*Este texto surge de mi aportación
como docente de la Formaciónen Lactancia y Salud Mental del Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal,
en las ediciones de 2019 y 2020, y se nutre de las conversaciones compartidas con
los compañeros y compañeras del Instituto, en un intento colectivo de aportar elementos
al debate social que repercutan positivamente en el bienestar de bebés, madres y
familias. Expreso aquí mi agradecimiento a todas ellas.
Puede sorprender hablar de la
lactancia asociada a la masculinidad y a la paternidad -ya estamos los tíos
metiéndonos donde no nos llaman- la intención de este artículo no es la
injerencia, y menos la usurpación de un proceso que pertenece claramente a la
díada, sino reflexionar hasta qué punto los hombres podemos ser un factor
determinante para que la lactancia (y por extensión otros muchos procesos que se dan en
el puerperio) se pueda dar de manera satisfactoria o por lo contrario, que se violente
y se extinga por falta de sostén y de apoyo a la mamá que decide dar teta.
En el artículo de Diana
Oliver, publicado en El País el 25.10.2021, con el sugerente título “Por
qué abandonan las mujeres la lactancia materna”, me sorprendía que entre los
diferentes factores no se nombrara a la figura masculina, al padre, como un elemento
importante y bastante definitorio para el abandono. Dar teta a la contra del compañero puede suponer
un cansancio y un desgaste inasumible para la mamá. No se trata de reivindicar protagonismo pero sí de promover una reflexión al respecto, principalmente de hombres y padres,
porque la cosa también va con nosotros.
Premisas de partida.
1. La lactancia es beneficiosa
para la madre y la criatura y, si se da en buenas condiciones, supone una
experiencia de bienestar fundamental en la maduración psicosocial del bebé, y
por tanto una inversión en salud pública presente y futura. Por ello sería un
bien social a promover y preservar. Nunca pasando por encima de la decisión
libre de la mamá pero, en todo caso, entendiendo que tiene una dimensión social
que nos afecta a todas, también a los hombres (y a las instituciones y servicios
públicos).
2. Después del parto y el nacimiento, la
lactancia es la experiencia fisiológica más potente que se pone al servicio del
desarrollo humano. Tiene una programación biológica que la posibilita y, en tanto
que es placentera y funciona con procesos libidinales, también es una
experiencia sexual. Conocer que la sexualidad y la erótica de las madres (y de las mujeres) tiene una dimensión reproductiva es algo fundamental y que cuestiona de
raíz el sistema de sexo-género patriarcal.
3. Los ritmos de la “fábrica”,
junto a la falta de reconocimiento de la sexualidad infantil y la
subordinación patriarcal del cuerpo de la mujer al deseo masculino, no dejan
espacio para que la lactancia se dé como una consecuencia sin más de la
autorregulación de la díada. Cuando sucede, es en conflicto, atravesada por
múltiples procesos de carácter personal, social y relacional.
4. La lactancia está amenazada en
este sistema y con ello la díada como sistema ecológico está en peligro de
extinción, lo que supone también una amenaza a la supervivencia de la especie
en términos de bienestar y salud mental.
5. Desde una visión ecosistémica,
todos los elementos de la situación y del contexto que se expresan durante el
proceso de lactancia pueden tener un papel facilitador o, por lo contrario, entorpecedor del vínculo que se está cultivando. Por supuesto, también los papás.
6. Sin entrar a valorarlo -hay
interesante literatura antropológica al respecto-, el hombre, y específicamente
el padre, está cerca de la mayoría de los procesos de lactancia y posiblemente
sea el elemento que mejor encarna la dualidad de amenaza/posibilitador de los mismos. Mucho influye en que la
teta tenga un lugar privilegiado en el desarrollo de la diada, y que ocupe el lugar que pueda
decidir la madre sin interferencias y coacciones, o en que pase todo lo contrario.
Dualidad del padre: amenaza/alianza.
La experiencia en el ámbito
terapéutico y en el ámbito de la educación social perinatal nos dice que la
figura del padre pone en jaque muchas lactancias. Supone generalmente un
elemento de conflicto que exige a la madre estar en una dinámica de negociación
continua, que desgasta, que le quita energía y que le dificulta la convivencia con
la pareja durante el puerperio.
