Toses, mocos y violencia contra la infancia.

  El invierno parece que llega a su fin y, como yo, supongo que muchas madres (y algún padre) podrían hacer un relato épico de cómo han gestionado los días en que sus criaturas han estado “malitas”, cómo han afrontado los días de después de noches sin dormir entre fiebres y toses. La aventura de conciliar (je,je…) el cuidado básico de la salud con las exigencias del guion, trabajo, coles, logística familiar, todo, en una búsqueda ansiosa de “la normalidad”. Que las cosas vuelvan pronto a su lugar porque, por lo visto, constiparse en invierno, compartir gripes y otros virus, debe ser algo tan excepcional para los que hacen las leyes que no precisa de ningún plan de contingencia. No hay plan “b”. A pelo año tras año, a pelo invierno tras invierno, afrontando una situación cotidiana y generalizable solo pudiendo tirar del privilegio o, cada vez menos, de lo poco que queda de la red social comunitaria. Privilegio masculino cuando la cosa solo se hace sostenible gracias a la media

Toma de tierra.



Ecología social.

En un contexto donde el debate sobre cuestiones medioambientales ocupa titulares, y discursos grandilocuentes de los (i)rresponsables políticos, urge tomar tierra.

Y tomar tierra no es más que profundizar en el concepto de “ecología social”. Anclar las necesidades y anhelos de la gente en el territorio. Hacer que las propuestas, los proyectos y las iniciativas para un desarrollo social vayan más allá de las proclamas medioambientalistas, “verdes” y de sostenibilidad, definidas en términos de progreso capitalista.

Hay una gran tradición en el debate ecologista radical que cuestiona las políticas cosméticas que dejan de lado el bienestar de los pueblos –el mejor el de Ramón Fernández Durán, que con su La explosión del desorden (1997) anticipó con clarividencia el tipo de suelo que ahora pisamos y por qué nos seguimos tropezando-.

La alternativa pasa por entender el medioambiente como el contexto necesario en la acción humana, causa y consecuencia de nuestra existencia, y por tanto (obviamente) integra la economía, la convivencia, las dinámicas productivas y las dinámicas reproductivas. Lo extractivo y destructivo de nuestro “estar por aquí” y también (por no llegar a la conclusión coherente de la auto-extinción por corresponsabilidad política) lo que podemos hacer para nutrir la tierra, para hacerla más habitable y acogedora en armonía con los contextos naturales y sociales.

En términos políticos emerge un decrecimiento, frente al desarrollismo sin cabeza ni alma, y un anticapitalismo, como unas respuestas conscientes de no asumir el marco patriarcal y androcéntrico que nos lleva a explotar “porque yo lo valgo”. Necesitamos unas curas de humildad para poder conectar con la fragilidad y la interdependencia que nos define y así poder alumbrar alternativa.

Pero la alternativa no puede ser exclusivamente teórica, ni de carácter ideológico. El análisis honesto de ideas solo nos lleva a la conclusión de que somos nocivos, individual y colectivamente, y con ello, poco más podemos hacer que leer a Fernando Pessoa esperando pacientemente y sin molestar lo que venga -en cualquier caso, el desasosiego siempre será mucho mejor que creernos que por meter la basura en contenedores de colores, llenar los tejados de placas de litio, repoblar los montes con molinos y viajar en tren a 250 km/h a cada rato nos va a ayudar a remontar el asunto-.

La cosa urge, y por tanto, sin desestimar (bueno, un poco sí) los esfuerzos en educación ambiental, en sensibilización y en conductismo social -con cartelitos de colores y multas, en base a un modelo precario que se sitúa a medio camino entre mr. wonderful y la izquierda “gruñona”-, tenemos que tomar la tierra, una acción directa de sembrar y hacer crecer posibilidades de transformación social mientras respiramos, junto con quien convivimos, las causas y consecuencias de lo que nos afecta conjuntamente.

La ecología social no es otra cosa que una ecología situada que integra la complejidad de los contextos socioeconómicos que nos atraviesan y la diversidad de los procesos que atraviesan la convivencia. La fusión de lo productivo con lo reproductivo, de la que hablaba en la anterior entrada, va justo de esto.

Hemos de entender el sistema en toda su dimensión, como un conjunto de elementos e interacciones que superan la suma de las partes (explicando esto, el libro de La vida de la vida (1983) de Edgar Morin es sublime). Hay un todo que a su vez se expresa en cada uno de los  detalles y que por tanto se puede llegar transformar tanto acariciando lo nimio como revolucionando lo estructural, siempre y cuando lo uno y lo otro se esté constantemente pasando por la vida, por el cuerpo, por los deseos.

La transformación sociopolítica queda integrada en la experiencia cotidiana de mestizaje en la diversidad de lo que somos en común, una acogida sensible para el encuentro. Tomar la tierra lleva a ser y existir con la potencia de lo que acontece, cuando aprendemos a estar presentes en conexión con la otra. Hacemos social un sistema ecológico en la medida que lo participamos, y lo hacemos evolucionar hacia una nueva situación más habitada y habitable cada vez que lo jugamos.

