¿De quién?
Además de la respuesta obvia de
que las criaturas son de las madres que las han gestado y las han parido, y de
la respuesta políticamente correcta de que las criaturas son de ellas mismas en
un ejercicio no reconocido de autodeterminación y autodefinición, vemos que el
tema no está nada claro y exige un análisis sociopolítico de calado.
En una sociedad adultocéntrica
siempre hay alguien, personas o administraciones, que toma decisiones por los
niños y niñas, y no es trivial analizar desde qué lugar surge la legitimidad a
la hora de usurpar procesos o incluso instrumentalizar a la infancia para otros
menesteres de interés adulto.
Ya se ha hablado mucho de la
quimera de la conciliación, cómo los niños y niñas viven vidas hipotecadas a
las lógicas externas de las sociedad capitalista y del empleo, aun asumiendo
cuotas intolerables de precariedad afectiva, y cómo lo educativo está cada vez
más lejos de las necesidades de aprendizaje y de cuidado de las criaturas,
formando parte de un engranaje social al servicio del orden establecido.
Antes de la pandemia estábamos con
el debate, que ahora parece ridículo, del PIN parental, sobre la capacidad de
veto de las familias al sistema escolar. Ahora, de nuevo, tenemos el temazo de
si las familias están legitimadas o no, para no llevar a las criaturas al cole
en las actuales condiciones de la covid. (familias insumisas bautiza El País)
La cuestión es si con esto se
está vulnerando el derecho a la educación de los niños y niñas, incluso si, en
la medida de que padecemos una escolaridad obligatoria, se pudieran tomar
medidas legales contra estos padres y madres.
Por otro lado, no deja de ser
curioso que, después de haber estado cultivando el miedo, la precaución y la
responsabilidad, hoy se pueda plantear penalizar a las familias que desde el
miedo, la precaución y la responsabilidad se niegan a una vuelta a la escuela
que se percibe como insegura, y que a todas luces lo es, si se juzga a tenor de
los protocolos establecidos, sin apenas modificaciones y sin inversiones que
posibiliten reformas de calado.
Cumpliendo expectativas
El palabro educativo de verano,
el “grupo burbuja”, ha tardado poco en pincharse, ya que no hay burbuja que se
sostenga sin aumentar el gasto público, y entre las docentes, buenas
ciudadanas, que hicieron suyo el discurso pandémico e interiorizaron el miedo y
las familias, buenas ciudadanas, que también hicieron suyo el discurso
pandémico e interiorizaron el miedo, no puede haber encuentro.
Todo el mundo a casa, haciendo
nuestro el discurso pandémico que nos han ofrecido.
Una producción mediática que ha
cargado tintas respecto al peligro en ciernes pero que no ha hecho ninguna
pedagogía respecto a cómo enfrentarlo sin amenazar las bases de nuestra
convivencia, y por tanto, sin amenazar nuestra capacidad
de resistencia comunitaria a la adversidad.
Apostar la solución del momento exclusivamente
a la posibilidad de una vacuna es tan irresponsable como absurdo.
Solo han escapado a la lógica del
miedo, y solo durante algunas semanas, los negocios turísticos y el terraceo,
pero en ningún momento se ha puesto encima de la mesa, que por mucho virus y
pandemia que suframos, las necesidades humanas singuen estando y las
necesidades de cuidado de la infancia son fundamentales.
El debate nunca ha priorizado la
organización y la gestión pública de dichas necesidades, en un momento donde además,
la energía y la capacidad de las personas de dar una respuesta autosuficiente estaba
mermada y en muchos casos agotada.
Trampas al solitario.
En este juego dialéctico de que
todo es muy grave y peligroso, pero que a la vez, se deben abrir los colegios casi
con normalidad, el único agente que pudiera tener alguna carta ganadora es la
administración pública y no la ha jugado.
En primer lugar se debiera haber difundido
a los cuatro vientos los datos reales sobre el peso de la infancia en los
contagios y en la evolución de la pandemia, neutralizando el discurso que tanta
gente ha comprado, familias y docentes, de que las criaturas son vectores de
contagio improductivos que tenían que estar re-confinados en casa.