Pero por otro lado, la mayoría de
las lactancias, especialmente si son exigentes por duras o por largas,
necesitan apoyos, y si hay un rol masculino cerca, que éste sea cómplice y
pro-activo para ir solventando las dificultades que se presenten, ya que de
otra manera hay mucha probabilidad de que el proceso de lactancia termine por
extinguirse.
La idea de este artículo es
reflexionar sobre esta dualidad, para pensar cómo inclinar la balanza hacia la alianza y no hacia la amenaza.
El tema es complejo, porque la
díada como ecosistema perinatal es muy sensible y funciona con lógicas
internas, muchas veces ajenas a los marcos de convivencia que hemos
establecido. Un mal apoyo puede suponer una amenaza. Hay muchas interferencias
que van a dificultar el proceso y que pueden hacer daño, incluso sin
intencionalidad.
Si bien, para la crianza, la
participación y la presencia de los hombres es un buen punto de partida, en la
lactancia, se trata más de preservar que de construir, por lo que se necesita
un marco que defina el papel secundario, diferencial y subordinado de los papás,
y acote su presencia para evitar la injerencia.
Que los padres, y los hombres en general, se conviertan en aliados
de las mamás que quieran dar teta (y de los y las bebés) va a ser un proyecto, no una premisa, estamos
lejos de poderlo considerar como un punto de partida. Y como todo proyecto precisa de un análisis de la situación y de unas líneas de actuación. Va a ser un
proyecto socioeducativo en el cuidado y en el amparo, desde lo íntimo y lo
político.
D.A.F.O
Juguemos un D.A.F.O para pensar
la situación, para encontrar claves en el devenir de la oportunidad de la alianza.
Un análisis de partida para el proyecto de construcción de una paternidad
facilitadora y comprometida al servicio de la díada.
Debilidades.
Ni la posición social de los
hombres, ni la construcción psicológica de la masculinidad, ni el rol del padre
en la familia, nada de esto va a ayudar. Hay también una falta de cultura perinatal
para entender el papel del varón en la primera crianza: al servicio de la díada
y de su cuidado y, claramente, en un segundo plano en lo que respecta a la
atención de las necesidades del bebé.
También es una debilidad la
falta de vivencias propias de cuidados entrañables-y su denostación en la
socialización masculina-, así como la falta de referentes cercanos de hombres
cuidadores, lo que dificultan encontrar un lugar propio y validado por la
experiencia previa.
Fortalezas.
A nuestro favor podemos tener
voluntad y la responsabilidad en los cuidados respecto a los trabajos
reproductivos.
Y la empatía con la diada. El
bienestar que expresa una lactancia disfrutada es explícito y cuesta no
rendirse a su magia. La potencia del proceso es tanta que, solo con atreverse a
estar cerca desde el respeto a lo que acontece, ya queda definida la posición.
Y la emoción del amor. Desde el
enamoramiento sincero cuesta imaginarse que se puedan sostener posicionamientos
que pongan en peligro la relación madre-criatura.
Amenazas.
Desde el sistema se promueve un
modelo compatible y subordinado a las estructuras productivas e individualistas
de la sociedad. Lo que es indudable es la alianza del capitalismo con el
patriarcado. La construcción de género de los hombres es totalmente funcional
al sistema y recibimos un sustancioso refuerzo social cuando lo reproducimos.
El padre ausente, y ahora el padre
igualitario, son modelos enajenados al servicio de las necesidades del sistema, que no miran, que no ven y que no atienden lo que necesitan las criaturas y lo
que vienen reivindicando históricamente las madres. La paternidadtroyana aparece como una vía de penetración de la lógica masculina y patriarcal en
el territorio doméstico y reproductivo.
Y existe un riesgo de que esta
amenaza se integre y se consolide como paradigma. Cuando esto pase la lactancia
será su víctima y estará condenada a la extinción –ya hay ejemplos de madres
que deciden no dar teta exclusivamente para no ocupar una posición diferente ¿privilegiada?
a la de su compañero respecto a la relación con el bebé en pro de una igualdad
institucionalizada en la pareja-.
Oportunidades.
