La foto pertenece a la producción teatral “No soy tu gitana” del Teatro del Barrio, obra de teatro protagonizada por Silvia
Agüero, con dramaturgia de Silvia Agüero y Nüll García, dirección de Nüll
García y trabajo actoral de Pamela Palenciano. Hay funciones programadas en
Madrid a partir del 23 junio y también en julio. Si puedes, no te la pierdas
(puedes comprar las entradas en el enlace anterior).
“¡Integrá te veas!” está en mi top de las maldiciones que regala Silvia Agüero en su taller de resistencias gitanas. Lo tiene todo. Toda la pedagogía social necesaria para situarse en el lado entrañable de la historia solo en tres palabras. Y toda la denuncia, con la mala baba y el enfado imprescindible, del tangue y de la violencia que implica dar por hecho que el modelo de progreso socialdemócrata, el estado del bienestar tal y como lo piensan y lo venden, es el único modelo de convivencia saludable y posible. Hasta el punto que promover la adscripción al mismo parece una obligación moral que incluso puede llegar a fundamentar las políticas sociales en general, y en particular, todo el trabajo social realizado a la contra de las necesidades de las personas vulneradas en los márgenes y en las fronteras de lo establecido.
Silvia Agüero, desde que la conozco, lleva señalando, sin miedo a
meter el dedo en el ojo, cómo la realidad y el sufrimiento del Pueblo Gitano ha
sido y sigue siendo un elemento fundamental para que el mundo payo hegemónico
pueda ratificar sus postulados y su modelo de organización social.
Por mucho que se quisiera poner
en valor el modelo de progreso y modernización, éste nunca se ha sostenido por sí
mismo - la percepción generalizada de las clases populares siempre ha sido que
había trampa en la cosa, que en el desarrollo que se vendía seguían ganando los
mismos y que a la mínima, lo de buscarse la vida, terminaba siendo encontrar el
hastío y la explotación-.
Para instaurar el modelo se
precisaba refuerzo y castigo, que se recordara todo el tiempo que era esto o la
nada, que había que portarse bien o que sino vendría “el hombre del saco” –o un
gitano- a llevarnos, que el rechazo no es una opción, que mejor a las buenas
que a las malas.
Llevando la dicotomía al extremo:
o integración o cárcel, fraude o sufrimiento. En cualquier caso, violencia.
Un estado de bienestar -que pivota exclusivamente en la participación en
el mercado laboral capitalista, que ha roto con todo lo comunitario, que
plantea un modelo de salvarse de a uno
y que presume de su excelencia con intervenciones
individuales especializadas a cargo de múltiples profesionales tan especializados
como sus diagnósticos-, ha precisado de una construcción política muy pensada
para que, pese a la decepción, no hubiera contestación y disidencia.
Antigitanismo.
Y en dicha construcción, la
instrumentalización de las situaciones de pobreza y exclusión social para
ponerlas al servicio del modelo ha sido muy significativa, y para ello el
racismo institucional en general, y el antigitanismo
en particular, han tenido un papel fundamental a la hora de diseñar e
implementar políticas interesadas por parte del poder, y venderlas como irremediables,
pese a que muchas han supuesto un sufrimiento y un malestar extremo a ciertos
grupos de nuestra sociedad cercano a la tortura y al genocidio (sin ir más lejos,
a día de hoy, esta dinámica sigue muy vigente con la Ley de Extranjería y con las políticas de control y exterminio de las personas migrantes en las fronteras de
los países-privilegio).
En la obra maestra –maestra por lo buena
que es y por lo que enseña- “No soy tu gitana” Silvia ilustra de manera incuestionable cómo la cultura paya
históricamente ha utilizado su versión fabricada de los gitanos y gitanas para
reforzar los valores que andamiaban el orden social. Desde Miguel de Cervantes con “La gitanilla”, o la “Carmen” de Bizet, sumándolas a todas las políticas
sociales de los barrios de acción
preferente (guetos) de nuestra geografía democrática.
Y por supuesto, la producción
política y cultural antigitana no va solo con las cuestiones productivas, económicas
y de buscarse la vida, sino también (incluso, diría que principalmente), contra
las cuestiones sexuales y de organización comunitaria -la resistencia
gitana es esencialmente feminista porque el modelo payo es un modelo de
reproducción social basado en la enajenación de la vida al servicio de lo
externo. La resistencia precisa de
apropiarse de la vida para no perderla, y con ello, defenderla y no venderla en
pro de la patraña de crecer mediante el consumo y el privilegio-.
