Puede sorprender hablar de la lactancia asociada a la masculinidad y a la paternidad -ya estamos los tíos metiéndonos donde no nos llaman- la intención de este artículo no es la injerencia, y menos la usurpación de un proceso que pertenece claramente a la díada, sino reflexionar hasta qué punto los hombres podemos ser un factor determinante para que la lactancia (y por extensión otros muchos procesos que se dan en el puerperio) se pueda dar de manera satisfactoria o por lo contrario, que se violente y se extinga por falta de sostén y de apoyo a la mamá que decide dar teta.
En el artículo de Diana Oliver, publicado en El País el 25.10.2021, con el sugerente título “Por qué abandonan las mujeres la lactancia materna”, me sorprendía que entre los diferentes factores no se nombrara a la figura masculina, al padre, como un elemento importante y bastante definitorio para el abandono. Dar teta a la contra del compañero puede suponer un cansancio y un desgaste inasumible para la mamá. No se trata de reivindicar protagonismo pero sí de promover una reflexión al respecto, principalmente de hombres y padres, porque la cosa también va con nosotros.
Premisas de partida.
1. La lactancia es beneficiosa para la madre y la criatura y, si se da en buenas condiciones, supone una experiencia de bienestar fundamental en la maduración psicosocial del bebé, y por tanto una inversión en salud pública presente y futura. Por ello sería un bien social a promover y preservar. Nunca pasando por encima de la decisión libre de la mamá pero, en todo caso, entendiendo que tiene una dimensión social que nos afecta a todas, también a los hombres (y a las instituciones y servicios públicos).
2. Después del parto y el nacimiento, la lactancia es la experiencia fisiológica más potente que se pone al servicio del desarrollo humano. Tiene una programación biológica que la posibilita y, en tanto que es placentera y funciona con procesos libidinales, también es una experiencia sexual. Conocer que la sexualidad y la erótica de las madres (y de las mujeres) tiene una dimensión reproductiva es algo fundamental y que cuestiona de raíz el sistema de sexo-género patriarcal.
3. Los ritmos de la “fábrica”, junto a la falta de reconocimiento de la sexualidad infantil y la subordinación patriarcal del cuerpo de la mujer al deseo masculino, no dejan espacio para que la lactancia se dé como una consecuencia sin más de la autorregulación de la díada. Cuando sucede, es en conflicto, atravesada por múltiples procesos de carácter personal, social y relacional.
4. La lactancia está amenazada en este sistema y con ello la díada como sistema ecológico está en peligro de extinción, lo que supone también una amenaza a la supervivencia de la especie en términos de bienestar y salud mental.
5. Desde una visión ecosistémica, todos los elementos de la situación y del contexto que se expresan durante el proceso de lactancia pueden tener un papel facilitador o, por lo contrario, entorpecedor del vínculo que se está cultivando. Por supuesto, también los papás.
6. Sin entrar a valorarlo -hay interesante literatura antropológica al respecto-, el hombre, y específicamente el padre, está cerca de la mayoría de los procesos de lactancia y posiblemente sea el elemento que mejor encarna la dualidad de amenaza/posibilitador de los mismos. Mucho influye en que la teta tenga un lugar privilegiado en el desarrollo de la diada, y que ocupe el lugar que pueda decidir la madre sin interferencias y coacciones, o en que pase todo lo contrario.
Dualidad del padre: amenaza/alianza.
La experiencia en el ámbito terapéutico y en el ámbito de la educación social perinatal nos dice que la figura del padre pone en jaque muchas lactancias. Supone generalmente un elemento de conflicto que exige a la madre estar en una dinámica de negociación continua, que desgasta, que le quita energía y que le dificulta la convivencia con la pareja durante el puerperio.
Pero por otro lado, la mayoría de las lactancias, especialmente si son exigentes por duras o por largas, necesitan apoyos, y si hay un rol masculino cerca, que éste sea cómplice y pro-activo para ir solventando las dificultades que se presenten, ya que de otra manera hay mucha probabilidad de que el proceso de lactancia termine por extinguirse.
