Ecología social.
En un contexto donde el debate
sobre cuestiones medioambientales ocupa titulares, y discursos grandilocuentes
de los (i)rresponsables políticos, urge tomar
tierra.
Y tomar tierra no es más que profundizar en el concepto de “ecología
social”. Anclar las necesidades y anhelos de la gente en el territorio. Hacer
que las propuestas, los proyectos y las iniciativas para un desarrollo social
vayan más allá de las proclamas medioambientalistas, “verdes” y de
sostenibilidad, definidas en términos de progreso capitalista.
Hay una gran tradición en el
debate ecologista radical que cuestiona las políticas cosméticas que dejan de
lado el bienestar de los pueblos –el mejor el de Ramón Fernández Durán, que con
su La explosión del desorden (1997)
anticipó con clarividencia el tipo de suelo que ahora pisamos y por qué nos
seguimos tropezando-.
La alternativa pasa por entender
el medioambiente como el contexto necesario en la acción humana, causa y consecuencia
de nuestra existencia, y por tanto (obviamente) integra la economía, la
convivencia, las dinámicas productivas y las dinámicas reproductivas. Lo
extractivo y destructivo de nuestro “estar por aquí” y también (por no llegar a
la conclusión coherente de la auto-extinción por corresponsabilidad política)
lo que podemos hacer para nutrir la tierra, para hacerla más habitable y
acogedora en armonía con los contextos naturales y sociales.
En términos políticos emerge un decrecimiento, frente al desarrollismo
sin cabeza ni alma, y un anticapitalismo,
como unas respuestas conscientes de no asumir el marco patriarcal y
androcéntrico que nos lleva a explotar “porque yo lo valgo”. Necesitamos unas
curas de humildad para poder conectar con la fragilidad y la interdependencia
que nos define y así poder alumbrar alternativa.
Pero la alternativa no puede ser
exclusivamente teórica, ni de carácter ideológico. El análisis honesto de ideas
solo nos lleva a la conclusión de que somos nocivos, individual y colectivamente,
y con ello, poco más podemos hacer que leer a Fernando Pessoa esperando
pacientemente y sin molestar lo que venga -en cualquier caso, el desasosiego siempre será mucho mejor que
creernos que por meter la basura en contenedores de colores, llenar los tejados
de placas de litio, repoblar los montes con molinos y viajar en tren a 250 km/h
a cada rato nos va a ayudar a remontar el asunto-.
La cosa urge, y por tanto, sin
desestimar (bueno, un poco sí) los esfuerzos en educación ambiental, en
sensibilización y en conductismo social -con cartelitos de colores y multas, en
base a un modelo precario que se sitúa a medio camino entre mr. wonderful y la izquierda “gruñona”-,
tenemos que tomar la tierra, una
acción directa de sembrar y hacer crecer posibilidades de transformación social
mientras respiramos, junto con quien convivimos, las causas y consecuencias de
lo que nos afecta conjuntamente.
La ecología social no es otra
cosa que una ecología situada que
integra la complejidad de los contextos socioeconómicos que nos atraviesan y la
diversidad de los procesos que atraviesan la convivencia. La fusión de lo
productivo con lo reproductivo, de la que hablaba en la anterior entrada, va justo de esto.
Hemos de entender el sistema en
toda su dimensión, como un conjunto de elementos e interacciones que superan la
suma de las partes (explicando esto, el libro de La vida de la vida (1983) de Edgar Morin es sublime). Hay un todo que a su vez se expresa en cada uno
de los detalles y que por tanto se puede
llegar transformar tanto acariciando lo nimio como revolucionando lo
estructural, siempre y cuando lo uno y lo otro se esté constantemente pasando
por la vida, por el cuerpo, por los deseos.
La transformación sociopolítica
queda integrada en la experiencia cotidiana de mestizaje en la diversidad de lo
que somos en común, una acogida sensible para el encuentro. Tomar la tierra lleva a ser y existir
con la potencia de lo que acontece, cuando aprendemos a estar presentes en
conexión con la otra. Hacemos social un sistema ecológico en la medida que lo
participamos, y lo hacemos evolucionar hacia una nueva situación más habitada y
habitable cada vez que lo jugamos.
La ecología social va más allá del “piensa globalmente” y “actúa en lo
local”, no separa, no funciona con falsas dicotomías. La dualidad del “piensa y
actúa” se unifica en un estar -específico,
integrado y vivenciado-, que no “lucha” contra el sistema si no que lo nutre
con prácticas de contrapoder, un
abono para el bienestar que se concreta en iniciativas que respiran otras
lógicas para ir expandiendo y desarrollando lo comunitario en cada uno de los
gestos cotidianos de la supervivencia.