La mayor oportunidad es que es un
posible, que está en nuestra mano. Como chicos estamos acostumbrados a dialogar
con las utopías, con los grandes cambios y las revoluciones que nos hacen vivir
esperando -muchas veces sin mover un dedo-, pero lo de la paternidad situada,
aunque haya que remar algo contracorriente, es tan sencillo como mirar lo que
pasa delante de nuestras narices.
La vida es generosa. Pequeñas
acciones promueven dinámicas de cambio muy importantes, con resultados
inmediatos y visibles. Se dan procesos que se retroalimentan. Hay un refuerzo
intrínseco. Sostener la vida también y nos sostiene y nos nutre
psicoafectivamente. Es una oportunidad terapéutica de acercarnos a lo que
perdimos (o a lo que nos quitaron). Y también es una oportunidad política.
****
El proyecto para una alianza
efectiva entre la paternidad y la lactancia (y por extensión para todos los
procesos reproductivos que acontecen en y cerca del cuerpo de la madre) precisa
de actuar en, al menos, tres planos de la realidad, que a su vez definen
múltiples intersecciones.
En el plano cultural, introduciendo lo perinatal en un análisis
sociopolítico con perspectiva de género y anticapitalista, en el plano relacional, profundizando en el
compromiso y la corresponsabilidad, definiendo una presencia desde la ética del
cuidado, y en el plano físico, pensando cómo
habitar la situación con una nueva erótica de los cuidados que habilite el
cuerpo de los hombres para lo reproductivo.
Se necesita una propuesta
multidimensional porque ninguno de los planos es suficiente por sí mismo. Por
muy certero que sea el análisis político se necesita presencia, y la presencia por
sí sola, sin reflexión y ni conciencia puede implicar injerencia.
En todo caso
habrá que armonizar los tres planos para que la paternidad pueda devenir en un
apoyo real al proceso de lactancia. Cada padre en particular, en su situación
en concreta, con su sistema relacional y su sistema social y familiar, verá lo
que tiene que movilizar, construir y deconstruir, para hacer
efectiva la alianza.
El plano (contra) cultural.
Es preciso elaborar un marco
antagonista, un discurso basado en los cuidados que posibilite reorganizar los
diferentes elementos del sistema social y ponerlos al servicio del bienestar y
la salud, liberando cuerpos y dinámicas de lalógica extractiva del capitalismo.
En este plano va a ser
fundamental analizar el adultocentrismo (o adultocracia)
y el lugar social que se reserva a las criaturas y a las personas, las madres, que
sostienen los procesos de crianza. Poner el foco en el adulto, en el “individuo
competente”, deja en la sombra lo reproductivo y subordina la vida a la
producción capitalista.
Es un modelo de precariedad
afectiva crónica para todas las personas que hace de la
carencia el lugar común. Convierte la vida en supervivencia y las
relaciones sociales en competitividad y violencia.
Si no se ven los niños y las niñas,
ni las madres, ni se valoran los cuidados, no va haber lugar para la lactancia.
La interdependencia, los tiempos propios
de los procesos vitales, la simbiosis, nutrir el vínculo para forjar
sociabilidad…. Todo esto no tiene cabida en el marco actual, por eso lactar es un acto político fundamental.
Colaborar como hombres en este
cambio sociocultural facilitará nuestra paternidad y viceversa, un
posicionamiento incondicional junto a nuestras criaturas será revelador de la
impostura del sistema patriarcal que sostenemos.
Plano relacional.
En el plano relacional, en el
contexto de la mayoría de las lactancias, va a tener un papel fundamental la
pareja heteronormativa, con su amor romántico más o menos mitificado, y cómo se
integran a los y a las bebés en ese sistema de relaciones.
Partimos de que el amor romántico
no tiene en esencia una erótica del cuidado. Los mecanismos de seducción y
“conquista” suelen divergir de lo que se necesita para sostener la vida –más
bien lo contrario, búsquedas amorosas que atrapan en relaciones tóxicas,
dinámicas de control y violencia en las parejas, etc.-
El amor romántico, más bien, promueve
una enajenación de la relación afectiva, canaliza los procesos libidinales
hacia construcciones de género que terminan cristalizando en unos roles
determinados por sistema social que no sirven para cubrir las necesidades
reales.