La idea de este artículo es reflexionar sobre esta dualidad, para pensar cómo inclinar la balanza hacia la alianza y no hacia la amenaza.
El tema es complejo, porque la díada como ecosistema perinatal es muy sensible y funciona con lógicas internas, muchas veces ajenas a los marcos de convivencia que hemos establecido. Un mal apoyo puede suponer una amenaza. Hay muchas interferencias que van a dificultar el proceso y que pueden hacer daño, incluso sin intencionalidad.
Si bien, para la crianza, la participación y la presencia de los hombres es un buen punto de partida, en la lactancia, se trata más de preservar que de construir, por lo que se necesita un marco que defina el papel secundario, diferencial y subordinado de los papás, y acote su presencia para evitar la injerencia.
Que los padres, y los hombres en general, se conviertan en aliados de las mamás que quieran dar teta (y de los y las bebés) va a ser un proyecto, no una premisa, estamos lejos de poderlo considerar como un punto de partida. Y como todo proyecto precisa de un análisis de la situación y de unas líneas de actuación. Va a ser un proyecto socioeducativo en el cuidado y en el amparo, desde lo íntimo y lo político.
D.A.F.O
Juguemos un D.A.F.O para pensar la situación, para encontrar claves en el devenir de la oportunidad de la alianza. Un análisis de partida para el proyecto de construcción de una paternidad facilitadora y comprometida al servicio de la díada.
Debilidades.
Ni la posición social de los hombres, ni la construcción psicológica de la masculinidad, ni el rol del padre en la familia, nada de esto va a ayudar. Hay también una falta de cultura perinatal para entender el papel del varón en la primera crianza: al servicio de la díada y de su cuidado y, claramente, en un segundo plano en lo que respecta a la atención de las necesidades del bebé.
También es una debilidad la falta de vivencias propias de cuidados entrañables-y su denostación en la socialización masculina-, así como la falta de referentes cercanos de hombres cuidadores, lo que dificultan encontrar un lugar propio y validado por la experiencia previa.
Fortalezas.
A nuestro favor podemos tener voluntad y la responsabilidad en los cuidados respecto a los trabajos reproductivos.
Y la empatía con la diada. El bienestar que expresa una lactancia disfrutada es explícito y cuesta no rendirse a su magia. La potencia del proceso es tanta que, solo con atreverse a estar cerca desde el respeto a lo que acontece, ya queda definida la posición.
Y la emoción del amor. Desde el enamoramiento sincero cuesta imaginarse que se puedan sostener posicionamientos que pongan en peligro la relación madre-criatura.
Amenazas.
Desde el sistema se promueve un modelo compatible y subordinado a las estructuras productivas e individualistas de la sociedad. Lo que es indudable es la alianza del capitalismo con el patriarcado. La construcción de género de los hombres es totalmente funcional al sistema y recibimos un sustancioso refuerzo social cuando lo reproducimos.
El padre ausente, y ahora el padre igualitario, son modelos enajenados al servicio de las necesidades del sistema, que no miran, que no ven y que no atienden lo que necesitan las criaturas y lo que vienen reivindicando históricamente las madres. La paternidadtroyana aparece como una vía de penetración de la lógica masculina y patriarcal en el territorio doméstico y reproductivo.
Y existe un riesgo de que esta amenaza se integre y se consolide como paradigma. Cuando esto pase la lactancia será su víctima y estará condenada a la extinción –ya hay ejemplos de madres que deciden no dar teta exclusivamente para no ocupar una posición diferente ¿privilegiada? a la de su compañero respecto a la relación con el bebé en pro de una igualdad institucionalizada en la pareja-.
Oportunidades.
La mayor oportunidad es que es un posible, que está en nuestra mano. Como chicos estamos acostumbrados a dialogar con las utopías, con los grandes cambios y las revoluciones que nos hacen vivir esperando -muchas veces sin mover un dedo-, pero lo de la paternidad situada, aunque haya que remar algo contracorriente, es tan sencillo como mirar lo que pasa delante de nuestras narices.
