Toses, mocos y violencia contra la infancia.

  El invierno parece que llega a su fin y, como yo, supongo que muchas madres (y algún padre) podrían hacer un relato épico de cómo han gestionado los días en que sus criaturas han estado “malitas”, cómo han afrontado los días de después de noches sin dormir entre fiebres y toses. La aventura de conciliar (je,je…) el cuidado básico de la salud con las exigencias del guion, trabajo, coles, logística familiar, todo, en una búsqueda ansiosa de “la normalidad”. Que las cosas vuelvan pronto a su lugar porque, por lo visto, constiparse en invierno, compartir gripes y otros virus, debe ser algo tan excepcional para los que hacen las leyes que no precisa de ningún plan de contingencia. No hay plan “b”. A pelo año tras año, a pelo invierno tras invierno, afrontando una situación cotidiana y generalizable solo pudiendo tirar del privilegio o, cada vez menos, de lo poco que queda de la red social comunitaria. Privilegio masculino cuando la cosa solo se hace sostenible gracias a la media

Multiverso Madre.

 


¿Está la maternidad de moda? Ensayos, canciones, novelas, secciones en periódicos, películas…Parece que algo está pulsando fuerte en la producción cultural de manera que se está promoviendo un diálogo respecto a la maternidad que resuena a nivel social. Hay una necesidad generalizada, mucho es lo que está y ha estado callado.

Se necesita expresar y se necesita encontrar la experiencia de madre en el universo cultural para sentirse parte, para sentir arraigo y pertenencia a la sociedad que ampara (o desampara) nuestro crecimiento. Se necesitan representaciones que nos sirvan de referencia, de contraste y de encuentro con una vivencia tan generalizada como invisibilizada.

Hablar de madres, escucharnos desde la subjetividad de hijos e hijas, conectar con la dimensión fraternal de la sociabilidad humana, poner palabras a lo reproductivo, todo esto es una necesidad social e individual que cuando encuentra la posibilidad se celebra como agua de mayo. Demasiado tiempo de travesía por el desierto.

La cosa va mucho más allá de la experiencia valiosa y concreta de cada mamá y también más allá de la de cada una como hija o hijo. La maternidad es una cuestión sociopolítica de primer orden: lo que supone para una sociedad nacer de cuerpo, construirse desde una vivencia entrañable, o por lo contrario, disociarse de esta experiencia común para crecer a expensas del mandato patriarcapitalista.

Hablar de maternidad es reflexionar sobre las estructuras sociales que enmarcan las vivencias de ternura y de maltrato con las que nos socializamos en las familias y fuera de ellas, sobre los elementos culturales que organizan todas esas situaciones y que transcienden también a la experiencia concreta de cada una. Es hablar de pedagogía, de política y de organización social, de cómo gestionamos la vida, lo productivo y lo reproductivo, y de cómo todo esto nos ha ido conformando como personas y en qué lugar nos deja de cara a la relación con las demás.

Es la universalidad de esta mirada, y su derecho a ver todo lo que nos implica y afecta, lo que justifica este acercamiento. También el compromiso político de desvelar las causas de la ceguera y el daño que produce.

Por todo ello, la pregunta con la que comenzaba el artículo debiera ser más bien la contraria: ¿cómo es que la cultura hegemónica patriarcal ha podido silenciar durante tantos años una realidad tan común, tan vertebradora del sistema social, la oportunidad de reconocernos en la otra desde la vivencia esencial del nacimiento y de la supervivencia?, ¿por qué es tan difícil poder socializar desde la experiencia madre, desde la condición fraternal que nos vincula a todos y a todas y nos conecta con el bienestar y la supervivencia?

Y la respuesta no es otra que la violencia. La violencia ejercida por un sistema que promueve una socialización basada justo en la negación de esa experiencia, en la falta que nos lleva a la competitividad y al individualismo. Un sistema que define una igualdad despojada de fraternidad, que nos equipara como supervivientes, pero que nos niega la posibilidad de entablar relaciones desde el vínculo, el cuidado y el bienestar.

Frente al denostado simbólico Madre, apegado a la tierra, a la vida, emerge con fuerza el simbólico Padre, amplificado socialmente por todos los sistemas hegemónicos desde la antigüedad.