Con esa enajenación se pone a la mujer,
su cuerpo y su sexualidad, en un lugar de intercambio fabricado desde la
complementariedad patriarcal de la “media naranja”, quedando alienada,
explotada y subordinada a las necesidades externas masculinas. Sin
reconocimiento de su lugar propio, ni de la dimensión libidinal de lo reproductivo.
Esto es una desgracia en todos
los sentidos, pero para la lactancia supone una de las mayores amenazas. Y los
hombres, como parte de la nociva complementariedad, tenemos mucha
responsabilidad.
La cosa es sencilla: para que la
lactancia se dé de forma satisfactoria se precisa que las madres tengan la capacidad
real de autorregular su cuerpo y su sexualidad para poderlos poner, en libertad
y sin presiones de ningún tipo, al servicio de sus necesidades y deseos. Lactar forma parte de esa sexualidad que se quiere y se necesita libre.
Un hombre que sienta que su
posición de “amor” (o de privilegio) le da algún tipo de derecho respecto al
cuerpo de la mujer es dañino, y más todavía si reivindica su condición de padre
para legitimar sus demandas. (Estos días ha circulado por twitter un hiloaterrador de una fisio que comentaba lo común que era en su trabajo atender
a mujeres que se quejaban del daño en relaciones sexuales durante el puerperio,
sin capacidad de negarse a un deseo de sus compañeros que ellos consideraban
como “legítimo”...)
También aquí el amor romántico, y
la sexualidad masculina en la parte que le toca, es violento en la medida que
impone su lógica frente a las necesidades de las otras, de las mujeres, de las madres
y de las criaturas.
Es violencia de género y violencia machista la presión,
incluso coacción, de los hombres a que las mujeres no cuiden, o les cuiden a
ellos de manera prioritaria, entrando en competencia incluso con los y las
bebés.
Que la vivencia de muchas madres
sea de competencia entre la sexualidad reproductiva (lactancia y cuidados)
frente a la sexualidad enajenada (demandas de los padres y mandatos de género)
denota hasta qué punto el marco relacional que hemos fabricado no es apropiado
para cuidar la vida.
Se toman muchas decisiones que
condicionan el puerperio y la primera crianza inmersas en este conflicto
relacional (ponerse el DIU, abandonar colecho, dietas, operaciones estéticas, horarios
domésticos rígidos etc.). Y los hombres, en general, no solemos significar un apoyo ahí a nuestras compañeras, más bien representamos “la voz de amo", demandamos
disponibilidad, reivindicamos una pronta “vuelta a la normalidad” y así boicoteamos
la vida.
Con este panorama no queda más
remedio que redefinir y subvertir el marco relacional.
Se ha de romper el imaginario de que
la pareja es un núcleo autosuficiente de la familia. Es, como mucho, una
alianza de cuidados precaria e insuficiente, que precisa de apoyos en
interdependencia con otros grupos humanos y que participa de la vulnerabilidad de
la vida.
La alternativa pasa por la vivencia compartida de fragilidad, para
construir desde el apoyo mutuo y no desde la dependencia patriarcal. La pareja
como construcción social de diluye, desaparece, o se transforma, y da paso a
otras dinámicas relacionales basadas en la reciprocidad, en el cuidado, en el
apoyo, o cualquier otra, que al menos, permita cierta creatividad por no tener
un rol social predestinado.
Y para que la lactancia se pueda
disfrutar son fundamentales los grupos de madres, de amigas, de amigos. Cualquier
persona que se ponga al servicio de lo que acontece, de lo que está pasando,
sin meter tensión propia, y menos de carácter sexual.
Los hombres deberíamos entrenar
apoyando lactancias ajenas, de amigas, de hermanas, de compañeras de trabajo,
para que cuando nos tocara cerca supiéramos cómo va el tema y podamos quitar
presión al asunto.
Tenemos que socializar y
socializarnos en los cuidados, seamos promiscuos en ello, para aprender y
valorarlos. Hemos de utilizar nuestro lugar social para abrir paso a los cuidados
en lo público, colaborando en implementar un nuevo marco relacional.
