al lado, biberones, leches de fórmula y
comida masticada por máquinas, zapatos ortopédicos para niños que aún no
caminan y juguetes que lo hacen todo y que juegan a los niños y niñas mientras
agotan las pilas.
No dudamos hipotecar de 0 a 3 para afianzar el mercado laboral y la
explotación. Tenemos que pedir permiso
para que “nos dejen” cuidar unas exiguas 16 semanas a nuestros bebés, porque
por lo visto, lo que hacemos en nuestros trabajos es tan imprescindible que no
permite despiste, 16 semanas para acoger una vida y 25 años cotizando para una
mísera pensión. Las prioridades están claras, pero seguimos dejando que la
economía y empleo determine la manera de llegar al mundo. Y gracias, porque sin
empleo, sin trabajo, y sin posibilidad de hipotecar la vida de tus hijos e
hijas hay peligro de perderlos. Si pinta mal se ejecuta la hipoteca con una
retirada de tutela o con el desahucio de la adopción.
No dudamos hipotecar de 0 a 3 para fundamentar un modelo de escuela
servil a la conciliación del trabajo con los sentimientos de culpabilidad. Nos
inventamos que los bebés necesitan educación a la vez que les privamos de los
elementos esenciales de la crianza, que necesitan estimulación precoz, que
necesitan institución. Y por si hay dudas, mucho mejor llamar al engendro “escuela
infantil”, porque si le llamamos guardería se corre el riesgo de que alguna
mamá, o algún papá, piense que se vale por sí mismo para criar, o lo que es peor,
que ensaye, cree o experimente alianzas de crianza compartida que hagan que la
hipoteca pierda su interés.
No dudamos hipotecar de 0 a 3 para crear “graneros” de votantes. Es
un win to win para el sistema enfocar
las políticas a paliar el malestar de haber roto la conexión con la vida, damos
respuestas con medidas espectaculares a las necesidades que afloran de la mutilación. Nos inventamos el palabro de
la conciliación, además lo hacemos
nuestro desde la izquierda y lo
alimentamos siempre con políticas que benefician a las empresas y explotan más
a las madres, intentando compensar el remordimiento de conciencia que implica
hacer propaganda de medidas neoliberales (todas las políticas de conciliación
centradas en el mercado laboral lo son) con la promesa de creación de empleo
público. Todo sin una elaboración crítica de lo que supone fomentar profesiones
inhabilitantes e inhabilitadoras para agrandar el patrimonio de lo “público” en
detrimento de lo comunitario.
No dudamos en hipotecar de 0 a 3 para promover un nuevo modelo de
masculinidad afín a lo hegemónico, una paternidad analfabeta de perinatalidad y de parentalidad, diseñada específicamente para atender a la infancia
hipotecada, al bebé destilado por el modelo extractivo. Un padre troyano que sea funcional al modelo de delegación de los
cuidados y que sea capaz de llevar la igualdad al privilegio, y que a falta de
bebé, se atreva a hipotecar también úteros y gestaciones.
Y no dudamos en hacer de
avalistas solidarios de la hipoteca a quienes eligen, o no tienen más remedio,
de hacer casa común con las criaturas durante esos años.
Madres lactivistas, madres
desempleadas, madres entrañables, madres, y tías, y primas, y tribu, y algún
que otro papá, pero sobre todo madres, que también ven hipotecado su presente y
su futuro por su determinación de poner cuerpo y tiempo para el cuidado, y que
reciben el reproche social de estar remando contracorriente, además de zancadillas.
Ni un euro, solo lo extorsionado al mercado en los exiguos permisos, para una labor fundamental y
necesaria para toda la sociedad.
Toda una gran hipoteca social,
que además, no nos deja llegar tranquilos llegar a fin de mes, porque los críos y las crías
dicen la suya, gatean las cláusulas suelo y, cuando las cosas van mal,
se reivindican, exigen para sí el interés, y trasladan su insatisfacción aumentando
la ansiedad adulta, ya fuerte a causa de la culpa por no poder cubrir las
necesidades reales y legítimas de nuestros hijos e hijas, y por la angustia de
estar tan en sola y desamparada en una trabajo social que es responsabilidad de
todas…
Una edad hipotecada, de 0 a 3, como
puerta a una infancia hipotecada.
En niño o niña definido como
carga, las cargas familiares, el cuidado como algo contrario a la vida, que hay
que descargarse para avanzar. Así cerramos el círculo pidiendo ayuda para pagar
la hipoteca, en forma de externalización y delegación de la crianza, que nos
paguen las letras, las cuotas mensuales, que atiendan el descubierto.
La P.A.H (adultocéntrica)
Es momento de re-editar una nueva
versión de la plataforma de afectados/as por la hipoteca adultocéntrica, poner a
los niños y niñas primero, denunciar las crianzas desahuciadas por la precariedad
afectiva y la soledad fabricada.
Una plataforma desde la que
ensayar dinámicas de apoyo mutuo y bienestar comunitario que nutran la base
social.
Y ojalá la niñez fuera un sujeto
político reconocido para que sus demandas se escucharan nítidas, pero mientras,
se va a precisar que adultos y adultas, aliadas, que quieran jugarse su
posición de privilegio en el juego contradictorio de la vida.
Me encantó. Palabras certeras para explicar el mal que no tiene nombre. Gracias.
ResponderEliminar¡Brillante! Gracias por escribirlo así de claro.
ResponderEliminarQue auténtica verdad.
ResponderEliminar"Hablamos de apego, de apego seguro, como el objetivo básico a alcanzar pronto para garantizar una sociabilidad con éxito, pero igual pensamos que lo del apego nos viene de serie, y que lo de “seguro” depende del entorno, de estar en familias “estructuradas”, como si los afectos y los vínculos precisaran más de estructuras que de disponibilidad de cuerpos y de posibilidades de cuidado"
ResponderEliminareste parágrafo me parece brillante. Dentro de un gran texto. ¡Muchas gracias!
Gracias Paco por tu texto. Cada palabra es cierta y ojalá tu claridad fuese la de todos. A mi me han dicho en el trabajo "eres muy blanda" por no querer ampliar jornada aunque suba de categoría, por querer cuidar de mi hijo lo posible para sentir yo solo "media culpa" , porque excedencia sin ingresos no podía alargarla más. Y ahora con las 16 semanas a los papás, aun parece que si te pides excedencia es que no te sabes organizar. Como si dar teta en diferido fuese posible, o aportase lo mismo a bebé y mamá. Y como su el bebé a los 5-6 meses estuviera deseando socializar en una guardería, como tú explicas.
ResponderEliminarQinera
ResponderEliminarLos cuidados de un niño de 1 a 3 años requieren atención especial. Además, si el niño tiene necesidades especiales, es fundamental contar con material educativo adaptado y personalizado que promueva su desarrollo integral. Brindarles el apoyo adecuado es clave para su bienestar y crecimiento.