El guerrero autosuficiente, a imagen y semejanza del arquetipo viril protagonista de cada momento histórico, ha de romper con su vivencia de fragilidad, con su experiencia de madre, para poder triunfar, para tener un éxito acorde a la expectativa social cainita y ser eficiente en conquistar, producir y acumular, sin medir los costes ecológicos y sin remordimientos por la devastación.

Un imaginario que conforme se alimenta y se engorda va institucionalizando el paradigma, dejando sin espacio a lo antagónico, barriendo del universo sociocultural las referencias de cuidado y de apoyo mutuo que quedan relegadas fuera de foco, y solo perviven porque juegan la vida, lo fundamental para la supervivencia.

El simbólico Madre, como alternativa política en la medida que impugna el orden social, se combate y se aniquila en el espacio público, solo permitiéndose su expresión precaria en el espacio privado y doméstico, y no liberado de la dinámicas de violencia que describen la guerra simbólica.

“Matricidio” dice Casilda Rodrigañez, el “Vacío de laMaternidad” en palabras de Victoria Sau…

Todo un ejército patriarcal para perpetrar el crimen, una sucesión de caballeros canonizados matando dragones -antropológicamente el dragón simboliza la cosmovisión previa al patriarcado, cuando el valor social estaba en la fertilidad y en la fecundidad de la tierra y no en la capacidad de explotarla- que llega hasta nuestros días con las películas de Disney y con toda la producción cultural basada en la violencia y en la castración emocional. Príncipes y princesas, héroes y mujeres cosificadas, la mayoría de ellos y ellas huérfanas de madre, o con madrastras endemoniadas. Situaciones que invitan a salir corriendo, a buscar el reconocimiento y la protección del sistema, antes que a ensayar una sociabilidad alternativa al modelo imperante.

Este matricidio intenta despojar a la maternidad de toda su potencia, del poder que implica posibilitar la vida, y la potencia es política. Es un ejercicio constante de represión y control social. Por esto es tan importante el conjuro de “paremos la ciudad” de Rigoberta Bandini expresando el contrapoder que supondría poner en circulación la alternativa antipatriarcal.

Y como si fuera el Cid Campeador que gana batallas una vez muerto, después del matricidio el patriarcado fabrica una nueva representación de la maternidad, inerte, vacía, con el objetivo de poder depositar ahí sus anhelos y fantasías, y poder canalizar el hecho biológico de la reproducción hacia un lugar que no lo impugne ni cuestione. El amor de madre tatuado en las cachas de los legionarios o las vírgenes asexuadas de las representaciones religiosas, en cualquier caso, representaciones que se alejan de realidad y enajenan la experiencia. El patriarcado necesita imponer su propio relato respecto a lo reproductivo, aunque lo pueda reconocer como ajeno, no renuncia a tenerlo bajo control.

El matricidio se concreta también en negar la dimensión sexual de la maternidad, negar todos los procesos libidinales que contiene, toda la experiencia corporal y material que implica, para, entre otras cosas, poner los cuerpos de las mujeres al servicio de la sexualidad adulta heteronormativa y su capacidad reproductiva al servicio de la economía. La madre sacrificada servirá de materia prima que el patriarcapitalismo convertirá en riqueza, feminizando, y así explotando, los cuidados y el resto de actividades esenciales para la supervivencia. Nunca se pierde la oportunidad de hacer leña del árbol caído.

Y así crecemos huérfanas de madre. La maternidad arrinconada y expulsada del cuerpo social funciona como un agujero negro que se traga las múltiples experiencias que conlleva, haciéndose un vacío, una falta de referencias que lastra la trascendencia social, pública y política que tiene lo reproductivo.

El vacío de maternidad es grave, es la base de la socialización de género que tanto daño nos hace. Desde el complejo de Edipo a cómo se construye una visión adultocrática y heteronormativa de los procesos de crecimiento que entra en conflicto con la experiencia de fusión y bienestar que nos trae a la vida, para definir la vía de la ruptura y de la violencia como la única válida para construir nuestra identidad y autonomía.