Si reducimos nuestra sensibilidad
a “cuidar a nuestro hijo/a” estamos ampliando la erótica del padre, pero
seguimos alimentando una complementariedad precaria e ineficaz.
El plano físico.
El camino de la alternativa no se
puede recorrer sin validar la presencia del cuerpo de los hombres en el
territorio de los cuidados. El ejercicio de la parentalidad erosiona la
masculinidad y posibilita “cambiar de bando”, siempre y cuando se abandone el
privilegio y sea la experiencia física y la presencia la que defina el nuevo
lugar y la identidad, incluso una nueva sexualidad.
La experiencia de poner el cuerpo
supone una apertura a lo emocional y a la potencialidad de transformación
íntima como consecuencia de la implicación en lo reproductivo y en todos los
procesos profundos que moviliza. Va a implicar una crisis. La crisis profunda que
implica la búsqueda, el reconocimiento y el reencuentro con el niño (cuidado o
no cuidado) que fuimos, y por tanto un recorrido de deconstrucción de toda
nuestra socialización masculina.
Solo desde la presencia podemos
tomar conciencia corporal de la situación, y ponernos al servicio del cuidado.
Sin este proceso, el cuidado racional y masculino reproducirá la enajenación y
amenazará a la díada y la lactancia, por muy bienintencionado e igualitario que
sea. No se trata de una nueva masculinidad, sino de negarla en esencia por abrazar la
experiencia real y física de poner el cuerpo, rompiendo con el rol social
establecido.
Ubicarnos en la materialidad de lo
que está pasando nos lleva a aceptar la vida, y por tanto, a estar disponible
para la deriva personal y social. Solo desde esta disponibilidad podremos tejer
alianza.
Abandonar las expectativas como
forma, consciente e inconsciente, de pulsar para dirigir y controlar los procesos
y el tiempo. Parar. Reconquistar el tiempo es terapéutico y, desde esta
perspectiva, acompañar la lactancia (proceso atemporal, sin reloj) es una
oportunidad sanadora.
La conciencia del cuerpo y del tiempo
propio de los procesos reproductivos nos define en un presente y en un lugar
donde la conexión es posible y disfrutable. Y solo desde ahí, en
interdependencia con las demás personas que habitan la situación -madre,
criatura, díada-, se podrá establecer la alianza.
****
Entender la paternidad integrada
en el ecosistema de la crianza – fundamental en este sentido el artículo “Propuestade un modelo ecosistémico para la atención integral a la salud mental perinatal”
publicado en la Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría (octubre 2021)[i]
por parte del equipo docente del Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal- permite
pasar de un sistema de aristas y antagonismos a un modelo cooperativo y colaborador
con la vida.
Sin este marco, el sistema solo fricciona.
Las necesidades adultas del padre y de la madre confrontan con las del bebé, las
necesidades de la díada confrontan con el rol social que representa la figura
masculina en la intimidad, y el marco de tensión y conflicto dificulta una dinámica
de relación sincera entre el papá y la criatura que alivie a la mamá en su exigencia, pero que a la vez no la niegue en su especificidad y singularidad.
Por lo contrario, la cultura perinatal
y la conexión con las necesidades y deseos que se expresan en el contexto reproductivo ayuda a comprender la interdependencia de la condición humana, a generar sinergias
en el cuidado sin entrar en competencias ni tampoco en equiparando roles.
Hay espacio
para todo el mundo, de hecho faltan manos y cuerpos, pero, por mucho que nos
pese y pueda ser "políticamente incorrecto", en los procesos reproductivos hay una dimensión biológica y fisiológica que
no debemos obviar en pro de encontrar un atajo para la igualdad y, menos, para promover
un marco robotizado y post-industrial para desarrollar la vida.
Se trata de extender la lógica de
la díada a todo el sujeto social, y no a la inversa: violentar la díada con un discurso hegemónico funcional al capitalismo y al patriarcado.
Loperinatal es político, quizá lo que más.
Solo así la lactancia dejará de
ser una heroicidad y un tema de controversia social para ocupar el lugar que
merece, y que merecen las criaturas.
Básico. Muy necesaria la difusión de este planteamiento.
ResponderEliminarmifertilidad
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