La vida es generosa. Pequeñas acciones promueven dinámicas de cambio muy importantes, con resultados inmediatos y visibles. Se dan procesos que se retroalimentan. Hay un refuerzo intrínseco. Sostener la vida también y nos sostiene y nos nutre psicoafectivamente. Es una oportunidad terapéutica de acercarnos a lo que perdimos (o a lo que nos quitaron). Y también es una oportunidad política.
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El proyecto para una alianza efectiva entre la paternidad y la lactancia (y por extensión para todos los procesos reproductivos que acontecen en y cerca del cuerpo de la madre) precisa de actuar en, al menos, tres planos de la realidad, que a su vez definen múltiples intersecciones.
En el plano cultural, introduciendo lo perinatal en un análisis sociopolítico con perspectiva de género y anticapitalista, en el plano relacional, profundizando en el compromiso y la corresponsabilidad, definiendo una presencia desde la ética del cuidado, y en el plano físico, pensando cómo habitar la situación con una nueva erótica de los cuidados que habilite el cuerpo de los hombres para lo reproductivo.
Se necesita una propuesta multidimensional porque ninguno de los planos es suficiente por sí mismo. Por muy certero que sea el análisis político se necesita presencia, y la presencia por sí sola, sin reflexión y ni conciencia puede implicar injerencia.
En todo caso habrá que armonizar los tres planos para que la paternidad pueda devenir en un apoyo real al proceso de lactancia. Cada padre en particular, en su situación en concreta, con su sistema relacional y su sistema social y familiar, verá lo que tiene que movilizar, construir y deconstruir, para hacer efectiva la alianza.
El plano (contra) cultural.
Es preciso elaborar un marco antagonista, un discurso basado en los cuidados que posibilite reorganizar los diferentes elementos del sistema social y ponerlos al servicio del bienestar y la salud, liberando cuerpos y dinámicas de lalógica extractiva del capitalismo.
En este plano va a ser fundamental analizar el adultocentrismo (o adultocracia) y el lugar social que se reserva a las criaturas y a las personas, las madres, que sostienen los procesos de crianza. Poner el foco en el adulto, en el “individuo competente”, deja en la sombra lo reproductivo y subordina la vida a la producción capitalista.
Es un modelo de precariedad afectiva crónica para todas las personas que hace de la carencia el lugar común. Convierte la vida en supervivencia y las relaciones sociales en competitividad y violencia.
Si no se ven los niños y las niñas, ni las madres, ni se valoran los cuidados, no va haber lugar para la lactancia.
La interdependencia, los tiempos propios
de los procesos vitales, la simbiosis, nutrir el vínculo para forjar
sociabilidad…. Todo esto no tiene cabida en el marco actual, por eso lactar es un acto político fundamental.
Colaborar como hombres en este cambio sociocultural facilitará nuestra paternidad y viceversa, un posicionamiento incondicional junto a nuestras criaturas será revelador de la impostura del sistema patriarcal que sostenemos.
Plano relacional.
En el plano relacional, en el contexto de la mayoría de las lactancias, va a tener un papel fundamental la pareja heteronormativa, con su amor romántico más o menos mitificado, y cómo se integran a los y a las bebés en ese sistema de relaciones.
Partimos de que el amor romántico no tiene en esencia una erótica del cuidado. Los mecanismos de seducción y “conquista” suelen divergir de lo que se necesita para sostener la vida –más bien lo contrario, búsquedas amorosas que atrapan en relaciones tóxicas, dinámicas de control y violencia en las parejas, etc.-
El amor romántico, más bien, promueve una enajenación de la relación afectiva, canaliza los procesos libidinales hacia construcciones de género que terminan cristalizando en unos roles determinados por sistema social que no sirven para cubrir las necesidades reales.
Con esa enajenación se pone a la mujer, su cuerpo y su sexualidad, en un lugar de intercambio fabricado desde la complementariedad patriarcal de la “media naranja”, quedando alienada, explotada y subordinada a las necesidades externas masculinas. Sin reconocimiento de su lugar propio, ni de la dimensión libidinal de lo reproductivo.
Esto es una desgracia en todos los sentidos, pero para la lactancia supone una de las mayores amenazas. Y los hombres, como parte de la nociva complementariedad, tenemos mucha responsabilidad.