El vacío se llena con impostura, con una suplantación de la Madre por una maternidad impostora definida en función del Padre que hace perder el rastro de la devastación. Una maternidad con la que el patriarcado puede dialogar sin miedo a erosionarse y que deja una huella de carencia, una falta básica (M.Balint), absolutamente funcional para la socialización hegemónica. Y como dice Victoria Sau: “Porque eme igual a función de pe mayúscula, m=f(P), no es lo mismo que maternidad: es una chapuza” (DUODA Revista d'Estudis Feministes núm 6-1994)

Con todo ello, desde que las representaciones de la Madre fueron enterradas en los albores de la civilización -¡qué lejos quedan las venus paleolíticas!- hemos estado poblando el universo cultural con productos maternales que solo representaban la expectativa del padre, disimulando en un diálogo entre sexos, en una complementariedad fabricada, lo que era exclusivamente un monólogo patriarcal al servicio del orden social.

Y pese a esto, pese a la impostura y la suplantación, pese a los modelos de familia y los roles de género que de ahí se derivan, la vida ha seguido pulsando fuerte.

Los procesos biológicos y fisiológicos vinculados con lo reproductivo, la sexualidad que se pone al servicio de la vida, los cuidados libidinizados que crean vínculo y posibilitan relación, todo ello deja su poso y construye una experiencia común significativa que ni la represión, ni la falta de referencias culturales, ni la violencia que el patriarcado ejerce sobre los cuerpos de las mujeres en los nacimientos y los partos, ni las vivencias de soledad y desamparo, ni los modelos sociales de externalización y delegación, ni los padres igualitarios o troyanos, han podido exterminar consiguiendo que la devastación sea definitiva y la extinción del simbólico Madre una realidad certificada.

Cuando todo parece perdido, cuando vemos cotidianamente cómo el modelo de progreso hegemónico sigue consolidando la impostura, idealizando la maternidad, promoviendo los cuidados tecnificados y la desconexión, publicitando las gestaciones subrogadas e invitando a la paternidad usurpadora, con todo el apoyo político y legislativo necesario para ir colonizando el territorio reproductivo, una mujer se sube a un escenario grita ¡Ay mamá! y entra en sintonía con millones de personas de un país.

La canción de Rigoberta Bandini es tan importante y subversiva porque rompe con la maternidad de postín y de retablos y la reivindica tanto desde su dimensión política como desde su dimensión material y sexual, habla de la menstruación, habla de cuidados, pone la teta en primer plano y denuncia la represión -por qué dan tanto miedo nuestras tetas- del simbólico Madre en redes sociales y en todo el ámbito sociocultural. Y que se convierta en un himno, coreado y cantado en todos lados da esperanza.

Disputar espacios de cultura mainstream con discursos contra-hegemónicos abre grietas en el marco social establecido, y meter ahí la maternidad como sujeto político es algo que dinamita los cimientos del modelo imperante, por eso es algo disruptivo que genera críticas y susceptibilidades a derecha e izquierda.

Conforme va habiendo más mujeres, más madres, que van haciéndose lugar en el espacio público, la realidad de la maternidad aflora con más significados, con la violencia sufrida pero también con la potencia vivenciada.

Una experiencia colectiva, múltiple, diversa, que necesitamos que pueble nuestro imaginario para poder ir teniendo referencias que nos ayuden en la construcción de una sociabilidad distinta a lo establecido, que nos ayuden a reconocer la herida, a vivir el duelo, y también a superarlo generando alternativas de cuidado que sirvan para recuperar parte del bienestar robado.

Canciones de Madre, películas de Madre, palabras de Madre, ciencia de Madre, políticas de Madre, padres de madre p=f(M), un multiverso Madre como relato coral de lo que el patriarcado aún no ha podido aniquilar y que nos será imprescindible para alumbrar un mundo más habitable.

Solo queda agradecer a todas aquellas que desde distintas situaciones, anónimas o públicas, han luchado para mantener viva la llama durante tantos años, desde lo humano y desde lo político, con esfuerzo y sin reconocimiento, para que aún hoy pueda ser posible que la maternidad se exprese con toda su potencia y fuerza inspiradora.

Comentarios

  1. lenceriaascen
    La maternidad es un viaje transformador y lleno de amor. Descubre el poder de criar, nutrir y guiar a un ser humano único. Disfruta cada etapa y abraza la maravilla de ser madre.

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