Recomiendo hasta el infinito el artículo de Silvia
en Pikara Magazine “Davtuqe jekh ròza miri dukhaƟar. De mi dolor te doy una rosa” que explica esto
maravillosamente.
Cuando la moral católica
pretendía mujeres recatadas y al servicio de lo familiar, lo gitano era lujuria
y despendole, si lo moderno dice que toca dejar de lado lo reproductivo y ser
competitivo en el mercado laboral sin “cargas”, lo gitano es tener un montón de
hijos y familias extensas, si lo que mola es ser autosuficiente, “single” y pasar desapercibido en la ciudad,
lo gitano va en tropa y en jaleo constante. Y cuando todo quisqui tenía que comprarse una casa e hipotecarse, lo gitano era
ser nómada o vivir en una chabola…
Y podemos seguir:
Cuando el modelo a imponer es
criar en la distancia y en el desapego, en lo tecnológico, las gitanas eran las
del colecho y las que daban teta hasta los cuatro años. Cuando tocaba
escolarizar para vertebrar el Estado desde una cultura común, moderna y
democratizadora, a golpes de leyes educativas, los gitanos eran los analfabetos
-como si los payos en la época posfranquista declináramos latín-, denostando (cuando no apropiándonos), de toda una producción cultural rica en música, poesía
y en otras muchas disciplinas humanistas, artísticas y estéticas.
Cuando la droga es un problema,
los gitanos son los traficantes, cuando hay que confiar en la ciencia y en la
tecnología, lo gitano se envuelve en mística, evangelismo y culto a lo
anacrónico (como si los pijos no traficaran o lo católico fuera ejemplo de
vanguardia)
El hombre del saco era gitano, las mujeres que hacían
descarriar a los "hombres de bien" eran gitanas,
las mujeres que parían sin asistencia, gitanas, los vagos y maleantes, gitanos, los que obligaban a los niños y niñas a trabajar y los explotaban en la naranja o la cebolla, familias gitanas, y los y las que boicoteaban el sistema del empleo (como si convivir con un paro
estructural no fuera suficiente boicot) también gitanos
y gitanas que llevan el mercadillo, cuando no el delito, en la sangre –quien
vaya a ver la obra de teatro “No soy tu gitana” que se cuide la cartera por si
acaso-. ¡Hasta la chatarra y el reciclaje era una mierda cuando lo hacían los
gitanos y las gitanas y han tenido que venir los “ecoembes” para dignificarlo y echarnos un cable en la lucha contra
el cambio climático!
Más allá del sarcasmo, la cosa es
tal que el modelo de progreso democrático se podría resumir en “si no quieres ser
como los gitanos, apechuga”. Y por supuesto, igual da lo que hagan o hicieran
los y las gitanas reales, el prejuicio y el estereotipo son más fuertes y dan la estructura social de la convivencia. Un éxito contrastado del poder que ha logrado imponer un antigitanismo,
que constantemente se actualiza y se reproduce, para no perder capacidad normalizadora.
Y es grave porque consolidar un
estereotipo pasando por encima de las personas, de sus vidas, de sus
necesidades y de su diversidad, es violencia de la gorda.
Muchos de los males del Pueblo Gitano
son producto de su marginación histórica. En esto no hay magia: en los márgenes se
disfruta un rato, pero cientos de años remando contracorriente cansa, duele y
enfada, y te deja en un lugar del que es difícil trascender -aunque muchos
gitanos y gitanas lo hacen, como explican, de nuevo regalando pedagogía, Silvia y su marido Nicolás, en el libro Resistencias
Gitanas-. Asociar sin más lo gitano a la marginación es otra expresión del antigitanismo en el que nos hemos
socializado.
Y como decía al principio, el antigitanismo es sobre todo violencia...
El crimen.
Detrás de los estereotipos, de
los prejuicios, de los chistes sobre de la Guardia Civil y de toda la
producción cultural y política antigitana que pretende que el Pueblo Gitano no
se mueva del lugar predefinido y funcional al modelo payo, hay un poder que ejerce
una fuerte violencia, simbólica y física, que duele y mata, y que tenemos
normalizada los payos y las payas en una complicidad con el sistema.
Aún hoy, incluso en grupos con
conciencia política trabajada, es una violencia que cuesta mucho reconocer y
desenmascarar. Seguimos sin asumir nuestra responsabilidad histórica como nos
recuerda constantemente el pensamiento decolonial. Ya sabemos que el privilegio
se pega al cuerpo como una lapa y siempre hay buenas excusas para no
sacudírselo.