La cosa es sencilla: para que la
lactancia se dé de forma satisfactoria se precisa que las madres tengan la capacidad
real de autorregular su cuerpo y su sexualidad para poderlos poner, en libertad
y sin presiones de ningún tipo, al servicio de sus necesidades y deseos. Lactar forma parte de esa sexualidad que se quiere y se necesita libre.
Un hombre que sienta que su posición de “amor” (o de privilegio) le da algún tipo de derecho respecto al cuerpo de la mujer es dañino, y más todavía si reivindica su condición de padre para legitimar sus demandas. (Estos días ha circulado por twitter un hiloaterrador de una fisio que comentaba lo común que era en su trabajo atender a mujeres que se quejaban del daño en relaciones sexuales durante el puerperio, sin capacidad de negarse a un deseo de sus compañeros que ellos consideraban como “legítimo”...)
También aquí el amor romántico, y la sexualidad masculina en la parte que le toca, es violento en la medida que impone su lógica frente a las necesidades de las otras, de las mujeres, de las madres y de las criaturas.
Es violencia de género y violencia machista la presión, incluso coacción, de los hombres a que las mujeres no cuiden, o les cuiden a ellos de manera prioritaria, entrando en competencia incluso con los y las bebés.
Que la vivencia de muchas madres sea de competencia entre la sexualidad reproductiva (lactancia y cuidados) frente a la sexualidad enajenada (demandas de los padres y mandatos de género) denota hasta qué punto el marco relacional que hemos fabricado no es apropiado para cuidar la vida.
Se toman muchas decisiones que condicionan el puerperio y la primera crianza inmersas en este conflicto relacional (ponerse el DIU, abandonar colecho, dietas, operaciones estéticas, horarios domésticos rígidos etc.). Y los hombres, en general, no solemos significar un apoyo ahí a nuestras compañeras, más bien representamos “la voz de amo", demandamos disponibilidad, reivindicamos una pronta “vuelta a la normalidad” y así boicoteamos la vida.
Con este panorama no queda más remedio que redefinir y subvertir el marco relacional.
Se ha de romper el imaginario de que la pareja es un núcleo autosuficiente de la familia. Es, como mucho, una alianza de cuidados precaria e insuficiente, que precisa de apoyos en interdependencia con otros grupos humanos y que participa de la vulnerabilidad de la vida.
La alternativa pasa por la vivencia compartida de fragilidad, para construir desde el apoyo mutuo y no desde la dependencia patriarcal. La pareja como construcción social de diluye, desaparece, o se transforma, y da paso a otras dinámicas relacionales basadas en la reciprocidad, en el cuidado, en el apoyo, o cualquier otra, que al menos, permita cierta creatividad por no tener un rol social predestinado.
Y para que la lactancia se pueda disfrutar son fundamentales los grupos de madres, de amigas, de amigos. Cualquier persona que se ponga al servicio de lo que acontece, de lo que está pasando, sin meter tensión propia, y menos de carácter sexual.
Los hombres deberíamos entrenar apoyando lactancias ajenas, de amigas, de hermanas, de compañeras de trabajo, para que cuando nos tocara cerca supiéramos cómo va el tema y podamos quitar presión al asunto.
Tenemos que socializar y socializarnos en los cuidados, seamos promiscuos en ello, para aprender y valorarlos. Hemos de utilizar nuestro lugar social para abrir paso a los cuidados en lo público, colaborando en implementar un nuevo marco relacional.
Si reducimos nuestra sensibilidad a “cuidar a nuestro hijo/a” estamos ampliando la erótica del padre, pero seguimos alimentando una complementariedad precaria e ineficaz.
El plano físico.
El camino de la alternativa no se puede recorrer sin validar la presencia del cuerpo de los hombres en el territorio de los cuidados. El ejercicio de la parentalidad erosiona la masculinidad y posibilita “cambiar de bando”, siempre y cuando se abandone el privilegio y sea la experiencia física y la presencia la que defina el nuevo lugar y la identidad, incluso una nueva sexualidad.