Con mesura, responsabilidad y
objetividad se pudiera haber generado alguna dinámica que aportara parte de la confianza
necesaria que para que la “nueva normalidad” no fuera solo un titular
periodístico y realmente fuera un concepto que nos ayudara a vivir.
Pero nada de nada. Ningún discurso
desestigmatizador y sin propuestas de pedagogía política que devuelvan a las
criaturas al centro, a una presencia defendida en espacio público, para que
todas y todos vayamos normalizando convivir con ellos y ellas, y asumiendo que
ningún miedo ni preocupación puede anteponerse a las necesidades de los niños y
niñas y a su desarrollo saludable.
Pues mientras que en los
despachos políticos se está viendo a ver cómo se cierran, o se maquilla el no cierre
de los prostíbulos (en cualquiera de los dos casos sin ofrecer alternativa al drama social de las mujeres que viven con ello), ya hay comunidades autónomas que han cerrado los parques de
los pueblos y barrios sin ningún tipo de análisis de riesgos que justifique la
medida.
Invitamos a la confianza en la
vuelta al cole tanto como seguimos alimentando el discurso adultocéntrico de
que las criaturas son prescindibles en el modelo productivo, por lo que
cualquier riesgo que asumamos con ellas es excesivo y evitable.
Nos hacemos trampa como sociedad
y aspiramos a que no se lea como una tomadura de pelo.
El último hecho que explicita la
absoluta irresponsabilidad que supone este tema en un nivel de política
institucional es que la supuesta reunión para la vuelta al cole se va a
celebrar el 27 de agosto, a una semana vista de llenar o no los colegios y en
un marco imposible para desarrollar medidas efectivas que garanticen un inicio
de curso que respete las necesidades de los niños y niñas.
Si al menos se hubiera aprovechado
este tiempo para decir que nos relajemos, que con las criaturas bien, que hagan
vida normal y que ya se centrarán los esfuerzos, y los gastos, en atender a las
personas enfermas y vulnerables, pues bueno, podría ser una propuesta irresponsable,
pero al menos coherente.
Pero pensar que las medidas que
se van a imponer en las aulas son efectivas para el virus, a la vez que no
paramos de decir que éste es muy peligroso, que nos quedemos en casa, que solo
salgamos para lo imprescindible, que llevemos mascarillas hasta cuando estamos
solos, es una vacilada de órdago.
Todo el mundo de dentro y de fuera
del ámbito de la educación sabe que las medidas que se están planteando son
cosméticas, y que es cuestión de tiempo, si se aplica el protocolo, que se
termine paralizando la educación presencial. Y para cuando esto pase, no hay un plan
B de cómo seguir atendiendo a los niños y niñas en las casas más allá de las
pantallas full time.
La falacia.
La opción coherente con el relato
oficial de la pandemia hubiera sido una inversión espectacular y sin parangón, única
en la historia de la educación pública de este país, que hubiera cambiado el
paradigma educativo basado de hacinamiento estratificado en las aulas y en el
confinamiento de la infancia en escuelas hiperpobladas de altos muros y exhaustivas
normativas.
Una reducción comprometida de
ratios, una ampliación del territorio escolar con los servicios comunitarios de
los barrios y pueblos y una posibilidad de atención educativa domiciliaria para
las personas que más lo puedan necesitar, medidas posibles y reales que pudieran
haber significado un buen comienzo y un gesto público y político que manifestara
de forma clara que este tema es importante.
Nada de eso está en el horizonte,
y tenemos una precaria propuesta que es un más de lo mismo, con matices que se
concretaran en más control y más malestar en la experiencia escolar de los
niños y niñas, a la vez que se sigue alimentando el discurso del peligro y del
miedo que nos invita a vivir debajo de una piedra con conexión a internet.
Es tal el sin sentido que, desde
los sectores que se lo pueden permitir, se empiezan a oir voces que demandan la
libertad a la hora de decidir si llevar o no a los niños y niñas al cole. Y
saltan las alarmas, porque solo desde el monopolio y desde la posición de poder
institucional se permite el atropello de derechos.