Entre todos y todas colaboramos
con el antigitanismo porque
posibilita nuestro estatus sin que parezca que nadie sufre, sin mancharnos
individualmente las manos de sangre pese a sostener una sociedad criminal que
subordina los derechos humanos a su propia perpetuación.
Pero la opresión, por muy
invisible que se presente, está. Hay una cárcel simbólica que contiene el
sufrimiento cotidiano de las que son víctimas de esta violencia. Violencia, y
cárcel, que se vuelve real cuando las personas que debieran representar el
lugar establecido con docilidad y sumisión entran en conflicto con el poder que
les oprime. Entonces hay malestar, presos, presas y personas muertas, que también quedan
invisibilizadas o naturalizadas por el marco establecido por lo hegemónico.
Así, la historia del Pueblo
Gitano en relación con lo payo, como bien explican Silvia y Nicolás en su
trabajo de divulgación, es una historia de violencia, muerte, resistencia -y
también, cómo no, de complicidad con el poder, muchas veces como única vía de
supervivencia-. Desde la Gran Redada al exterminio de la heroína, sin olvidar las cárceles franquistas y los F.I.E.S de los talegos democráticos, o el hacinamiento en los guetos de los arrabales de
casi todas las ciudades del país.
Todo un tránsito de penurias
fabricadas con leyes y decretos oficiales que, también gracias al antigitanismo, nos cuesta leer con
objetividad. Precisamos de una mirada limpia de la que carecemos para
diferenciar lo propio de lo ajeno, sobre todo porque, como también cuenta Silvia en “No soy tu gitana”, no existe
lo propio ni ajeno, todo es en
relación y “lo gitano” dista mucho de ser una categoría identitaria, es una
categoría política que hay que analizar y pensar el clave de cuidados y respeto
a unas personas con las que llevamos conviviendo cientos de años. Si siguen pareciendo “otra cosa”, diferentes, es solo porque nunca jamás el mundo payo ha dejado de
tener la sartén por el mango y de ostentar el poder.
Empatizar con el sufrimiento del
pueblo gitano no es tan difícil. Sería tan sencillo como que apareciera en los
libros de texto, que hiciéramos algo parecido a lo que ha hecho el pueblo judío
con su propia historia (los nazis también exterminaron gitanos en los campos de
concentración), que lo de la memoria histórica no acabara en la guerra civil y
que habláramos de los muertos de la democracia. Que viéramos el drama que hay
detrás de la idealización del cine quinqui
con las historias reales del Pera y de otros muchos chavales de la Coma, de Vallecas, de los Pajaritos o
de las tres mil…pero desactivar el fraude sí que es jodido.
El fraude.
El sufrimiento es objetivo y visibilizarlo
debiera ser suficiente para hacer políticas de justicia y reparación, pero lo
que no es tan fácil de asumir es que mucho ha sido en balde. La otra cara del crimen
y del malestar es el modelo que seguimos sosteniendo y celebrando, aun con
racismo y antigitanismo, aunque no
nos haga felices a casi nadie y se construya a base de dramas, malestares,
daños y heridas. El producto de una desigualdad cada vez más consolidada.
No voy a ser yo, después de lo
dicho, quien romantice ahora cierta idiosincrasia del Pueblo Gitano, pero el
modelo que defiendo, basado en lo comunitario, en el apoyo mutuo, en la fusión
de lo reproductivo con lo productivo, en la interdependencia y en el cultivo de
los vínculos y de las relaciones como elementos fundamentales de la vertebración
social -así como en la presencia y en el protagonismo político de los niños,
niñas y jóvenes- está claramente en peligro, y no sé cuánto de esto perdura y
queda en la realidad gitana después de la violencia recibida, pero en la paya
bien poco. Y cada vez renegamos más de ello.
Tenemos erosión vital, mutilación
comunitaria y fragmentación social, y cada vez más solas y más rotas seguimos
apelando a los procesos de individualización -inserción, capacitación,
promoción y conciliación-, como vías para salir del malestar, sin reconocer que,
independientemente de lo probable que sea conseguir el objetivo, el camino para alcanzarlo
es un malvivir.
Y aun a sabiendas de esto -porque
cualquier payo o paya que se aprecie lo podría reconocer en su proceso
familiar, escolar o laboral-, seguimos erre
que erre. Nos vendemos entre nosotros la moto, y la regalamos gripada, a
cambio de contraprestaciones, en los servicios sociales a aquellas que,
insensatas, van con sus necesidades y con sus derechos a solicitar una ayuda precaria
o inexistente que, en muchos casos, termina concretándose en un pacto con el demonio,
que para más inri, casi nunca se puede cumplir, ni por una parte ni por otra. Es de
nuevo antigitanismo decir que la
gente empobrecida chulea a las trabajadoras sociales cuando en la inmensa
mayoría de las veces sucede al revés.
