¿Por qué cuesta tanto dar dinero a la gente?
Estamos huérfanas de políticas
redistributivas de la riqueza que nos cuiden individualmente y colectivamente,
que pongan dinero en lo que percibimos como importante y nos defiendan de
mercadeo capitalista.
Lo “dinero gratis” (nombre tomado de un colectivo/campaña
maravillosa de 2001 en Cataluña, en el enlace se pueden consultar sus
fabulosos textos) puede parecer utópico y contradictorio, pero no lo es.
Por un lado hay mucho dinero gratis que disfrutan los
privilegiados de siempre, y por otro lado, cada euro que llega a una persona
precaria nunca es gratis, aunque debiera serlo, porque con la aportación de trabajo
reproductivo que se hace para sobrevivir y cuidar sin dinero, siempre habría una deuda pendiente a devolver si la
economía fuera justa.
La derecha neoliberal se gasta la
pasta en generar cebos, en comederos para los buitres de la inversión, dejando
en manos privadas la remota posibilidad de que en algún momento las ganancias
de las empresas puedan repercutir en la mejora de la vida de la gente.
Ya sabemos que no, la explotación
produce desigualdad y viceversa. En este modelo lo único que se socializa son las
pérdidas, solicitando dinero gratis para seguir siendo competitivos en la
esquilmación capitalista.
Pese a esto, la políticas
públicas que regalan suelos, marcos impositivos favorables y precariedad
laboral siguen en boga...Siempre hay unos cuantos que las alaban por los
posibles puestos de trabajo que se crean y por el supuesto aumento de la
riqueza que se genera. Y no solo desde la derecha política…
¿Pero dónde está esa riqueza?
¿Cómo se llega a la gente? ¿Cuánto trabajo hay no retribuido que se queda fuera
de los mecanismos de la economía formal? ¿Cómo se cobra todo lo que se genera
fuera del empleo?
El dinero siempre fuera de los
bolsillos de la gente. O salario, o contraprestación en forma de pensión,
subsidio o permiso, pero nunca dinero por derechos.
Por lo contrario, todas las
políticas de estímulo económico siempre se hacen con recursos públicos, al
bolsillo de las corporaciones sí que llega el dinero: incentivos pagados con
los impuestos y retraído de los “gastos sociales”, porque claro, lo social
siempre es un gasto, pero lo demás es inversión.
Nadie en su sano juicio compra la
quimera del pleno empleo, pero las políticas sociales siguen fundamentándose en
esta fantasía, hipotecando cualquier ayuda económica a la participación en el
mercado laboral, pese a ser este excluyente, y pese a que las necesidades están
vigentes también cuando no hay empleo…
Y las alternativas a esto que se
esbozan desde la izquierda, inefectivas, cuando no cómplices con éstas lógicas.
Un “más de lo mismo” con cierta
sensibilidad y pudor social, pero igualmente al servicio de las dinámicas que
privilegian lo productivo frente a lo reproductivo, y que dejan a la gente
desamparada con sus necesidades vitales.
Se hace bandera de la igualdad,
del reparto, se reivindica el papel modulador del Estado como garante de un
bienestar. Se sigue cultivando el imaginario de que el Estado es un ente fuerte
con capacidad de cobrarse la deuda, lo que se le debe por llevar tantos años
ya, siglos, haciéndole la ola al capital privado.
Sabemos que esto no es, ni va a ser,
así, que poco control al capital se puede ejercer desde la institución
pública, pero la izquierda no está dispuesta a perder su espacio en el debate
político, y frente a un mercado voraz autodeterminado, reivindican el Estado,
supuestamente social, pero al que los poderes fácticos le marcan la agenda.
Mercado o Estado, pero nunca las
necesidades directas de la gente como motor social de progreso y crecimiento.
Y este Estado podría, debiera, ser
valiente, y erigirse como garante de derechos, valdría simplemente que hiciera de
barrera de separación entre los bienes de mercado y derechos sociales. Pero no, la experiencia nos muestra cotidianamente lo contrario. (Por ejemplo, tal y como se manifestaron
hace pocas semanas con respecto a la vivienda desde el Gobierno)
De manera contraria, el Estado y sus políticos, para ocultar su
incapacidad y a la vez reivindicar su espacio, se dedican a generar unas
estructuras de mediación que transforman derechos en servicios mercantilizables, a modo de un entramado público colaborador con el sistema.
Se impulsa desde la izquierda, en
nombre de las políticas públicas y sociales, la creación de estructuras, más o
menos empresariales, de nuevo hipotecadas en la cultura del empleo, que
certifican el marco establecido, ratifican que hay que pedir permiso ya no solo para “ganarse
la vida”, sino también para cuidarla y mantenerla, subordinando los derechos a
la gestión que de los mismos que se haga desde el poder.