Los mismos y mismas que no han
hecho los deberes este verano, y que han estado mirando hacia otro lado durante
la pandemia, tienen la cara dura de hablar de derechos de la infancia y remarcar
que ninguna familia tiene la potestad de privar a sus hijos e hijas de un bien
superior como es la enseñanza y la educación.
Derechos y manipulación.
Y volvemos al punto de partida.
Obviamente que los niños y niñas
no son propiedad privada (aunque por otro lado el ordenamiento jurídico de la
patria potestad en la institución familiar heteronormativa no difiere demasiado
de un contrato mercantil con el Estado) pero igualmente es una falta de respeto
profunda a la infancia hablar de derechos para legitimar el maltrato.
Si socializamos a las criaturas
es porque entendemos que son un bien social a preservar, a proteger y a
cultivar, pero cuando la administración hace uso de los derechos de los niños y
las niñas para justificar un trato patrimonial de la infancia, para implementar
unas políticas que no les incluyen, que no parten de sus necesidades y que
están absolutamente condicionadas por elementos ajenos, como pueden ser los
ajustes presupuestarios o el liberalismo económico, pues como que no…
Cuando el Estado se autoproclama
como garante del bienestar de la infancia incluso por encima de las familias, de
manera que se legitima para realizar las tereas de vigilancia del desamparo, la
tutela de niños y niñas o la organización de la educación, y utiliza mecanismos
legales para imponer sus criterios.
Solo se puede aceptar dicha autoridad desde
la pulcritud de las actuaciones y pierde toda su legitimidad cuando se
evidencian las dinámicas generalizadas de maltrato institucional en el sector
público y privatizado.
Una administración no puede enfrentarse
a las familias legitimándose como la responsable del respeto de los derechos de
los niños y niñas cuando a la vez hace una dejación de sus funciones y una
instrumentalización de la infancia para sus propios intereses.
Propiedad y patria.
En esta dinámica absolutamente
viciada se contrapone el ejercicio de la patria potestad a la garantía del
Estado en el cumplimiento de los derechos de la infancia.
En un marco que fuera saludable ambas cosas
tendrían que entrelazarse de manera colaborativa al servicio de las necesidades
de las criaturas.
Hay tanto abuso de poder cuando
una familia decide por sus hijos e hijas al margen del sistema social en el que
vive, en una dinámica y privada y privativa, como hay
abuso cuando unos políticos incompetentes, capitalistas, disociados de la vida
comunitaria y del sentido común, se atreven a enarbolar la bandera de los
derechos de la infancia para obligar a familias, a niños y a niñas a comulgar
con ruedas de molino.
Hay una desconfianza cultivada
con esmero por parte del sector público respecto al trato y al cuidado de la
infancia, y la gestión en esta pandemia no ha hecho más que aumentarla y
consolidarla.
Después de lo vivido, de lo
habitado con nuestros hijos e hijas en el confinamiento, sin ningún tipo de
ayuda al cuidado directo de las criaturas, pedir una confianza ciega e
incondicional es un abuso y una falta de consideración a las personas que han
sostenido a la infancia durante estos meses en los que el Estado ha mirado a
otro lado haciendo que “cada palo aguante su vela”.
El debate sobre la propiedad de
las criaturas está podrido en origen.
Unos cuantos hablan se sus hijos
e hijas cual patrimonio, paro a la mayoría no les queda otra que aferrarse a la
patriarcal patria potestad, y decir posesivamente “Este niño/a es mío/a y yo
decido” para defenderle y defenderse de unas dinámicas sociales que ningunean a
la niñez, que no contemplan sus necesidades y que no cumplen unos mínimos
decentes para ellos y ellas.
La derrota.
Es una derrota social tan grande
que haya que aferrarse a un título del derecho civil para defender a tu niño o
niña como lo es que la administración de sus derechos, por parte del sector
público y privado, se haga con dejación, falta de recursos y sin contemplar sus
necesidades presentes y futuras.
Estamos en una sociedad estructuralmente
adultocéntrica, no es solo una cuestión de vulneración de derechos de la infancia,
sino que dichos derechos solo se entienden mediatizados por la realidad adulta.
Aunque nos pese, el maltrato a la
infancia no se hace contra el derecho, está legitimado y constantemente legitimándose.