Seguimos implementando violencia
reproductiva en hospitales y paritorios, criticando la maternidad joven, las
familias numerosas y las familias extensas como reductos de otras épocas o de
otras culturas, hablando con condescendencia mientras compramos la
industrialización de los procesos de reproductivos, de fecundación incluso de
gestación, en la más absoluta soledad e infelicidad. La falta de tribu como antesala de externalización de la
crianza, hipotecada ésta también al servicio del fraude.
Seguimos con modelos educativos
alejados de lo significativo de la vida cotidiana, anclados en propuestas
tecnocráticas y competitivas, en el esfuerzo estéril y perenne de vivir en la
ansiedad constante de ser “el/la mejor”. A la vez perseguimos el abandono
escolar de un modelo educativo que lleva ya muchos años fracasando en la atención
a la diversidad y en el cuidado de las criaturas, estigmatizando a aquellos y
aquellas que se bajan del carro y que encarnan, y sufren, dicho fracaso. #yotecreochavorrillo #yotecreochavorrilla
Seguimos con el punitivismo, cada vez más y en más ámbitos, con la sociedad de
privilegio y del castigo, confundiendo a la gente con su culpa desde la niñez, el conductismo en la familias y en las aulas, la economía de fichas en centros
y reformatorios, y todos los días, administrando penas y cárcel en los juzgados.
Individualizamos un problema social obviando adrede las causas estructurales sin que nos duela hacer daño, privar de libertad hasta el deterioro, aniquilar la
vida social de muchas personas cuyo delito principal es estar desposeídas y
empobrecidas (el análisis de población gitana y la cárcel merece un artículo aparte. Específicamente si hablamos de mujeres gitanas y de talego, los números -de representar un 2% de la población en general, a ser un 25% de las mujeres presas- y los procedimientos judiciales son indignantes. Una referencia en el tema
es el trabajo del Equipo Barañí, que aunque antiguo, sigue totalmente vigente. En
el enlace puedes acceder a algunas de sus conclusiones).
Y seguimos con el modelo del
empleo, asumiendo que ganarse la vida es estar la principal parte del día en
dinámicas de agobio y explotación, esquivando los cuidados, aceptando las
migajas de la conciliación y dejando lo humano, las relaciones y lo necesario
para el bienestar siempre en un segundo o tercer lugar al que nunca le llega el
turno…
Ya digo, ningún interés en
romantizar, idealizar o ensalzar la cultura gitana, no es la mía, solo puedo
aspirar a respetarla, pero entiendo que sí que es de responsabilidad política y
democrática denunciar la paya, la cultura ilustrada, capitalista y
patriarcal a la que pertenezco y que me pertenece, y que por tanto reproduzco, asumiendo la parte que me corresponde de la violencia de la misma y de la insatisfacción generalizada a la que condena a
propios y extraños.
También tengo claro que, en una propuesta de transformación social, las gitanas, y el resto de personas racializadas, son aliadas y nunca contrarias. Esto nos complica y nos complejiza las luchas, fastidia un poco la revolución payo progre que venimos adorando desde lejos, pero no hay atajos. Lo de “integrá te veas” nos recuerda que mientras que definamos un “dentro” y un “fuera” aún queda mucho por hacer y pelear.
Así que gracias Silvia por trabajar para ensanchar un
camino en el que tenemos que caber todas y que ya tiene las cunetas, y las
vallas, con demasiada sangre derramada.
Hemos de recuperar la vida y la historia para poder construir alternativa con nuestra propia existencia, recuperar lo que nos han desposeído y externalizado, y es
evidente que, en esto, el Pueblo Gitano gana en experiencia y entrenamiento. Ojalá sepamos cómo ganar su confianza y su generosidad para empezar a caminar juntas.
Y mientras tanto, siempre podemos
seguir aprendiendo y disfrutando de una buena obra de teatro…
Silvia Agüero es amiga, gitana, mestiza, feminista, madre y coautora
del blog Pretendemos Gitanizar el Mundo, https://pretendemosgitanizarelmundo.com/.
Es coautora también del libro “Resistencias Gitanas” y escribe con asiduidad en
la Revista Píkara Magazine, aquí
puedes acceder a sus artículos, maravillosos.
Participó en 2019 en las III Jornadas de pedagogía del cuidado, con la
ponencia “Resistencia del Pueblo Gitano. Antigitanismo y políticas sociales de
familia e infancia”. Puedes acceder también al vídeo íntegro de la ponencia.
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