De esta manera se crean empresas
públicas que promueven una dinámica de consumo de los derechos en forma de
servicios públicos, o viceversa, que la única forma de que se
respeten los derechos sociales sea consumiendo servicios y participando de
marco fabricado.
Esta estructura clientelar es
especialmente grave cuando estos servicios tienen que atender necesidades
básicas, de forma que las necesidades de la gente se tienen que ir adaptado a
la oferta para poder ser satisfechas.
En una dinámica de acomodación a las
propuestas políticas, teóricamente sociales, pero que en la mayoría de los
casos también tienen otros intereses: Siempre cosechar votos, y en muchos casos además, pagar deudas a lobbies y a grupos de poder que participan de
forma generalizada en las propuestas estatales.
Y sí, puede haber propuestas que
precisen necesariamente una intermediación técnica, y en este caso, mejor
pública que privada. La construcción de las infraestructuras, la organización
de un sistema sanitario especializado, una banca pública, ojalá, la
administración de la justicia, etc. Pero hay otras muchas cosas que la
burocratización y la intermediación del Estado las devalúa, las deteriora y las
hace más precarias.
Hay una falta de confianza fabricada en el saber popular, en la
capacidad de la gente de dar respuestas eficientes, eficaces y pro-sociales a
sus propias necesidades.
Incluso en los contextos de
pobreza, marginación y vulneración de derechos, en los que el mercado entra de
manera precaria solo con explotación y en contraposición las dinámicas
comunitarias, se promueven políticas de asistencia social pedagogizadas y
basadas en las contraprestaciones. Ni en los derechos ni en las necesidades.
Como contaba en el artículo de “el
asistencialismo es un humanismo”, antes se crea una industria con la pobreza
que dé trabajo a educadores y trabajadores sociales, que reconocer el valor
social y económico de las estrategias de supervivencia.
Parece que la izquierda cobarde ha comprado el
discurso de la derecha de que la gente se mueve solo por el interés
individualista, en la competición y fuera de marcos solidarios y responsables.
Pero es mentira. En estos 40 años
de democracia ha sido la comunidad la única que ha dado respuestas efectivas a
las necesidades. Mientras empresarios y políticos se subían a un tren de progreso,
a un desarrollismo devastador y capitalista, la gente seguía cuidando y
sosteniendo lo reproductivo, posibilitado que otros se enriquecieran vendiendo
modernidad sin preocuparse de nada más que su interés.
Y no era solo una cuestión de
prioridades, sino también había, y hay, un abuso de confianza en que los
procesos de feminización e incondicionalidad en el amparo de la vida estaban bien
consolidados, y los que trabajos de cuidados se iban a seguir haciendo gratis.
Porque el amor, la
responsabilidad y el apoyo mutuo, no se tienen que monetarizar porque ya vienen
en el pack de la explotación aceptada por la alianza histórica entre el
capitalismo y el patriarcado.
Pues bien, parece que con la
inestimable ayuda del feminismo, ha llegado el momento de que el vagón del Estado
del bienestar alcance la estación de los cuidados.
Se empieza a hablar de conciliación
y de sostenimiento de la vida. De corresponsabilidad
(entre hombres y mujeres, entre lo público y lo privado, entre las personas
y el Estado) y también de “Bolsa de
cuidados profesionales”….
El desarrollo del mercado laboral,
y la inclusión de mujeres y madres, no ha significado que se aumenten de manera
generalizada los salarios, de forma que sea viable que todas las personas que
tienen que cuidar puedan funcionar como empresarias de otras muchas que se
ofrecen para ello, en una oferta y demanda privada.
Hay que dar una respuesta
política a la cuestión haciendo una intermediación entre la precariedad de los
sueldos femeninos y la expectativa de cuidados también femenina, para que sea
sostenible tanto la explotación productiva como la reproductiva, ambas
necesarias para el funcionamiento del sistema.
Y lo que pudiera significar una
oportunidad para avanzar en igualdad y derechos, se está de nuevo configurando
como una amenaza, por la inexistencia de políticas valientes y comprometidas
con la vida.
La comunidad lleva dando
respuesta desde siempre al cuidado. Incluso en desde que se instauró que la
única manera de sobrevivir era participando en el mercado laboral. Aun con estas
condiciones, mucho antes de que se hablara de políticas de conciliación, las
personas, las mujeres, conciliaban. No se podía renunciar ni como madres ni
como hijas al sentir común de cuidar a las personas con las que se comparte la
vida.