Hay ejemplos de abusos dentro del marco de la ley que se dan en la opacidad de la convivencia familiar, o que se dan en los paritorios
definidos por protocolos de violencia sanitaria hacia el nacimiento, o en
los centros cerrados de protección de menores (todos ellos, en mayor o menor medida) con la complicidad de educadores y técnicos. Hay abusos legales en nombre de la ley de extranjería, o en nombre de las normas de
movilidad de las ciudades, o abusos en la organización pública de los tiempos productivos y reproductivos.
Y cómo no, hay mucho abuso también en aplicación de las leyes
educativas en este país, también en pandemia.
Y frente a la familia que ha de
demostrar en los servicios sociales que hay un ejercicio correcto de la patria
potestad, muchas veces en cuestión solo por vivir situaciones de pobreza o por
los condicionantes racistas de nuestra cultura, parece que desde el sector
público se está inmune a la vulneración de derechos, solventando incluso las archidichas recomendaciones del Defensor del Pueblo que siempre quedan en papel mojado.
Si algo nos ha ratificado esta
crisis sanitaria es que el bienestar de la infancia precisa, y va a seguir
precisando, lucha, denuncia y autogestión de proyectos de cuidado y
conciliación con la vida, y que lo público debe ser parte de la solución, pero
muchas veces es parte consustancial del problema.
La alianza
Hemos de reconfigurar las
alianzas para con la infancia fuera de las dinámicas patrimoniales y lejos de
los discursos que pretenden, en nombre de los derechos, callar bocas a la
disidencia.
Hay maltrato en las familias, hay
maltrato en los colegios, hay abusos en las familias, hay abusos en los centros
de menores y también en algunos colegios, y hay una responsabilidad social en
todos y cada uno de esos maltratos y una dejación institucional a la hora de asumir
responsabilidades y buscar soluciones, más allá de la vigilancia y el control,
que prioricen el bienestar de los niños y las niñas.
O somos capaces de generar un
espacio de dialogo en la empatía con la infancia donde hacer confluir las
prácticas de cuidado de las personas y de las instituciones comprometidas con
el bienestar de los niños y niñas o va a ser complicado.
Precisamos de un espacio social configurado con el
objetivo urgente de restablecer la confianza entre familias, profesionales y administraciones, lo que pasa necesariamente por un
reconocimiento del papel de cada una de las partes y por la valentía de reconocer
las necesidades de las criaturas, aunque el satisfacerlas nos dinamite el orden
social funcional y adulto que nos hemos inventado.
Y cómo no, un espacio donde la
voz de la niñez se exprese directamente, sin intermediarios y sin
interpretaciones tendenciosas e interesadas.
Lo contrario, el hacernos fuertes
cada cual en su lugar de privilegio adulto, solo ayudara al proceso de
transformar la sociedad del adultocentrismo a la adultocracia, consolidando el
ejercicio de poder como la única dinámica socialmente aceptada en relación
con la infancia.
Y en este proceso de erosión y
desertificación de la vida, tanto la patria potestad como la administración de
los derechos de la infancia en clave adulta, funcionan como armas de
destrucción masiva por mucho que lleven la coletilla de estar al servicio del “bien
superior del menor”, por lo que debemos trascenderlas y encontrarnos en lo
humano más allá de la expresión enajenada de las necesidades de los
niños y niñas en clave jurídica.
Gracias. Coincido con tu reflexión.
ResponderEliminarGracias, un saludo.
EliminarGracias muy buen artículo.
ResponderEliminarA tí por leerlo, un saludo.
EliminarMuy pertinente reflexión, saludos desde MX.
ResponderEliminarExcelente artículo. Comparto.
ResponderEliminarExcelente artículo. Coincido de principio a fin.
ResponderEliminarhttps://m.ellitoral.com/index.php/id_um/246323-francesco-tonucci-propone-una-verdadera-reinvencion-de-las-escuelas-educacion-pos-pandemia-educacion.html
ResponderEliminarhttps://estherclaver.com/2020/06/07/propuestas-para-el-nuevo-curso/
ResponderEliminarExcelente reflexión con la que resueno totalmente!!
ResponderEliminarGracias, un saludo.
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