La ecología social va más allá del “piensa globalmente” y “actúa en lo local”, no separa, no funciona con falsas dicotomías. La dualidad del “piensa y actúa” se unifica en un estar -específico, integrado y vivenciado-, que no “lucha” contra el sistema si no que lo nutre con prácticas de contrapoder, un abono para el bienestar que se concreta en iniciativas que respiran otras lógicas para ir expandiendo y desarrollando lo comunitario en cada uno de los gestos cotidianos de la supervivencia.

El sistema “aterrizado” se nos escapa si lo representamos con elementos ajenos – da igual que sea con ideologías afines o con políticas reaccionarias-. Necesita de nuestro tiempo y presencia para cuidar los vínculos y no verse traicionado en su verdadera dimensión social. En la enajenación capitalista no hay un eco-sistema posible.

Huerta eco-lógica.

La toma de tierra simboliza una toma de posición erógena, sensible, en un lugar atravesado por necesidades y deseos, de manera que habitarlo contribuya a una transformación social al servicio de lo comunitario, al servicio de la interdependencia entre las personas, para hacer de la vida algo reproducible y disfrutable.

Y cada una se “aterriza” con lo que tiene a mano. En mi caso, una práctica de toma de tierra posible es habitar una huerta de la periferia urbana de Valencia, aportando sentido social y trabajo social - la singularidad del proyecto  Agrodinamo- .

Participar en la tarea colectiva de poner la agroecología al servicio tanto de los alimentos saludables como de los procesos humanos saludables. La agro-ecología-social que cuida ecosistemas de plantas, aguas y bichos y que cuida los ecosistemas que forman los anhelos, las frustraciones y las capacidades. Una agroecología que cultiva la tierra y la convivencia.

Tenemos así una huerta fértil para la vida en todas sus dimensiones: la vida que se come, que nutre nuestros cuerpos, la vida que se respira y oxigena nuestra existencia y la vida que se comparte para entrenar relaciones que vertebren lo comunitario.

Una huerta que se pone a servicio de los procesos humanos más violentados y que, con el mimo y el acompañamiento necesario, puede ayudar a fertilizar bienestar en cuerpos y vidas dañadas por el capitalismo más impune. Una huerta terapéutica en el sentido emancipador del término que abraza la fundamental dimensión restauradora del trabajo social -vale ya de ir vendiendo promesas de futuro, vale ya de ir “enseñando a pescar” en mares explotados, aniquilados de vida, vale ya de ir tomando el pelo a la gente mientras los gestores cobran las subvenciones y alimentan a un “tercer sector” que engorda extrayendo y externalizando los sufrimientos de la gente. Ya ni siquiera el propio malestar nos pertenece-.

Es imprescindible cultivar un nuevo paradigma de trabajo social que se organice de dentro hacia fuera, con las manos en la tierra, pisando territorio. Servicios sociales que sirvan experiencias en un “aquí y ahora” nutritivo, emancipado de los chantajes de las contraprestaciones y de las dinámicas clientelares. Unos servicios sociales públicos defendidos del mercantilismo, que no se puedan comprar ni vender y que se definan como lugares de encuentro para el buen vivir.

Se necesitan iniciativas y recursos que sean viveros dónde cada cual se pueda hacer cargo de sus necesidades, contradicciones y capacidades para que juntas, al colectivizarlas, motivar la transformación íntima, social y global, y así hacer germinar “el modelo”  que recupere el trabajo social como motor de cambio (y que lo libere del papel de control social que actualmente representa).

La experiencia en Godella nos demuestra que es fácil convertir una huerta en ese espacio de convivencia. La tierra es muy generosa y pronto enseña que todo lo que le va bien es lo mismo que nos va bien. Cultivar y existir de manera digna tiene mucho en común.

La huerta es una metáfora cuasi perfecta de lo que es la vida, tanto en términos económicos como reproductivos, y lo es más todavía cuando esa huerta toma cuerpo y se concreta en un grupo humano que vive con ella y se encuentra en su hacer cotidiano compartido. La autogestión de la vida para producir emancipación encarnada.

Pedagogía del cuidado, soberanía alimentaria, vertebración comunitaria, integración social, salud, capacitación laboral, emancipación, autonomía, juego: todo esto cabe en un puñado de tierra cuando se abraza y se siente, cuando aprendemos a rendirnos en la experiencia común.

Así la agro-ecología-social y sus huertas son aliadas para el trabajo social como espacios idóneos y necesarios para el encuentro y el reconocimiento colectivo, como lugares de cuidado que cuidan y nos cuidan mientras nos “cultivamos” en la acción conjunta.

La toma de tierra no es más que el ensayo de una alternativa sostenible que nos sostiene. Sostener la vida como la única alternativa posible. Y que pueda ser siempre será motivo de celebración.

 

Pd. Pongo este humilde BLOG al servicio de la difusión de crowfunding “Toma de tierra” de la asociación LA DINAMO ASC, porque la cosa merece. Independientemente de la posibilidad de colaborar económicamente, puedes conocer los detalles del proyecto Agrodinamo en el vídeo siguiente, o en el texto que acompaña la web de GOTEO.



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