Obviamente, esto se ha hecho y se
hace con unos niveles de invisibilización, explotación y desvalorización
criminales y denunciables, pero no quita que haya que reconocer y valorar que estamos
aquí gracias a ese compromiso social y a esa experiencia comunitaria.
Pues ahora que parece que, por fin,
este tema no puede ser residual y entra en la agenda pública, en vez de abordar
directamente la mejora de las condiciones materiales en las que se han estado
desarrollando estos trabajos reproductivos, y el cuidado de las personas que
los han ejercido, de nuevo, se plantea una mediación de Estado que de devalúa la
experiencia comunitaria acontecida, y que sitúa la cuestión en el marco establecido
de servicio público/ externalización capitalista.
Frente a las propuestas que hay
encima de la mesa como el “plan
corresponsables” o “la bolsa de
cuidados profesionales, se debería analizar cómo lo social ya lleva dando
respuesta a lo reproductivo, validando la experiencia y viendo cómo hacer para
sacarlo de la explotación, promoviendo una responsabilidad social acabe con la
feminización y a la vez reconociendo el derecho a ser cuidar y ser cuidado.
Y esto solo pasa por dar dinero directamente a la gente que cuida. Ayudas
directas, sin cuento, sin contraprestación, en confianza.
Entender que el territorio de los
cuidados es productivo, aunque la riqueza que produce no sea directamente
monetaria, y que tiene es un valor social incuestionable, es fundamental.
Y por tanto invertir en que las
personas tengan autonomía frente al mercado laboral y puedan distraer tiempo
para lo importante, para cuidar y cuidarse, sirve para promover un desarrollo
comunitario saludable.
Ya que parece que la renta básica de los iguales (que sería
una propuesta más global y de calado) se retrasa, al menos se podrían financiar
directamente las actividades que han demostrado su utilidad social y su valor
económico.
Pues nada apunta en esa
dirección.
La izquierda cobarde, en tiempos de pandemia, está dando pasos
significativos en aportación directa de recursos monetarios, pero siempre refugiada
en dinámicas de economía formal, sin romper con la ortodoxia capitalista.
Hoy se ha aprobado en el consejo
de ministros 7000 millones de euros en ayudas directas a autónomos y pymes. No seré yo quien lo critique,
pero de nuevo ponemos recursos públicos al servicio de la economía productiva y
capitalista, subordinando siempre la satisfacción de las necesidades de la
gente a la intermediación del sistema económico establecido.
¿Por qué no cambiar el paradigma?
¿Por qué no ayudas directas a las personas que están dedicando tiempo y energías
al trabajo reproductivo?
Es por la desconfianza en la
autogestión de la vida y por la promoción de la externalización de los cuidados como
manera de garantizar la mediación y consolidación del sistema.
Por supuesto que se necesitan
servicios públicos que apoyen las necesidades de cuidado de la comunidad, pero
nunca se debe perder la visión de qué es lo importante.
Quién cuida a quién, si el mercado
a las personas o viceversa, porque ponemos nuestras necesidades para que el
capitalismo siga aumentando mercado y riqueza, y nos devuelve cada vez más
explotación, además de más precariedad, económica y afectiva.
De la explotación productiva a la
explotación reproductiva ratificada por las políticas de izquierda.
Y con mucho celo en nutrir con
recursos lo reproductivo, y pueda darse que mujeres, e incluso algunos hombres
(ojalá cada vez más), decidan que no les compensa la precariedad frente a lo
que dejan en casa, y se promueva una repoblación contra-cultural del territorio
de los cuidados.
Se entiende que la derecha histórica
y la neoliberal confíen en el mercado como motor de progreso social, pero que la izquierda también dé
la espalda a la gente y mine su capacidad de autogestión de las necesidades
para un desarrollo comunitario en el bienestar, es desesperanzador.
Los derechos se tienen que
sustentar en políticas claras, de redistribución de los recursos que entre
todas generamos, y no instrumentalizarlos para promover un mercado
subvencionado que nos devuelva nuestra precariedad envuelta en un producto de
consumo.
"La crítica del trabajo
ha sido siempre el eje esencial de toda política que se quisiera
subversiva. La crítica se hacía siempre desde algún
lugar: otra forma de organización social, una vida otra... Ahora
el lugar nos ha abandonado. De hecho, muchos nos han abandonado.
Sólo la esperanza deseaba permanecer junto a nosotros.
La tuvimos que matar. Entonces nos sentimos más ligeros y pudimos
emprender el vuelo. Vuelo directo hacia un horizonte de agua. Y un
horizonte de fuego. Fuego y agua para destruir este mundo. Efectivamente
este mundo sólo merece ser destruido para que pueda vivir mi
querer vivir que es nuestro querer vivir." Extracto del manifiesto de Dinero Gratis
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