El sistema “aterrizado” se nos
escapa si lo representamos con elementos ajenos – da igual que sea con
ideologías afines o con políticas reaccionarias-. Necesita de nuestro tiempo y
presencia para cuidar los vínculos y no verse traicionado en su verdadera
dimensión social. En la enajenación
capitalista no hay un eco-sistema posible.
Huerta eco-lógica.
La toma de tierra simboliza una toma de posición erógena, sensible, en
un lugar atravesado por necesidades y deseos, de manera que habitarlo
contribuya a una transformación social al servicio de lo comunitario, al
servicio de la interdependencia entre las personas, para hacer de la vida algo
reproducible y disfrutable.
Y cada una se “aterriza” con lo
que tiene a mano. En mi caso, una práctica de toma de tierra posible es habitar una huerta de la periferia urbana
de Valencia, aportando sentido social y trabajo social - la singularidad del
proyecto Agrodinamo- .
Participar en la tarea colectiva
de poner la agroecología al servicio tanto de los alimentos saludables como de
los procesos humanos saludables. La agro-ecología-social
que cuida ecosistemas de plantas, aguas y bichos y que cuida los ecosistemas
que forman los anhelos, las frustraciones y las capacidades. Una agroecología
que cultiva la tierra y la convivencia.
Tenemos así una huerta fértil
para la vida en todas sus dimensiones: la vida que se come, que nutre nuestros
cuerpos, la vida que se respira y oxigena nuestra existencia y la vida que se
comparte para entrenar relaciones que vertebren lo comunitario.
Una huerta que se pone a servicio
de los procesos humanos más violentados y que, con el mimo y el acompañamiento
necesario, puede ayudar a fertilizar bienestar en cuerpos y vidas dañadas por
el capitalismo más impune. Una huerta
terapéutica en el sentido emancipador del término que abraza la fundamental
dimensión restauradora del trabajo social -vale ya de ir vendiendo promesas de
futuro, vale ya de ir “enseñando a pescar” en mares explotados,
aniquilados de vida, vale ya de ir tomando el pelo a la gente mientras los
gestores cobran las subvenciones y alimentan a un “tercer sector” que engorda extrayendo y
externalizando los sufrimientos de la gente. Ya ni siquiera el propio malestar
nos pertenece-.
Es imprescindible cultivar un
nuevo paradigma de trabajo social que se organice de dentro hacia fuera, con las
manos en la tierra, pisando territorio. Servicios sociales que sirvan
experiencias en un “aquí y ahora” nutritivo, emancipado de los chantajes de las
contraprestaciones y de las dinámicas clientelares. Unos servicios sociales
públicos defendidos del mercantilismo, que no se puedan comprar ni vender y que
se definan como lugares de encuentro para el buen vivir.
Se necesitan iniciativas y
recursos que sean viveros dónde cada
cual se pueda hacer cargo de sus necesidades, contradicciones y capacidades
para que juntas, al colectivizarlas, motivar la transformación íntima, social y
global, y así hacer germinar “el modelo”
que recupere el trabajo social como motor de cambio (y que lo libere del
papel de control social que actualmente representa).
La experiencia en Godella nos
demuestra que es fácil convertir una huerta en ese espacio de convivencia. La
tierra es muy generosa y pronto enseña que todo lo que le va bien es lo mismo que nos
va bien. Cultivar y existir de manera digna tiene mucho en común.
La huerta es una metáfora cuasi
perfecta de lo que es la vida, tanto en términos económicos como reproductivos,
y lo es más todavía cuando esa huerta toma cuerpo y se concreta en un grupo
humano que vive con ella y se encuentra en su hacer cotidiano compartido. La autogestión
de la vida para producir emancipación encarnada.
Pedagogía del cuidado, soberanía alimentaria, vertebración
comunitaria, integración social, salud, capacitación laboral, emancipación,
autonomía, juego: todo esto cabe en un puñado de tierra cuando se abraza y se
siente, cuando aprendemos a rendirnos en la experiencia común.
Así la agro-ecología-social y sus
huertas son aliadas para el trabajo social como espacios idóneos y necesarios
para el encuentro y el reconocimiento colectivo, como lugares de cuidado que
cuidan y nos cuidan mientras nos “cultivamos” en la acción conjunta.
La toma de tierra no es más que el ensayo de una alternativa
sostenible que nos sostiene. Sostener la vida como la única alternativa
posible. Y que pueda ser siempre será motivo de celebración.
Pd. Pongo este humilde BLOG al servicio de la difusión de crowfunding “Toma de tierra” de la asociación LA DINAMO ASC, porque la
cosa merece. Independientemente de la posibilidad de colaborar económicamente, puedes conocer los detalles del proyecto Agrodinamo en el vídeo siguiente, o en el texto que acompaña la web de GOTEO.
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