La experiencia de poner el cuerpo supone una apertura a lo emocional y a la potencialidad de transformación íntima como consecuencia de la implicación en lo reproductivo y en todos los procesos profundos que moviliza. Va a implicar una crisis. La crisis profunda que implica la búsqueda, el reconocimiento y el reencuentro con el niño (cuidado o no cuidado) que fuimos, y por tanto un recorrido de deconstrucción de toda nuestra socialización masculina.
Solo desde la presencia podemos tomar conciencia corporal de la situación, y ponernos al servicio del cuidado. Sin este proceso, el cuidado racional y masculino reproducirá la enajenación y amenazará a la díada y la lactancia, por muy bienintencionado e igualitario que sea. No se trata de una nueva masculinidad, sino de negarla en esencia por abrazar la experiencia real y física de poner el cuerpo, rompiendo con el rol social establecido.
Ubicarnos en la materialidad de lo que está pasando nos lleva a aceptar la vida, y por tanto, a estar disponible para la deriva personal y social. Solo desde esta disponibilidad podremos tejer alianza.
Abandonar las expectativas como forma, consciente e inconsciente, de pulsar para dirigir y controlar los procesos y el tiempo. Parar. Reconquistar el tiempo es terapéutico y, desde esta perspectiva, acompañar la lactancia (proceso atemporal, sin reloj) es una oportunidad sanadora.
La conciencia del cuerpo y del tiempo propio de los procesos reproductivos nos define en un presente y en un lugar donde la conexión es posible y disfrutable. Y solo desde ahí, en interdependencia con las demás personas que habitan la situación -madre, criatura, díada-, se podrá establecer la alianza.
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Entender la paternidad integrada en el ecosistema de la crianza – fundamental en este sentido el artículo “Propuestade un modelo ecosistémico para la atención integral a la salud mental perinatal” publicado en la Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría (octubre 2021)[i] por parte del equipo docente del Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal- permite pasar de un sistema de aristas y antagonismos a un modelo cooperativo y colaborador con la vida.
Sin este marco, el sistema solo fricciona. Las necesidades adultas del padre y de la madre confrontan con las del bebé, las necesidades de la díada confrontan con el rol social que representa la figura masculina en la intimidad, y el marco de tensión y conflicto dificulta una dinámica de relación sincera entre el papá y la criatura que alivie a la mamá en su exigencia, pero que a la vez no la niegue en su especificidad y singularidad.
Por lo contrario, la cultura perinatal y la conexión con las necesidades y deseos que se expresan en el contexto reproductivo ayuda a comprender la interdependencia de la condición humana, a generar sinergias en el cuidado sin entrar en competencias ni tampoco en equiparando roles.
Hay espacio para todo el mundo, de hecho faltan manos y cuerpos, pero, por mucho que nos pese y pueda ser "políticamente incorrecto", en los procesos reproductivos hay una dimensión biológica y fisiológica que no debemos obviar en pro de encontrar un atajo para la igualdad y, menos, para promover un marco robotizado y post-industrial para desarrollar la vida.
Se trata de extender la lógica de la díada a todo el sujeto social, y no a la inversa: violentar la díada con un discurso hegemónico funcional al capitalismo y al patriarcado.
Loperinatal es político, quizá lo que más.
Solo así la lactancia dejará de ser una heroicidad y un tema de controversia social para ocupar el lugar que merece, y que merecen las criaturas.
[i] Olza I, Fernández Lorenzo P, González Uriarte A, Herrero Azorín F, Carmona Cañabate S, Gil Sánchez A, Amado E, Dip, ME. Propuesta de un modelo ecosistémico para la atención integral a la salud mental perinatal. Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. 2021; 41(139): 23-35.
Básico. Muy necesaria la difusión de este planteamiento.
ResponderEliminarmifertilidad
ResponderEliminarLa lactancia es un vínculo poderoso entre madre e hijo, proporcionando nutrientes esenciales y fortaleciendo su conexión emocional. Descubre el apoyo y la información necesaria para vivir una experiencia de lactancia positiva y gratificante. Prioriza la salud y el amor a través de la lactancia materna.